Cantar para nadie, de Araceli Fernández León
*** La enferma Me bautizaron con la fiebre. El día de mi comunión sufrí gastroenteritis. En mi matrimonio, varicela. Con los sacramentos, la bondad y la gracia de Dios venían a mí de esta forma. Dejé de ir a la iglesia por miedo a enfermar. Ahora estoy infectada de amor. Ahora llego a las puertas... Leer más La entrada Cantar para nadie, de Araceli Fernández León aparece primero en Zenda.
Araceli Fernández León es una poeta nacida en Villanueva de Córdoba, Córdoba, en 1972. Ha publicado los libros de poesía Cartas a Lara (La Fuente Vieja, 2019) y Hormigas rojas (La Fuente Vieja, 2021). Colabora con artículos, poemas y relatos en revistas locales y digitales. Es miembro de los proyectos literarios “El parque blanco” y “Poetas feroces”. Presentamos una selección de su último libro, Cantar para nadie (Hiperión, 2024), con el que obtuvo el X Premio Internacional de Poesía José Zorrilla, una obra certera y afilada, como el canto que resuena en las piedras, un conjunto de poemas que elevan la voz como si cantaran entre multitudes y en el que, en palabras de Sergio García Zamora, la poeta, la niña, la hermana, la madre, la pequeña diosa, la perpetua centinela, se vuelven música para el mundo y esa música trasciende lo cotidiano, una música que va por igual de la cocina a los clásicos, de los hospitales e iglesias a la milicia. Lo sagrado y lo profano en una sola melodía.
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La enferma
Me bautizaron con la fiebre. El día de mi comunión sufrí gastroenteritis. En mi matrimonio, varicela. Con los sacramentos, la bondad y la gracia de Dios venían a mí de esta forma. Dejé de ir a la iglesia por miedo a enfermar. Ahora estoy infectada de amor. Ahora llego a las puertas del mundo para llamar al mundo. Aquí afuera es el mundo. La gran consulta cósmica, órbita de cardiología, puerta a la vida que mueve la vida de cualquier vida. En las puertas del cielo donde Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, se agolpan cristianos. En las del mundo se alinean poetas. Sístole. Diástole. No vengo a ser poeta. Yo vengo a la sanación. Yo abro la Biblia y leo. Leer la Biblia es comulgar con la poesía. Si la palabra me quema en la boca y le cuento mis pecados, ella siempre me perdona.
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Baile
De niña bailaba con mi hermana
en la feria del pueblo.
Su mano izquierda en mi hombro.
Mi mano derecha una armadura.
Siempre quería hacer de hombre.
Pero no de cualquier hombre.
La llevaba por la pista
como si quisiera mostrarle el mundo.
Solo que yo tenía las piernas del diablo
y la entraña de poeta.
Una mala combinación, una mala coreografía.
Mi madre, mujer sabia,
ya advertía lo que sería una vuelta,
un revés, un contratiempo.
Mi padre sonreía. No tuvo varón.
Casi todos los niños sueñan ser como sus padres
por amor a sus padres.
Eso quería yo, ser un ángel, como mi padre.
Tener las piernas sagrada
y el corazón bendito de mi padre.
Pero no el corazón de cualquier hombre.
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La Tarara
Todos los días canto en la casa del Señor.
Este animal de mi garganta
suena a charanga,
a metal de los arrabales.
Los amigos son los discípulos que hacen los coros.
Erramos en directo.
Mi hermana pasa el cepillo
como quien recoge naranjas de un árbol.
Un árbol altísimo como el cielo del cielo.
Venid a comer, dice mi madre.
Entonces nos sentamos a su mesa
que es el mejor sitio donde uno puede alimentarse.
Hierro puro precisa el animal.
Hierro forjado con la sangre de sus manos
y los golpes de su vida.
Hierro moldeado con el yunque de su aliento.
El animal se lo come todo, pero siempre se queda con hambre.
Mi hermana ofrece su plato, no come,
tiene más fe en mí que los devotos, más fe que los santos.
Los santos levantan sus manos con gesto de no comprender.
Los santos no entienden de sacrificios.
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El dolor y su instrumento
Algo para medir el dolor.
Se murió mi madre sin ver ese aparato.
Aunque digan que el poema es el instrumento.
Aunque te digan y te digas que escribir un dolor
resulta doblemente doloroso.
Aunque te digan siempre que el poema es justo,
que la vida es justa.
Entonces haces fuerza, con el corazón y los puños
haces fuerza como nunca la habías hecho.
¿Cómo fue su dolor?
¿Cuánto dolió ese perro que le mordió los pulmones?
¿Cómo puede ser que al escribirlo ya no sea el mismo?
¿Qué experto fingidor podría nombrarlo
si ni yo que soy su hija lo consigo?
¿Un poeta? ¿Un médico poeta?
Mi mano llora. Mi hermana llora. Mis hijos lloran.
Se murió mi madre sin que el poema ni yo le hiciéramos justicia.
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Volver a Spoon River
Llévame a la colina, Lee Masters, hazme un sitio, allí, donde un poeta puede descansar a gusto, donde cualquier poeta acaba siendo más poeta. Un cuerpo entre la caballería de más de doscientos cuerpos adquiere una nueva forma. Un muerto entre el relincho de tantos muertos, se vuelve un potro enfebrecido. Dirás que morí de fiebre, eso dirás, o de cáncer, que ardí en la mina o me suicidé en un puente. En fin, tú sabrás qué hacer. Tú sabrás qué escribir. Nadie mejor que tú para narrar la muerte. Nadie mejor que tú para inventar mi epitafio. Tú mejor que nadie sabrás hacer más heroica mi muerte en la página que en la vida.
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Reclamo a Juan Rulfo
Usted, que está allá arriba, que ha cargado el peso de la muerte, la cruz de un hijo y la soledad de los hombres, dígame si no oye alguna señal de algo o ve alguna luz en alguna parte. Si usted supiera la de cuerpos vacíos que andan sueltos por el mundo. Ningún perro que pueda olfatear eso. Ningún poeta que pueda humanizarlos. ¿Sabe usted dónde queda el país de la gente? Sale una luna vieja tan sin ganas que nada ocurre del todo, hay tanto ruido y todo ocurre tan deprisa, que ni siquiera ocurre la vida. ¿Quién diablos haría este llano tan grande? Mire a ver si ya ve algo. Antes de que este cuerpo acabe conmigo y me termine desmoronando, dígame si no oye alguna señal de algo o ve alguna luz en alguna parte.
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Autora: Araceli Fernández León. Título: Cantar para nadie. Editorial: Hiperión.
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