El libro que creció como un árbol

En enero de 2021, mientras Madrid estaba colapsada por una borrasca de nieve y el país se veía afectado por las restricciones de la pandemia, Paloma Díaz-Mas perdió a su hermano de un modo repentino. La novela Las fracturas doradas es, de alguna manera, la forma en que la autora afrontó el duelo. En este... Leer más La entrada El libro que creció como un árbol aparece primero en Zenda.

Jan 18, 2025 - 06:50
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El libro que creció como un árbol

En enero de 2021, mientras Madrid estaba colapsada por una borrasca de nieve y el país se veía afectado por las restricciones de la pandemia, Paloma Díaz-Mas perdió a su hermano de un modo repentino. La novela Las fracturas doradas es, de alguna manera, la forma en que la autora afrontó el duelo.

En este Making Of, Paloma Díaz-Mas cuenta las circunstancias que rodearon a la escritura de Las fracturas doradas (Anagrama).

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Yo estaba escribiendo un libro, cuando la realidad se impuso a la literatura y me cambió los planes.

Mi libro en ciernes había sido concebido como algo parecido a unas memorias en las que el mundo real se mezclaba con lo onírico porque cada capítulo empezaba con la descripción de un sueño, que daba luego paso a una serie de recuerdos y evocaciones. Pero de repente irrumpió en mi vida una realidad parecida a una pesadilla y lo trastocó todo.

"Cuando, más de dos horas después, me llamó por teléfono, me bastó oir su llanto para confirmar lo que ya sabía: nuestro hermano había muerto solo, mientras teletrabajaba en el pequeño apartamento en el que vivía"

Eran todavía tiempos de pandemia. Íbamos enmascarados por la calle, en los lugares públicos y, absurdamente, hasta en nuestros paseos por el campo, y había aún severas restricciones de movilidad. Nosotros, por ejemplo, no podíamos salir de la provincia del Norte en la que vivíamos. Por añadidura, la tempestad de nieve de la borrasca Filomena había dejado helada e intransitable la mitad del país, con muchas zonas incomunicadas.

Me recuerdo hablando por teléfono con mi hermana, las dos preocupadas y sin saber cómo actuar: hacía dos días que no teníamos noticia de nuestro hermano menor, que vivía solo en una pequeña localidad cercana a Madrid y no respondía ni a nuestros mensajes ni a las cada vez más insistentes llamadas. “¿Y qué hacemos?”, decía yo, angustiada por la doble incomunicación de las restricciones de movilidad y la climatología. “Yo voy a ir”, respondió ella, y emprendió valerosamente la aventura complicada de desplazarse desde el barrio de Madrid donde ella vivía hasta la casa de nuestro hermano, a pocos kilómetros de distancia. Cuando, más de dos horas después, me llamó por teléfono, me bastó oir su llanto para confirmar lo que ya sabía: nuestro hermano había muerto solo, mientras teletrabajaba en el pequeño apartamento en el que vivía.

"Así que, ya de regreso a casa, en la ciudad del Norte que seguía confinada y en la que la vida continuaba como si nada nos hubiera sucedido, empecé a escribir sin un plan preciso"

Desde nuestra casa, mi marido y yo emprendimos un viaje hacia la muerte, atravesando en coche paisajes helados en una noche de enero. Era la segunda muerte repentina de mi vida y durante el viaje pude rememorar muchas veces la primera, la de nuestro padre, que un día de mayo cayó desplomado ante nuestros ojos, cuando yo era una adolescente y mis hermanos unos niños. Aquella muerte ya lejana, de hacía casi cincuenta años, había dividido en dos nuestras vidas y ahora esta otra, igualmente inesperada, abría en nuestra existencia una nueva fisura irreparable.

El proyecto literario en el que trabajaba quedó aparcado porque aquellos días vividos tan intensamente, de forma tan desgarradora, exigían ser contados. Así que, ya de regreso a casa, en la ciudad del Norte que seguía confinada y en la que la vida continuaba como si nada nos hubiera sucedido, empecé a escribir sin un plan preciso. Anotaba, sin orden, lo que se me ocurría, atendiendo a la necesidad de purgar mi espíritu de las cosas amargas que había vivido, de contarme a mí misma lo que había pasado, de refugiarme en un reducto íntimo en el que nadie más podía entrar.

"Pese a que sus partes están bien definidas y el conjunto responde a una estructura, yo no tengo la impresión de haber planificado ni estructurado el libro"

Pero aquellos apuntes desordenados fueron adquiriendo orden y estructura. Me acordé de una técnica japonesa de restauración de la porcelana, el kintsugi, que consiste en pegar con resina los fragmentos de un objeto roto y, en lugar de disimular las líneas de fractura, resaltarlas pintándolas con oro. Me pareció una metáfora certera del proceso del duelo, mediante el cual nos reconstruimos a nosotros mismos, pero quedan marcadas las huellas, las partes rotas, las fracturas. Si podemos dorar esas fracturas, habremos conseguido que el dolor de la pérdida nos haga, como a los cuencos restaurados por kintsugi, más perfectos y más bellos.

Así, el libro acabó organizándose en cinco partes: “Días de hielo” es un recuerdo de los sucesos de aquellos días, pero tiene el aire de una de las pesadillas que iban a servir de encabezamiento a mi libro proyectado e interrumpido; “Carpintería dorada: un cuento inserto” responde a la necesidad de romper la tensión del primer capítulo, marchándonos muy lejos en el tiempo y en el espacio, nada menos que al Japón del siglo XV, cuando se inventó la técnica del kintsugi; “Fragmentos” es una rememoración de momentos del pasado, pedazos de nuestra vida; “Restauración” es el cierre del duelo, con el proceso de asimilación y aceptación; hasta llegar a “Las fracturas doradas” que dan nombre y sentido al libro.

"Hacía meses que había terminado el libro, pero no me atrevía a enviarlo a la editorial. Temía que su publicación hiciese daño a las personas que vivieron aquella experiencia conmigo"

Pese a que sus partes están bien definidas y el conjunto responde a una estructura, yo no tengo la impresión de haber planificado ni estructurado el libro. Más bien es como si la obra —a la que, pese a su claro trasfondo autobiográfico, prefiero llamar novela—  hubiera crecido por sí misma, como crecen los árboles, de manera aleatoria y caótica, pero con una extraña armonía.

Hacía meses que había terminado el libro, pero no me atrevía a enviarlo a la editorial. Temía que su publicación hiciese daño a las personas que vivieron aquella experiencia conmigo. Pero, por los mensajes que me han llegado después, no parece haber sido así, quizás porque los lectores han reconocido en estas fracturas doradas sus propias fracturas, las que todos guardamos en nuestro interior.

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Autora: Paloma Díaz-Mas. Título: Las fracturas doradas. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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