El autor del ‘Lazarillo’, Juan de Valdés

Una de las monedas que aparecen en el relato, la ausencia de referencias a América, el uso del dialecto castellano-manchego del XVI en su variedad conquense, la ortografía original... Muchos detalles apuntan al pequeño de los Valdés como autor de la novela Los pazos de doña Emilia En el último número de eHumanista, una revista de investigación literaria, he publicado un artículo que me parece clave para identificar al autor del Lazarillo. En concreto, con él creo haber demostrado que la redacción de la novela solo pudo ocurrir durante los años correspondientes a lo que se ha denominado la datación temprana del relato, es decir, entre 1525 y 1530. Frente a ella, la llamada datación tardía propone que la composición del Lazarillo habría ocurrido entre 1546 y 1553, es decir, en unas fechas muy próximas a la publicación de sus cuatro primeras ediciones conocidas (1554). Entre los datos que me han llevado a tal conclusión, uno de los más determinantes procede de la historia de las monedas que se mencionan en la novela y, en especial, de la “pieza de a dos” con la que el escudero pretende pagar el alquiler de su casa. En realidad, esa moneda que el narrador denomina “pieza de a dos” era el doble ducado de oro, la cual se dejó de acuñar en 1537, año en que fue sustituido por el escudo, otra moneda de menor quilataje, para así evitar la fuga al extranjero del oro español. En otras palabras, dado que en este caso el narrador se refiere a una moneda física y no a una abstracta unidad de cambio, la escritura de este pasaje tuvo que darse como muy tarde en esa fecha de 1537 o, a modo de generosa concesión, un par de años más tarde, cuando su circulación no fuera ya de curso legal. Otro dato importante es la ausencia en el Lazarillo de menciones a América; ausencias muy difíciles de explicar en una novela que, según la datación tardía, se habría escrito medio siglo después del descubrimiento y en plena fiebre de la llegada a España de los metales preciosos americanos. Como contraste, las menciones a América son casi un lugar común en todas las novelas picarescas y aparecen también en la Segunda Parte del Lazarillo, atribuida a Juan de Luna y publicada en 1555, es decir, en fechas casi simultáneas a las de la datación tardía. Además, en el orden lingüístico y para ser más precisos todavía, muestro también que el título de insigne que recibe Toledo en el Lazarillo únicamente aparece en los documentos oficiales de 1525 y no en documentos anteriores o posteriores a esa fecha, donde los títulos suelen ser noble, muy noble o imperial pero nunca insigne. La redacción solo pudo ocurrir durante los años correspondientes a lo que se ha denominado la datación temprana del relato; es decir, entre 1525 y 1530 A estos tres argumentos novedosos añado y releo otros clásicos, como los referidos a la identidad de las Cortes mencionadas al final de la novela (que exclusivamente pueden ser las de 1525), a las fechas de actividad de la corriente religiosa de los alumbrados de Toledo (que acaban hacia 1540) o a la biografía de algunos personajes históricos aludidos en el relato, como puede ser Diego López Pacheco y Portocarrero, el segundo Duque de Escalona, fallecido en 1529. Además, y esta aportación me parece especialmente importante, corrijo lo que considero el principal error de la datación tardía, es decir, el de haber pensado que el decreto de expulsión de los pobres de Toledo de 1546 se refería a los mendigos foráneos y no, como afirmaba el documento original, a los mendigos fingidos. En concreto, las ordenanzas municipales especificaban que los mendigos que debían ser encarcelados y castigados eran “los que no estuvieren enfermos y ellos se fazen tales”. Por el contrario, se permitía que tanto los pobres naturales de Toledo como los que “vienen fuera de ella enfermos” pudieran ser “remediados e se les dé rrecaudo para que no se mueran por las calles”. En consecuencia, la expulsión de los “pobres extranjeros” del tratado tercero solo pudo ocurrir en 1525, al amparo de las decisiones de las cortes de Valladolid de 1523 y de Toledo de 1525, que explícitamente legislaron en esta dirección. Obviamente, las implicaciones de estos datos son cruciales a la hora de identificar al autor de la novela, pues con su datación temprana quedan descartados los candidatos que fueran demasiado mayores o demasiado jóvenes para redactar una novela escrita por —y en esto el consenso es general— un autor que se encuentra en sus años de madura juventud o de temprana madurez. Con estos presupuestos y a merced de la imprecisión de algunas fechas, podrían descartarse, por ejemplo, las autorías de Fernando de Rojas (1465-1541), Sebastián de Horozco (1510-1579), Juan Arce de Otálora (1515-1562) o Francisco de Enzinas (1518‑1552). Vigentes quedarían por ahora otras como la de Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), Alfonso de Valdés (¿1500?‑1532) o fray

Jun 6, 2025 - 23:55
 0
El autor del ‘Lazarillo’, Juan de Valdés

El autor del ‘Lazarillo’, Juan de Valdés

Una de las monedas que aparecen en el relato, la ausencia de referencias a América, el uso del dialecto castellano-manchego del XVI en su variedad conquense, la ortografía original... Muchos detalles apuntan al pequeño de los Valdés como autor de la novela

Los pazos de doña Emilia

En el último número de eHumanista, una revista de investigación literaria, he publicado un artículo que me parece clave para identificar al autor del Lazarillo. En concreto, con él creo haber demostrado que la redacción de la novela solo pudo ocurrir durante los años correspondientes a lo que se ha denominado la datación temprana del relato, es decir, entre 1525 y 1530. Frente a ella, la llamada datación tardía propone que la composición del Lazarillo habría ocurrido entre 1546 y 1553, es decir, en unas fechas muy próximas a la publicación de sus cuatro primeras ediciones conocidas (1554).

Entre los datos que me han llevado a tal conclusión, uno de los más determinantes procede de la historia de las monedas que se mencionan en la novela y, en especial, de la “pieza de a dos” con la que el escudero pretende pagar el alquiler de su casa. En realidad, esa moneda que el narrador denomina “pieza de a dos” era el doble ducado de oro, la cual se dejó de acuñar en 1537, año en que fue sustituido por el escudo, otra moneda de menor quilataje, para así evitar la fuga al extranjero del oro español. En otras palabras, dado que en este caso el narrador se refiere a una moneda física y no a una abstracta unidad de cambio, la escritura de este pasaje tuvo que darse como muy tarde en esa fecha de 1537 o, a modo de generosa concesión, un par de años más tarde, cuando su circulación no fuera ya de curso legal.

Otro dato importante es la ausencia en el Lazarillo de menciones a América; ausencias muy difíciles de explicar en una novela que, según la datación tardía, se habría escrito medio siglo después del descubrimiento y en plena fiebre de la llegada a España de los metales preciosos americanos. Como contraste, las menciones a América son casi un lugar común en todas las novelas picarescas y aparecen también en la Segunda Parte del Lazarillo, atribuida a Juan de Luna y publicada en 1555, es decir, en fechas casi simultáneas a las de la datación tardía. Además, en el orden lingüístico y para ser más precisos todavía, muestro también que el título de insigne que recibe Toledo en el Lazarillo únicamente aparece en los documentos oficiales de 1525 y no en documentos anteriores o posteriores a esa fecha, donde los títulos suelen ser noble, muy noble o imperial pero nunca insigne.

La redacción solo pudo ocurrir durante los años correspondientes a lo que se ha denominado la datación temprana del relato; es decir, entre 1525 y 1530

A estos tres argumentos novedosos añado y releo otros clásicos, como los referidos a la identidad de las Cortes mencionadas al final de la novela (que exclusivamente pueden ser las de 1525), a las fechas de actividad de la corriente religiosa de los alumbrados de Toledo (que acaban hacia 1540) o a la biografía de algunos personajes históricos aludidos en el relato, como puede ser Diego López Pacheco y Portocarrero, el segundo Duque de Escalona, fallecido en 1529.

Además, y esta aportación me parece especialmente importante, corrijo lo que considero el principal error de la datación tardía, es decir, el de haber pensado que el decreto de expulsión de los pobres de Toledo de 1546 se refería a los mendigos foráneos y no, como afirmaba el documento original, a los mendigos fingidos. En concreto, las ordenanzas municipales especificaban que los mendigos que debían ser encarcelados y castigados eran “los que no estuvieren enfermos y ellos se fazen tales”. Por el contrario, se permitía que tanto los pobres naturales de Toledo como los que “vienen fuera de ella enfermos” pudieran ser “remediados e se les dé rrecaudo para que no se mueran por las calles”. En consecuencia, la expulsión de los “pobres extranjeros” del tratado tercero solo pudo ocurrir en 1525, al amparo de las decisiones de las cortes de Valladolid de 1523 y de Toledo de 1525, que explícitamente legislaron en esta dirección.

Obviamente, las implicaciones de estos datos son cruciales a la hora de identificar al autor de la novela, pues con su datación temprana quedan descartados los candidatos que fueran demasiado mayores o demasiado jóvenes para redactar una novela escrita por —y en esto el consenso es general— un autor que se encuentra en sus años de madura juventud o de temprana madurez. Con estos presupuestos y a merced de la imprecisión de algunas fechas, podrían descartarse, por ejemplo, las autorías de Fernando de Rojas (1465-1541), Sebastián de Horozco (1510-1579), Juan Arce de Otálora (1515-1562) o Francisco de Enzinas (1518‑1552). Vigentes quedarían por ahora otras como la de Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), Alfonso de Valdés (¿1500?‑1532) o fray Juan de Ortega (1495‑1557).

El sustrato dialectal

Este artículo mío venía a acompañar a otros previos que, por caminos diferentes, me habían llevado también a la misma conclusión, es decir, a proponer a Juan de Valdés como el más probable candidato a la paternidad de la novela. Otro de los análisis clave fue el referido al registro dialectal del narrador, registro que reveló que el dialecto del Lazarillo no solo era el castellano-manchego del XVI, sino que este, además, presentaba cierta inclinación hacia la variante conquense, es decir, hacia la variante propia de la provincia natal de los Valdés. A esta conclusión me llevaron, por ejemplo, el empleo de los diminutivos acabados en -ico y en -ete, explicables por la proximidad de Cuenca con Aragón y Levante; la frecuente aparición de la llamada a- protética en verbos de la primera conjugación (acallar, abajar); el peculiar empleo de los posesivos ante sustantivos personales (mi ciego); o la omisión de la -d final en los imperativos (olé/oled; pasá/pasad). Una de las consecuencias de estos datos era también el descarte de candidatos como el andaluz Hurtado de Mendoza, que no presenta este tipo de marcas, o como el propio Alfonso de Valdés, que prefiere las formas más cultas y menos populares del idioma.

El dialecto del 'Lazarillo' no solo era el castellano-manchego del XVI, sino que este, además, presentaba cierta inclinación hacia la variante conquense

El mismo artículo mostraba además que la ortografía original del Lazarillo era, por momentos, muy especial y hasta caprichosa. En particular llamaba la atención que algunas de las reglas más singulares de las primeras ediciones del libro, como puede ser el característico uso de la h en las formas del verbo haber, coincidían con las reglas propuestas por Valdés en su Diálogo de la lengua pero no, por ejemplo, con las de la Gramática castellana de Nebrija. En este sentido, es una lástima que la mayoría de las ediciones modernas del Lazarillo hayan obviado esa singular ortografía, pues así solo se ha añadido un obstáculo más a la ya difícil identificación del responsable del relato.

Otras distancias entre Juan de Valdés y su hermano Alfonso quedan reforzadas en dos artículos más centrados en el tipo de oraciones que aparecen en sus escritos. Así, la sintaxis de Juan, como la del Lazarillo, prefiere las oraciones subordinadas a las coordinadas y también la abundancia de incisos a la linealidad. Esta preferencia se explica por la inclinación de Juan por la espontaneidad del habla popular. Por el contrario, la sintaxis de Alfonso, quien —no conviene olvidarlo— era el secretario de cartas latinas de Carlos V, suele ser mucho más formal y contenida, con una menor densidad de subordinación y una mayor abundancia de oraciones coordinadas. De la misma manera, tanto en Juan como en el Lazarillo, abundan las oraciones coordinadas copulativas unidas por la conjunción y mientras que Alfonso prefiere las series cortas de oraciones coordinadas o yuxtapuestas, con un uso más moderado de las conjunciones y con una mayor tendencia a las oraciones simples.

Biografía y pensamiento

El resto de mis artículos recoge también un número tan alto de “coincidencias” entre Valdés y el autor del Lazarillo que resulta prácticamente imposible negar que ambos sean, en el fondo, la misma persona. De hecho, del total de esas concordancias puede afirmarse que es el propio de las autorías canónicas o confirmadas, es decir, de aquellas autorías donde los ingredientes biográficos, ideológicos y lingüísticos del autor forman una unidad tan clara con el texto que hace imposible atribuir esa paternidad a cualquier otro escritor. Con palabras más sencillas y teniendo en cuenta todos esos datos, me parece que atribuir el Lazarillo a un autor distinto a Juan de Valdés sería algo así como atribuir La vida es sueño a un autor distinto a Calderón. Enumero rápidamente algunas de esas otras correspondencias insistiendo en su pertenencia a parcelas diferentes, bien sean a la biografía del autor, a su ideología o a la propia historia editorial del libro.

Entre las concordancias biogeográficas, hay que recordar que Valdés es el único autor con estancias documentadas en Salamanca, Escalona, Toledo y quizá también en La Sagra y Almorox, que son los lugares que albergan la mayoría de las aventuras de Lázaro. Hasta ahora, ninguna otra candidatura ha podido documentar un itinerario semejante para su respectivo autor. Por su lado, las detalladas menciones al paisaje urbano de Escalona y de Toledo solo pueden explicarse como procedentes de una experiencia directa de ambas ciudades. También resulta elocuente la ya mencionada alusión al Duque de Escalona, alusión que no se explica por necesidades narrativas, ya que este personaje no tiene ningún protagonismo en el relato. Sin embargo, tal extrañeza desaparece si consideramos que el duque era un muy querido protector de Valdés y también el destinatario de la dedicatoria del Diálogo de la Doctrina Cristiana, la obra que Valdés redactó por esas mismas fechas, seguramente en 1527.

Valdés es el único autor con estancias documentadas en Salamanca, Escalona, Toledo... los lugares que albergan la mayoría de las aventuras de Lázaro

Por su lado, la ideología del Lazarillo se ha definido como una combinación de opiniones erasmistas, alumbradas y judeoconversas, combinación que también cumple, y ejemplarmente, el caso de Valdés. En concreto, sabemos que Juan fue un ferviente integrante del grupo de los alumbrados de Escalona, que mantuvo correspondencia con el mismo Erasmo y que procedía de una influyente familia judeoconversa de Cuenca. Su condición de judeoconverso explica, por ejemplo, los recelos hacia el sistema social estamental, especialmente evidentes en el tercer tratado del Lazarillo y que serían imposibles en candidatos como Diego Hurtado de Mendoza, que pertenecía a la alta nobleza y que, además, apenas mostró interés por la reforma religiosa que tan nuclear es para la novela.

Historia editorial y preferencias literarias

En cuanto a la historia editorial y a la edición prínceps del libro, este, dentro del debate en torno al Lazarillo, es un enigma con entidad propia y quizá el que más tinta ha hecho correr. Pero, de nuevo, es también Valdés quien lleva la ventaja sobre los demás candidatos, pues cuando a estos se les piden explicaciones sobre la trayectoria editorial del libro la respuesta es casi siempre la de un silencio total. Por el contrario, de Valdés sabemos que era un gran amigo de Miguel de Eguía, el impresor de Alcalá que publicó su Diálogo de la Doctrina Cristiana y cuyos herederos imprimieron en 1554 una de las cuatro primeras ediciones conocidas del Lazarillo. El azar o la diosa Fortuna hicieron que la historia del manuscrito original se complicase, pues hacia 1529 tanto Valdés como Eguía estaban huyendo de la Inquisición y debieron abandonar sus proyectos editoriales más inmediatos. Sin embargo, con estos datos como referencia, es fácil explicar otro de los problemas claves del Lazarillo, es decir, el salto temporal entre la redacción de la novela por Valdés hacia 1526 y su publicación por los herederos de Miguel de Eguía en 1554.

Atribuir el 'Lazarillo' a un autor distinto a Juan de Valdés sería algo así como atribuir 'La vida es sueño' a un autor distinto a Calderón

Finalmente, en el plano literario y a través del Diálogo de la Lengua, redactado por Valdés hacia 1535, contamos con la ventaja de conocer también sus lecturas preferidas. Pues bien, entre ellas destaca la traducción que en 1516 hizo el dominico Alberto de Aguayo de la famosa Consolación de la Filosofía de Boecio.

El encendido aprecio de Valdés por esta traducción resulta trascendental, ya que es la mejor forma de explicar la aparición en el Lazarillo de tres isotopías (conjunto de vocablos de significado análogo) comunes con la Consolación y que además se corresponden con algunos de los principales ejes conceptuales de la novela. Por su lado, estos forman un conjunto que, en cuanto tal conjunto, no ha podido documentarse en los demás candidatos. Este trío de concordancias tan significativas y comunes al Lazarillo y a la traducción de Aguayo son las “fortunas y adversidades” del título, el “caso” del prólogo y los “hombres buenos” a los que se arrima Lázaro al final del relato.

Como conclusión, creo que no debe caber ninguna duda de que el número y la relevancia de todas estas concordancias entre Valdés y el Lazarillo son tan altos y tan específicos que no pueden considerarse simples “coincidencias”. Por ello resulta claro que, cuando menos, obligan al resto de los candidatos a producir un elenco de pruebas análogo a estas, tanto en la cantidad de muestras como en la calidad de las mismas. Pero mientras estas llegan, lo más práctico sigue siendo confiar en la solidez de las ya proporcionadas por Valdés, las cuales, sin duda alguna, serán el camino para llegar a la prueba final y definitiva. Para ello contamos, además, con el aliciente de que el año próximo (2026) celebraríamos los 500 años de la redacción del Lazarillo, una celebración merecedora de los mismos “grandes regozijos y fiestas” que la entrada de Carlos V en Toledo, tras la victoria de Pavía.

José María Martínez es catedrático de Literatura / Universidad Rey Juan Carlos.

Este sitio utiliza cookies. Al continuar navegando por el sitio, usted acepta nuestro uso de cookies.