ANTÍGONA – Sófocles
«Tienes que saber que nací no para compartir con otros odio, sino para compartir amor». El periodista y escritor italiano Italo Calvino, en su maravilloso ensayo ¿Por qué leer a los clásicos? nos dice lo siguiente: «Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: ‘estoy releyendo…’ y nunca ‘estoy leyendo…’». Es […]
«Tienes que saber que nací no para compartir con otros odio, sino para compartir amor».
El periodista y escritor italiano Italo Calvino, en su maravilloso ensayo ¿Por qué leer a los clásicos? nos dice lo siguiente: «Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: ‘estoy releyendo…’ y nunca ‘estoy leyendo…’». Es decir que un buen clásico es aquel que podemos leer una y otra vez porque siempre nos va a decir algo nuevo, y del que en cada lectura podemos hallar un tesoro que antes habíamos pasado por alto. Y más si este clásico es un pilar básico de la cultura universal, ya que de él, como si de un robusto árbol fuera, han nacido cientos y cientos de historias, cual ramas intentando alcanzar el sol pero que en esencia remiten siempre a esa raíz primigenia. Y uno de estos pilares básicos es sin duda las obras teatrales de la antigua Grecia, en donde autores como Esquilo, Sófocles o Eurípides siguen maravillándonos hoy en día, pues, no nos engañemos, gran parte de la cultura actual, de entender la política y la vida que nos rodea, ya estaba presente y formulada en los clásicos griegos y romanos hace miles de años. O como dijo el sabio Salomón en el Eclesiastés: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y no hay nada nuevo bajo el sol”.
Hace ya muchos muchos años, en un tiempo diferente, al cursar mis estudios universitarios, una de las asignaturas a las que acudí fue «Estudio de los orígenes del teatro en Grecia» en el que la profesora nos obligó a leer en cuatro meses siete obras de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes de seguido más toda la historia, evolución y funcionamiento en torno al teatro de la antigüedad clásica (aquí fue donde por primera vez escuché la palabra perfomance). Obvia decir que todas estas obras las tuvimos que leer como si fuera una maratón, sin pararnos a admirar las maravillas que estas atesoraban entre sus páginas. Fue como sufrir esos viajes programados con los que ves una ciudad tras otras sin descanso y sin entrar a visitar sus monumentos principales. Evidentemente los leí (a la fuerza ahorcan), me gustaron, pero siempre me quedé con la espina de haberlo hecho tan de corrido. Así que poco a poco voy corrigiendo aquel despropósito y, gracias a Dios, estoy gozando de nuevo de estos tesoros de la Humanidad. Y uno de ellos, de estos pilares básicos que mencionaba antes, es la obra que hoy les reseño: Antígona, de Sófocles (496-406 a.C.) y que pertenece al Ciclo Tebano, que gira en torno a la figura mítica de Edipo y la desgracia que recayó en su familia por su impiedad, incido, no buscada (como muy bien se puede leer en Edipo en Colono, otra de las grandes obras del dramaturgo griego).
La obra teatral que nos ocupa fue estrenada en torno al 442 a. C. y para comprender su trasfondo y complejidad hay que señalar que toda ella gira en torno al mito de Edipo y las consecuencias que tuvieron sus actos. Como bien sabemos (no creo que exista persona alguna que desconozca este mito), Edipo era hijo del rey Layos de Tebas, que por culpa de un vaticinio del oráculo de Delfos que le decía que este lo mataría y se casaría con su propia madre, Yocasta, decidió abandonar al recién nacido a su suerte entre las bestias salvajes. Pero como ocurre siempre en todas estas leyendas, Edipo fue recogido por unos pastores y entregado a los reyes de Corinto (menuda suerte) y así creció en arrojo y lozanía agradando de esta manera no solo a sus padres sino al propio Zeus tonante. Pero como la fuerza del destino todo lo puede y ningún humano se puede sustraer a ella, un día se encontró con su padre que iba montado en una carroza y tras una disputa acabó matándolo, cumpliendo de esta manera la primera parte de la profecía. Acelerando la historia, tras este hecho Edipo se enfrentó con la artera Esfinge y tras derrotarla se convirtió en el héroe de Tebas, para después, por desconocimiento, enamorarse de la reina, Yocasta, su propia madre, y finalmente tener en total cuatro vástagos, dos hijos (Eteocles y Polinices) y dos hijas (Antígona e Ismena, o Ismene según he leído en otras traducciones). Cumpliéndose por tanto la segunda profecía que cerraría el círculo que conducirá sin remisión a la tragedia tebana.
No se preocupen ustedes que en breve termino de ponerles en situación y nos adentraremos en los meandros de la obra en sí. Como iba diciendo, dejamos a Edipo y Yocasta recién casados, pero con el tiempo, la impiedad que ha inferido Edipo no fue pasada por alto por los dioses los cuales infligen una gran peste en la ciudad provocando acopio de muertos por doquier. Así que cuando Edipo descubre que esta peste (parecida a la que Apolo arrojó sobre las cóncavas naves frente a Troya) se debe a que se ha casado con su madre, para no ver la maldad que ha cometido (sin saberlo previamente) decide arrancarse los ojos y exiliarse de Tebas, provocando un vacío de poder que inmediatamente fue ocupado por sus hijos Eteocles y Polinices, los cuales deciden alternarse en el trono una vez al año. Pero Eteocles fue corrompido por el ansia poder (cual sith) y tras su mandato se negó a ceder el asiento a su hermano. Como muy bien dice el propio Sófocles en Antígona:
No ha habido entre los hombres nada más pernicioso que el dinero, devasta las ciudades, destierra a los hombres de sus hogares, pervierte sus buenos sentimientos. El dinero enseñó a los seres humanos a valerse de todos los medios, a ingeniárselas para cometer toda clase de impiedades.
Polinices por tanto marcha al exilio pero en vez de vagar por el mundo como alma en pena decide reclutar un ejército con siete aguerridos guerreros de gran renombre (como Los siete magníficos o Los siete samuráis) con la intención de tomar Tebas y ocupar el trono que le ha sido arrebatado. Este episodio lo podemos conocer a través de Esquilo en su tragedia Los siete contra Tebas (467 a.C.) en donde los dos hermanos se acuchillan entre sí muriendo los dos al unísono.
Y justamente es aquí donde principia la propia Antígona de Sófocles. En esta vemos cómo Creonte, hermano de la difunta Yocasta, ha ocupado el trono de Tebas y ordena que se hagan honras fúnebres a Eteocles, pues este ha sabido salvaguardar el honor y la integridad de la ciudad de Cadmo (Tebas), mientras que a la vez promulga una dura sentencia por la que se ordena que el cuerpo del otro hermano quede sin enterrar, sea devorado por las bestias y así no pueda entrar en el Hades, errante, porque considera que los traidores a la patria común no merecen ser inhumados con los ritos de los dioses. Y todo esto mientras los tebanos callan y acatan los dictados del monarca como auténticos borregos. Pero ¿el silencio y el miedo son comunes a todos los ciudadanos de Tebas? No, una persona en concreto no está de acuerdo con este sacrilegio y decide plantarle cara al monarca: su sobrina Antígona. Esta afea la conducta al rey, acusándole de no respetar las leyes mortuorias dictadas por los dioses, y una noche, hurtando la vigilancia a los soldados, acude al campo de batalla y arroja tierra sobre el cuerpo de su hermano, de manera simbólica, procurándole así un sucedáneo de entierro con la ilusión de que este pueda entrar en los Campos Elíseos.
Es atrapada por los guardianes y llevada ante Creonte quien en su soberbia (hybris) no duda en condenarla a ser emparedada en una cueva fuera de la ciudad y así morir lentamente. Al rey nada le hace cambiar la opinión, ni tampoco su hijo Hemón que desea salvar a su prometida Antígona. Tras ser conducida a su trágico destino, aparece en palacio el ciego Tiresias que le dice al rey que debe suspender la ejecución ya que los dioses desaprueban tal desatino y además debe dar enterramiento a Polinices. Creonte, junto con sus soldados, acude a la gruta y descubre que tanto esta como su hijo se han suicidado. Pero no todo acaba aquí, pues cuando Creonte vuelve a palacio, destrozado por todo lo que ha visto, le comunican que también su esposa Eurídice se ha suicidado al saber que su hijo Hemón se ha quitado la vida clavándose una espada en el costado. Consumatum est.
Toda una tragedia de principio a fin, como se puede observar. Una obra en la que subyacen un gran número de temas que han preocupado a la humanidad desde el momento en que fue escrita y representada hasta el mismo día de hoy. De ahí la modernidad de esta tragedia inmortal. El polifacético George Steiner, profesor, filósofo, crítico literario, entre otros campos, escribió una obra titulada Antígona. La travesía de un mito universal por la filosofía de Occidente, en el que recalca que esta composición es un caso único pues comprende todo un ramillete de temas universales e inmortales en el devenir del ser humano y en su cultura. En total yo habré contado, si no se me escapa alguna muy interna, un total de cinco conflictos o enfrentamientos que subyacen por todo el texto. Por un lado tenemos dos muy parecidos que tratan de la importancia del individuo frente a lo que exige la sociedad, mientras que por otro nos enseña la eterna lucha entre las leyes humanas y las divinas. A estas últimas, por ejemplo, dio mucha importancia Hegel. Sófocles, a través de la propia Antígona y de su actitud frente a la muerte de su hermano, nos pone en una doble disyuntiva: el individuo ¿debe perder su individualidad frente al conjunto de sociedad para no incomodarla o debe alzarse contra dicha sociedad si observa que las leyes que le rigen son erróneas aunque pueda perder la vida?
Este primer conflicto ya daría para horas y horas, vidas y vidas de discusiones filosóficas, pero ahora si añadimos el elemento divino a la ecuación antes propuesta, el enfrentamiento sube de categoría. Creonte, en su ciega soberbia cree hacer bien al pueblo de Tebas imponiendo las leyes humanas porque ¿es merecedor de respeto un traidor a nuestra patria común? Frente a esta afirmación se levanta la figura gigantesca de una Antígona que defiende lo contrario, al apelar a las leyes no escritas e innatas de los dioses, es decir dar una sepultura digna a su hermano con los rituales indicados de purificación y así éste poder entrar en el Más Allá. Antígona es por tanto el faro de las leyes divinas y del hogar, mientras que Creonte en cambio representa la facción que defiende las leyes terrenales de la polis. Como se puede ver la disyuntiva y el debate irresoluble está en las manos del lector.
Otro de los temas más importantes en Antígona y que reflejan su modernidad y prevalencia hoy en día es la condición de la mujer frente a los hombres. Antígona es una mujer que se rebela (como la película homónima de 1936, interpretada por Katharine Hepburn) ante las injusticias que dictan las leyes de los hombres. Al principio de la obra su hermana Ismene, al saber los planes de Antígona, tiene autentico pavor, porque cómo ellas van a desafiar la ordenes de los que mandan, de ese patriarcado que nos vigila y tutela nuestra eterna minoría de edad:
No hay que olvidar que solo somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres, y que somos gobernadas por aquellos que son más fuertes, destinadas a obedecerlos en ésta y en todavía otras cuestiones más dolorosas.
En román paladino, Ismene se achanta frente a la figura del hombre curtido y gobernante, a lo que Antígona responde que no tiene ningún miedo pues:
No temo la voluntad de ningún hombre, no tengo que temer que los dioses me castiguen por haber infringido sus órdenes.
Refiriéndose, claro está a Creonte. El feminismo de Antígona es pleno y de esta manera defiende a la familia. Reivindica la figura femenina como válida en la sociedad que vive y no siendo menor que cualquier otro hombre que la quiera gobernar. Una mujer valiente en todos los sentidos que no desea quedarse encerrada en el himeneo sino luchando contra las injusticias del patriarcado.
Y finalmente aparecen otros dos conflictos no menos importantes que son, por un lado, la lucha entre la juventud conciliadora y abierta de mente, representada por la propia Antígona y su prometido Hemón, frente a la inflexible vejez que solo admite un camino a seguir; y el tema del cerril orgullo que muestra Creonte ante la decisión regia de no inhumar a Polinices con las debidas honras fúnebres. Tanto el coro como el corifeo o el mismo Tiresias y hasta su hijo Hemón, le señalan continuamente que no hay nada más peligroso que una hybris desaforada y que esta le va a llevar a enojar a los propios dioses y a su perdición. De esta manera Sófocles señala en el final de la obra la importancia que hemos de dar a la reflexión y a la moderación en cualquiera de las decisiones y opiniones que tomemos a lo largo de nuestra vida:
Es preferible que el ser humano esté completamente lleno de sabiduría, pero si no lo está, es bueno también que atienda a los que hablan con moderación. Al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza aprender de otros siempre más.
Concluyendo: nos encontramos con una tragedia clásica a la vez que moderna con una serie de temas que hoy en día todavía están vigentes y a flor de piel. Antígonas ha habido muchas, en todas sus facetas, como por ejemplo en obras de teatro, filosóficas, en operas e incluso como reflejo de luchas políticas y sociales: las madres argentinas de Plaza de Mayo encarnadas en Antígona; la contienda fratricida entre Eteocles y Polinices que simboliza la Guerra Civil Española; hasta el silencio del pueblo de Tebas se utilizó para inculpar al pueblo estadounidense por ser testigo mudo de la Guerra del Vietnam. En verdad, Antígona de Sófocles es sin duda un libro con multitud de lecturas, que como les decía al principio la convierte en todo pilar de la cultura universal.
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Sófocles, Antígona, traducción de Assela Alamillo Sanz. Madrid, Gredos, 2014, 128 páginas.
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