Cuando los zapatos puntiagudos fueron un símbolo de corrupción moral en Londres
Las normas morales han evolucionado a lo largo del tiempo, adaptándose a los cambios culturales, sociales y económicos de cada época. Lo que en el ... The post Cuando los zapatos puntiagudos fueron un símbolo de corrupción moral en Londres appeared first on La piedra de Sísifo.
Las normas morales han evolucionado a lo largo del tiempo, adaptándose a los cambios culturales, sociales y económicos de cada época. Lo que en el pasado era considerado aceptable o incluso virtuoso puede hoy ser visto como inaceptable, y viceversa. Por ejemplo, prácticas como la esclavitud, que alguna vez fueron ampliamente aceptadas, ahora son universalmente condenadas. Este cambio se debe, en gran parte, a la interacción entre diferentes culturas, los avances en el conocimiento y la reflexión ética, así como los movimientos sociales que han cuestionado y transformado las estructuras de poder y las nociones de justicia.
Una de las preocupaciones morales más singulares de la Edad Media tenía que ver con una moda muy curiosa, la de los zapatos pintuagudos, llamados poulaines o cracovianas (por la ciudad de Cracovia, de donde se que que son originarias), que según se creía promovían la desviación sexual y que además fueron señalados como los culpables de propagar la Peste Negra, por lo que acabaron siendo prohibidos en Londres.
El monje benedictino Orderic Vitalis criticó con especial virulencia los zapatos de punta larga en su obra Historia de la Iglesia, escrita alrededor del 1100. Aquí leemos: «Un hombre depravado llamado Robert fue el primero, en la época de William Rufus, en introducir la práctica de rellenar las puntas largas de los zapatos con estopa (fibra de lino, cáñamo o yute) y enrollarlas como si fueran cuernos de carnero. Esta moda absurda fue rápidamente adoptada por un gran número de nobles como una orgullosa distinción y signo de mérito. Nuestra juventud libertina está hundida en el afeminamiento.» También criticó otros elementos de la vestimenta normanda como el uso de guantes o las túnicas largas. Según el monje, esta moda hacía que se entregaran «a la inmundicia sodomítica», con «largos y lujosos cabellos como los de las mujeres» y «camisas y túnicas demasiado ajustadas». En cuanto a los zapatos puntiagudos añadió: «Meten los dedos de los pies en cosas que parecen colas de serpientes que presentan a la vista la forma de escorpiones.»
Las poulaines eran un calzado puntiagudo usado sobre todo por hombres ricos, que ponían de manifiesto la incapacidad de sus propietarios para realizar trabajos físicos. Las puntas largas se mantenían erguidas rellenándolas con musgo o paja y podían estar hechas de telas decorativas elegantes o de cuero más resistente. Incluso había versiones blindadas para usar en batalla. El Museo de Londres tiene ejemplares con puntas de más de 10 centímetros de largo, mientras que un monje de la abadía de Evesham afirmó en 1394 que había visto a gente que usaba zapatos de hasta 45 centímetros de largo. La punta larga era considerada fálica y el corte alrededor del tobillo era descaradamente bajo, alargando la pierna y mostrando una parte de la pierna a menudo cubierta con medias coloridas para llamar la atención de los admiradores. También se pensaba que si el calzado tenía cascabeles cosidos en los extremos de las puntas, indicaba que quien lo llevaba estaba disponible para juegos sexuales.
Aparte de la asociación pecaminosa con los placeres carnales, a los clérigos les preocupaba que las largas punteras impidieran a las personas arrodillarse de la manera adecuada. Esta restricción de la capacidad de orar correctamente llevó a los líderes religiosos a denominarlos «garras de Satanás», y en 1215 el Papa Inocencio III prohibió a los sacerdotes usarlas, junto con ropas verdes o rojas, hebillas ornamentadas o capas desabrochadas.
En 1348, cuando la Peste Negra llegó a Londres matando aproximadamente a unas 40.000 personas, casi la mitad de la población de la ciudad, la Iglesia señaló como causante de la plaga la «mala conducta de los hombres» y las poulaines simbolizaban ese comportamiento. En 1362, el Papa Urbano V intentó prohibirlos por completo, y en 1463, el Parlamento del Reino Unido, bajo el reinado de Eduardo IV, aprobó una ley para impedir que cualquier persona de rango inferior al de lord usara zapatos con una longitud superior a dos pulgadas en las puntas. Las personas que fueran consideradas de un rango demasiado bajo como para tener una punta extremadamente larga podían ser multadas, y «cualquier zapatero dentro de la ciudad de Londres o en un radio de tres millas» tenía prohibido fabricarlas para personas de nobleza insuficiente.
Pero lo que acabó con las poulaines no fueron estas restricciones, sino lo que acaba con cualquier moda, hija por naturaleza de una época determinada. Hacia 1475 la tendencia ya prácticamente había desaparecido, sustituida por una nueva moda a finales del siglo XV, con Enrique VIII, al que le gustaban los zapatos anchos y cuadrados (algunas suelas llegaron a medir más de 17 centímetros de ancho).
Como era de esperar, las poulaines no eran un calzado muy bueno para los pies. Un estudio de 2021 llegó a la conclusión de que quienes vivían en barrios más a la moda en pleno auge de las poulaines tenían muchas más probabilidades de tener pies deformes y fracturas óseas en los brazos asociadas a lesiones por caídas.
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