Era cuestión de darme 33 años de luto

El escritor mallorquín Román Piña Valls se alzó con el XXVIII Premio Ciudad de Salamanca con una novela en la que un hombre rememora sus años de juventud, a mediados de los 80, junto a un amigo que ahora padece una enfermedad mortal. Una novela de formación con el amor, la música y la diversión... Leer más La entrada Era cuestión de darme 33 años de luto aparece primero en Zenda.

Jan 23, 2025 - 06:59
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Era cuestión de darme 33 años de luto

El escritor mallorquín Román Piña Valls se alzó con el XXVIII Premio Ciudad de Salamanca con una novela en la que un hombre rememora sus años de juventud, a mediados de los 80, junto a un amigo que ahora padece una enfermedad mortal. Una novela de formación con el amor, la música y la diversión como temas de fondo.

En este making of, Román Piña Valls rememora las circunstancias que le llevaron a escribir Pisábamos los charcos (Ediciones del viento).

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Cuatro años después de escribir la primera versión de Pisábamos los charcos se me ocurre que puede ser más curioso hablar de mi making of que del making of de esta novela. Para que se me entienda: la novela podrá tener su making of, pero resulta que yo también, y que es precisamente esta novela.

No lo he visto en todo este tiempo, pero creo que es así. Si hubiese que buscar explicaciones, orígenes, guiones y claves del tipo que soy ahora con 58 años, podríamos buscarlas en los meses que intenté recoger y novelar en Pisábamos los charcos. Es obvio: nos forjamos entre los quince y los 20 años. Si arrastro hasta hoy una propensión a la crueldad verbal, puede que sea gracias a alguna amistad de entonces.

"En el mismo libro se explica bien, espero, la razón de su escritura. Un viejo amigo, Pedro, me hace saber a finales de 2019 que tiene esclerosis lateral"

Christian, el narrador, escribe sobre sus 19 y 20 años, cuando estudia en la universidad. Pero escribe a sus 54, escribimos juntos, autor y criatura, sobre ese joven que recuerdo haber sido a los 19, lo convierto en personaje y, al literaturizarlo, lo distancio de mí (¿o puedo literaturizarlo porque es distante?). Y sin embargo, paradójicamente, a ese joven que quedó tan atrás, tan perdido, tan olvidado y sepultado, lo voy a buscar para, reconociéndolo ajeno y por tanto ficticio, revivirlo, acercarlo, recuperarlo.

En el mismo libro se explica bien, espero, la razón de su escritura. Un viejo amigo, Pedro, me hace saber a finales de 2019 que tiene esclerosis lateral. Parece que tiene los días contados. Pasan los meses, y la digestión de esa verdad me empuja a desenterrar mis recuerdos de los años en que coincidí con él en Valencia. Desde el principio quiero saquear esa etapa biográfica y a la vez presentarla como novela, para poder equivocarme, traicionar, para poder mentir.

Fueron unos meses muy curiosos que me sirvieron para revivir casi en tiempo real los hechos que intentaba rescatar. Unos momentos que fue mucho más agradable revivir al teclado que vivir en su día y que siempre me parecieron tema novelable, como prueba la plasmación de parte de ellos en un diario iniciado el 8 de enero de 1987. Ese diario, en el segundo libro que contiene la novela, se convierte en referencia constante.

"Escribir-revivir esta novela en 2020 supuso una inmersión feliz. Porque ocurría en un mundo perdido que estaba asumido como tal"

Es una novela de campus, centrada en los encontronazos con los primeros amores y el espejismo de las amistades definitivas, en un contexto especial: Christian es un “marciano”, un ingenuo aterrizado en las calles de la España desmadrada de los 80.

La banda sonora principal es Golpes Bajos, de cuyas canciones he extraído tanto el título de la novela como el de cada capítulo. La mayoría proceden de “Cena recalentada”, pero también los hay de “Desconocidos” o “Fiesta de los maniquíes”.

Escribir-revivir esta novela en 2020 supuso una inmersión feliz. Porque ocurría en un mundo perdido que estaba asumido como tal. Por tanto, insisto, una recuperación. La exhumación de personas reales pero desaparecidas (no nos queda a ninguno de los actores de la función ni una de nuestras células de entonces, y apenas un aliento) resultaron una dosis de nostalgia y una experiencia extraña, muy gratificantes. Sin embargo hubo intentos antes, a finales de los 90, que naufragaron inmediatamente. Creo que era porque la pérdida de ese mundo y esas personas reales entonces no estaba asumida, y el duelo iba a prolongarse décadas. En algún caso iba a ser un duelo doble, porque hay dos clases de muerte: la de los que simplemente desaparecen de tu vida y la de los que desparecen de la faz de la tierra.

Con toda mi ingenuidad y mi convicción, me senté a escribir para inmortalizarlos del modo más expeditivo: declararlos inmortales.

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Autor: Román Piña Valls. Título: Pisábamos los charcos. Editorial: Ediciones del Viento. Venta: Todos tus libros.

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