El torbellino Kant

Norbert Bilbeny repasa la historia de Kant y narra el desarrollo de su discreta personalidad y su pluma prolífica; sus carencias familiares, todo el camino recorrido hasta el reconocimiento académico o su exposición y afinidad a los ideales de la Revolución Francesa. La entrada El torbellino Kant se publicó primero en Ethic.

Jan 23, 2025 - 14:07
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El torbellino Kant

La Revolución francesa es un hecho que agrada a Immanuel Kant. Habla de ella con sus colegas y también con sus invitados en casa. Con los años se está haciendo republicano, como su colega y antiguo estudiante Christian Kraus. La revolución le sorprende, sin embargo, a los sesenta y cinco años, la edad ya de un anciano, aunque el filósofo se encuentra en la etapa más productiva y con mayor ánimo intelectual de su vida.

Solo hace dos años que ha publicado la versión definitiva de su libro más famoso e influyente, la Crítica de la razón pura. Por tanto, es de prever que se le pregunte por la ejecución de Luis XVI, ante la que se muestra discretamente comprensivo, dada la situación hasta ahora de Francia. Aunque no comparte la condena a muerte del monarca. Sin duda, la revolución acaecida en la ciudad que es la cuna de la Ilustración, del «pensamiento de las Luces» que irradia a toda Europa y Norteamérica, es el hecho histórico contemporáneo que más ha impactado a nuestro filósofo. Más que los siete años de la guerra de Prusia contra Austria, y que los cuatro de la ocupación de su país por las tropas de la zarina Isabel I, ambas cosas sucedidas cuando él todavía no había cumplido los cuarenta.

Ahora, el impacto de la revolución en una Prusia apaciguada y de monarquía centenaria no ha podido ser mayor, como en todo el continente. Además, el nuevo rey, Federico Guillermo II, así como su predecesor, Federico el Grande, se sentían muy próximos al joven y malogrado Luis XVI. Todas las coronas europeas temen hoy por su futuro y la revolución está en boca de la gente. La filosofía no es tampoco ajena a esta conmoción y un filósofo como Kant no permanece indiferente a ella. A partir del verano de 1789 espera con ansia el correo y la prensa para estar al día de los hechos de París. A menudo es uno de sus temas favoritos de conversación.

A pesar del «régimen del Terror» que ha venido después de esta fecha, el filósofo dice a sus comensales, sorprendidos ante el viejo profesor: «El sistema representativo es el mejor». O extrañados ante él, porque Kant defiende la revolución incluso en la mesa de los nobles de la ciudad que le invitan cariñosamente a cenar. No teme tampoco entrar en la lista negra de los republicanos de su localidad. Pero no tardará en recibir críticas por sus simpatías hacia París. Incluso por parte de un colega como el médico Johann Metzger, que aprovecha la vertiente republicana de Kant para cargar también contra su persona y carácter en el libro Notas sobre Kant.

Kant defiende la revolución incluso en la mesa de los nobles de la ciudad que le invitan cariñosamente a cenar

Y puesto que «política» viene de polis, en griego ‘ciudad’, hablemos de la ciudad de Kant, de la que apenas se habrá ausentado en sus ochenta años de vida. ¿Qué tiene su ciudad que no tengan, por ejemplo, la vecina Vilna, capital de Lituania, o Varsovia, la de Polonia, ambas más cerca de la ciudad del filósofo que de Berlín, la actual capital de Prusia? Por lo demás, Berlín está mejor conectada con las renombradas ciudades universitarias de Halle, Jena y Leipzig a su alrededor. Königsberg — la futura Kaliningrado, perteneciente a Rusia— reúne muchos puntos a su favor como ciudad ideal para un académico discreto, sociable y cosmopolita como es nuestro Kant, por añadidura friolero. Pues, al estar cerca del mar, el clima del lugar es más templado. Y, por tener puerto, es una urbe comercial — pescado, cereal, madera, cuero, especias…— comparable a Hamburgo. Por ello su principal competidora es la cercana ciudad portuaria de Danzig, Polonia. Es también un enclave culturalmente activo, por no hablar de su antigua universidad, llamada la Albertina, dado que fue fundada por el duque Alberto I de Prusia.

La ciudad, que conserva unas poderosas murallas medievales, tiene su origen en el siglo XIII. La traducción de Königsberg es ‘montaña del rey’. Posee un amplio teatro, plazas ajardinadas y un gran estanque al pie del palacio real. El río Pregolia atraviesa la ciudad hasta desembocar en un estuario abierto al mar Báltico. A pesar de su aspecto de población germana medieval, Königsberg es un activo enjambre de idiomas y religiones. Entre sus más de cincuenta mil habitantes se habla alemán, prusiano local, polaco, lituano, ruso, danés, sueco y hebreo, oyéndose también el inglés y el holandés de los comerciantes que concurren en ella. Considerado uno de los centros del protestantismo luterano, en Königsberg se practica al mismo tiempo el judaísmo, el catolicismo, el calvinismo, el anabaptismo, y empieza a haber un foco de la masonería. Incluso el citado Federico Guillermo II ha pertenecido a la orden de los Rosacruces, creyentes en un Dios cósmico e impersonal. Königsberg ha dejado de ser la capital política del reino de Prusia en 1701 — lo había sido desde 1525—, siéndolo ahora Berlín. Pero es aún, por los factores referidos, su capital intelectual.


Este texto es un fragmento de ‘El torbellino Kant’ (Ariel, 2024), de Norbert Bilbeny. 

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