Babygirl, o el thriller erótico que Nicole Kidman fantaseaba
Babygirl es una película que exhibe la etiqueta de su productora, “A24”, por los cuatro costados. Eso quiere decir que Reijn prefiere contar el drama en clave de cine independiente y de prestigio más que apuntarse a lujosas producciones como las de aquellos directores, tachados en su momento de efectistas e inverosímiles. Babygirl prefiere acercase... Leer más La entrada Babygirl, o el thriller erótico que Nicole Kidman fantaseaba aparece primero en Zenda.
Aunque la moda se vista de seda, mona se queda. Y no nos referimos a Nicole Kidman, que realiza un vistoso ejercicio de desnudez psicológica, mucho más que física, en este drama sexual sobre una ejecutiva que descubre la excitación en el sometimiento e inicia una relación con un joven becario bastante ducho en esas prácticas. Hablamos más bien en cómo la directora y guionista holandesa Halina Reijn recoge las brasas de thrillers eróticos de Adrian Lyne o Alan Parker para, modificando la perspectiva, llevarse los laureles críticos que aquellos nunca obtuvieron.
Babygirl es una película que exhibe la etiqueta de su productora, “A24”, por los cuatro costados. Eso quiere decir que Reijn prefiere contar el drama en clave de cine independiente y de prestigio más que apuntarse a lujosas producciones como las de aquellos directores, tachados en su momento de efectistas e inverosímiles. Babygirl prefiere acercase a Shame que a Infiel, a Belle de Jour que a Atracción Fatal, y quizá en eso se hallan todas sus complejidades, aquellas que la convierten en una película ciertamente capaz de representar las hipocresías (sociales y fílmicas) actuales, tanto como en una experiencia cinematográfica un tanto decepcionante.
¿Es Babygirl la denuncia de una relación tóxica o una apología del deseo femenino? Atascados en esa pescadilla que se muerde la cola, o en encontrar “necesaria” (temible etiqueta) una explicación a ambas cosas, encontramos una obra fallida como drama sexual, obsesionada con el evidente trayecto solitario de su protagonista y de nulo romanticismo amoroso. Es, eso sí, un manifiesto de las manías corporativas de una empresa sostenible, diversa, inclusiva y (adivinan bien) tremendamente capitalista. Tiempos robóticos donde el amor, la vulnerabilidad humana, es terreno abonado para la polémica, la censura… y el inevitable chantaje humano que se desprende de toda relación íntima. Que Babygirl aborde en algún momento el problema del consentimiento quizá fabrique una película un tanto prisionera del wokismo, pero también una seria bofetada a su intención de controlar lo incontrolable.
Pensándolo mejor, quizá Babygirl es una adecuada metáfora de esa conversión del sexo en un elemento laboral más, y al igual que Barbie y otros iconos recientes, un trabajo plenamente representativo de los concienciados 2020. El problema es que su disquisición fina, su manera de unir los dos planos del personaje de Kidman, tampoco resulta novedoso, como tampoco su reflexión sobre las ideas masculinas y femeninas sobre la sexualidad del otro. Dicho de otro modo, se trata de una obra tremendamente intelectual sobre las pasiones humanas, lo que convierte la experiencia en automáticamente interesante… pero menos disfrutable y emotiva que la, en efecto, muy manipuladora Atracción Fatal.
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