‘Norma enrevesada’, de Anne Carson: el nuevo libro de la escritora inclasificable que dialoga entre lo clásico y lo contemporáneo

La poeta canadiense, premio Princesa de Asturias de las Letras 2020, celebra sus 75 años con un nuevo libro de textos en prosa y verso, collages y reproducciones de poemas mecanografiadosThomas Mann, un escritor al borde de su propio relato “Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”. Esta es la escueta biografía que se puede leer de ella en la última edición en castellano de una de sus obras más importantes, los poemas narrativos de La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos (2001; Lumen, 2019, trad. Andreu Jaume), una meditación sobre el divorcio por la que se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio T. S. Eliot. En el momento de la publicación se podría haber citado su entonces ya nada desdeñable lista de publicaciones –desde el ensayo sobre el deseo con el que se dio a conocer, Eros dulce y amargo (1986), a libros tan relevantes como Autobiografía de Rojo (19998) u Hombres en sus horas libres (2001)–, además de sus numerosos reconocimientos, que culminaron en 2020 con el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Nacida en Toronto el 21 de junio de 1950, hace ahora 75 años, Anne Carson es, desde hace tiempo, una firme candidata al Nobel de Literatura. Esto también se podría comentar en su presentación, pero ella prefiere mantenerse discreta. No se prodiga en entrevistas, guarda con celo su vida privada (aunque en ocasiones marca sus escritos, como Nox, 2010, una elegía a su hermano muerto) y hasta hace poco impartía clases de literatura clásica y comparada en la universidad, como ha hecho desde que completó sus estudios, indiferente al prestigio que iba ganando como autora. Ha repartido su carrera entre la creación, la docencia y la traducción de clásicos griegos como Safo –a quien estudió en su tesis–, Eurípides y Sófocles, esto último no como un trabajo para subsistir, como hacen muchos escritores, sino dándole el mismo peso que a su propia obra. ¿Y qué escribe Anne Carson? Es habitual referirse a ella como poeta, y sí, gran parte de su producción se compone de versos. Pero la poesía es, o puede ser, además, el terreno literario donde la inmediatez, la improvisación y el juego se manifiestan de forma más clara; no en vano las primeras vanguardias literarias encontraron su canal de expresión en ella, o cuando menos en su quiebre, su reinvención tanto formal como temática. Carson, con su vasta formación en filología clásica, es una gran continuadora de esa tendencia. Gran continuadora porque no solo desafía las estructuras convencionales, sino que alumbra nuevos caminos, híbridos del antiguo y el contemporáneo. Si de algunos autores se dice que cultivan diferentes géneros, una clasificación ordenada de ensayo, narrativa, poesía y lo que se tercie, de Anne Carson más bien debería decirse que trabaja con varios géneros a la vez, retando al lector a definir, si se atreve, qué tiene entre las manos. Cada una de sus propuestas es distinta, y audaz, conserva la constante de las alusiones grecolatinas y experimenta con la forma, siempre desde la libertad que le da crear sin la necesidad de amoldarse a las demandas del mercado; sin la necesidad siquiera, se podría pensar, de ser entendida por el público (aunque ¿la literatura, el arte, llegan a entenderse alguna vez?). En consonancia, sus conferencias y lecturas públicas se salen asimismo de la norma para parecerse más a una moderna performance. Sí, no hay que engañarse: Carson es una bestia literaria en más de un sentido, porque –las pocas ocasiones en las que se presta a aparecer– pone hasta su cuerpo en la hazaña. Ha logrado inspirar una suerte de mito en torno a ella; no es solo una escritora más que escribe; es toda una presencia. Y siempre, siempre, es singular, inesperada. Lo que nos cuesta acotar en los parámetros conocidos puede producir rechazo, por esa costumbre tan humana de refugiarse en el confort de lo ya sabido, y también porque en no pocas oportunidades la voluntad de experimentar fracasa, la pirueta formal engulle la vida, echa por tierra la trascendencia que conecta con el lector-receptor y lo implica. No es su caso: Carson no escribe en vano ni se envanece. Uno tiene la seguridad de que cada palabra (y todavía más: cada coma, cada punto y aparte, cada tachón) está afilada a conciencia. Sus libros no serán para la mayoría, quizá –no es fácil ni amable ni rápida de digerir–, pero su exigencia, su irreverencia desde la más formal erudición, son un estímulo para sus asiduos. Como los clásicos, que cuando se leen de verdad resultan mucho más actuales y subversivos de lo que se tiende a creer, sus interpretaciones potenciales nunca se agotan; uno las redescubre (y se redescubre a sí mismo) en cada nueva aproximación. Y en cada título que llega a las librerías. El último es Norma enrevesada (2024; Vaso Roto, 2025, trad. Jeannette L. Clariond). Sigue la estela de obras como el mencionado No

Jun 6, 2025 - 23:55
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‘Norma enrevesada’, de Anne Carson: el nuevo libro de la escritora inclasificable que dialoga entre lo clásico y lo contemporáneo

‘Norma enrevesada’, de Anne Carson: el nuevo libro de la escritora inclasificable que dialoga entre lo clásico y lo contemporáneo

La poeta canadiense, premio Princesa de Asturias de las Letras 2020, celebra sus 75 años con un nuevo libro de textos en prosa y verso, collages y reproducciones de poemas mecanografiados

Thomas Mann, un escritor al borde de su propio relato

“Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”. Esta es la escueta biografía que se puede leer de ella en la última edición en castellano de una de sus obras más importantes, los poemas narrativos de La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos (2001; Lumen, 2019, trad. Andreu Jaume), una meditación sobre el divorcio por la que se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio T. S. Eliot. En el momento de la publicación se podría haber citado su entonces ya nada desdeñable lista de publicaciones –desde el ensayo sobre el deseo con el que se dio a conocer, Eros dulce y amargo (1986), a libros tan relevantes como Autobiografía de Rojo (19998) u Hombres en sus horas libres (2001)–, además de sus numerosos reconocimientos, que culminaron en 2020 con el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

Nacida en Toronto el 21 de junio de 1950, hace ahora 75 años, Anne Carson es, desde hace tiempo, una firme candidata al Nobel de Literatura. Esto también se podría comentar en su presentación, pero ella prefiere mantenerse discreta. No se prodiga en entrevistas, guarda con celo su vida privada (aunque en ocasiones marca sus escritos, como Nox, 2010, una elegía a su hermano muerto) y hasta hace poco impartía clases de literatura clásica y comparada en la universidad, como ha hecho desde que completó sus estudios, indiferente al prestigio que iba ganando como autora. Ha repartido su carrera entre la creación, la docencia y la traducción de clásicos griegos como Safo –a quien estudió en su tesis–, Eurípides y Sófocles, esto último no como un trabajo para subsistir, como hacen muchos escritores, sino dándole el mismo peso que a su propia obra.

¿Y qué escribe Anne Carson? Es habitual referirse a ella como poeta, y sí, gran parte de su producción se compone de versos. Pero la poesía es, o puede ser, además, el terreno literario donde la inmediatez, la improvisación y el juego se manifiestan de forma más clara; no en vano las primeras vanguardias literarias encontraron su canal de expresión en ella, o cuando menos en su quiebre, su reinvención tanto formal como temática. Carson, con su vasta formación en filología clásica, es una gran continuadora de esa tendencia. Gran continuadora porque no solo desafía las estructuras convencionales, sino que alumbra nuevos caminos, híbridos del antiguo y el contemporáneo.

Si de algunos autores se dice que cultivan diferentes géneros, una clasificación ordenada de ensayo, narrativa, poesía y lo que se tercie, de Anne Carson más bien debería decirse que trabaja con varios géneros a la vez, retando al lector a definir, si se atreve, qué tiene entre las manos. Cada una de sus propuestas es distinta, y audaz, conserva la constante de las alusiones grecolatinas y experimenta con la forma, siempre desde la libertad que le da crear sin la necesidad de amoldarse a las demandas del mercado; sin la necesidad siquiera, se podría pensar, de ser entendida por el público (aunque ¿la literatura, el arte, llegan a entenderse alguna vez?). En consonancia, sus conferencias y lecturas públicas se salen asimismo de la norma para parecerse más a una moderna performance.

Sí, no hay que engañarse: Carson es una bestia literaria en más de un sentido, porque –las pocas ocasiones en las que se presta a aparecer– pone hasta su cuerpo en la hazaña. Ha logrado inspirar una suerte de mito en torno a ella; no es solo una escritora más que escribe; es toda una presencia. Y siempre, siempre, es singular, inesperada. Lo que nos cuesta acotar en los parámetros conocidos puede producir rechazo, por esa costumbre tan humana de refugiarse en el confort de lo ya sabido, y también porque en no pocas oportunidades la voluntad de experimentar fracasa, la pirueta formal engulle la vida, echa por tierra la trascendencia que conecta con el lector-receptor y lo implica.

No es su caso: Carson no escribe en vano ni se envanece. Uno tiene la seguridad de que cada palabra (y todavía más: cada coma, cada punto y aparte, cada tachón) está afilada a conciencia. Sus libros no serán para la mayoría, quizá –no es fácil ni amable ni rápida de digerir–, pero su exigencia, su irreverencia desde la más formal erudición, son un estímulo para sus asiduos. Como los clásicos, que cuando se leen de verdad resultan mucho más actuales y subversivos de lo que se tiende a creer, sus interpretaciones potenciales nunca se agotan; uno las redescubre (y se redescubre a sí mismo) en cada nueva aproximación. Y en cada título que llega a las librerías.

El último es Norma enrevesada (2024; Vaso Roto, 2025, trad. Jeannette L. Clariond). Sigue la estela de obras como el mencionado Nox o Decreación (2005), es decir, los más eclécticos, hasta en la edición impresa: un volumen cuadrado, más grande que el tamaño habitual de una encuadernación en rústica, que comprende textos en prosa y verso, collages y reproducciones de poemas mecanografiados. La autora lo describe –y ese es el único comentario de la contracubierta–, como “una colección de escritos sobre diferentes temas: Joseph Conrad, Guantánamo, Flaubert, la nieve, la pobreza, el Diccionario de Sinónimos Roget, mi padre, una noche de sábado en edad adulta”.

Son textos independientes entre sí, por lo que el lector puede aventurarse a abrirlo al azar y deleitarse con cualquiera de sus composiciones. Al leerlo de principio a fin, no obstante, se observan algunos patrones, como la repetición de determinados versos al comienzo de los apartados (“cuál es tu filosofía del tiempo”), como una cadencia. En los contenidos, reconocemos su estilo (el verso libre, el poema dialogado) y reencontramos a sus queridos clásicos, que conviven con referencias a Adorno, Sartre o Bob Dylan, no para “ensayar” en un sentido académico, sino como el fruto de una conciencia muy curtida en todo tipo de lecturas, que –y ahí reside la originalidad– posee la capacidad de relacionar conceptos en principio alejados. Porque la mente funciona así, entre lo alto y lo bajo, lo de ayer y lo de hoy, la razón y la emoción; y si algo saben hacer los posmodernos es captar ese batiburrillo de manera única y provocadora.

Entre los más subrayables, destaca “Conferencia sobre la historia de la escritura aérea”, un relato que, emulando las cosmogonías primigenias y la creación bíblica, narra, desde una personificación del cielo, una suerte de historia de su proceso de formación a lo largo de siete días; un texto mordaz, metaliterario y poético que se renueva jornada a jornada: “El martes me convertí en nubes. […] las nubes no sólo suben tu mirada hacia el cielo, también inventan tu imaginación”. También el personalísimo Simposio de Platón, un poema muy narrativo que se aproxima al diálogo entre Sócrates y Alcibíades: “… un amante y su / mancebo no son intercambiables. / Y, aun así, Sócrates actúa como si él fuera el joven deslumbrante / y yo el viejo mendigando amor”.

Carson no está, aun con su vasta cultura, desconectada de la realidad y sus infiernos: en casi cada fragmento se pueden encontrar píldoras críticas con muchas capas de lectura. Y hay piezas como “Pobreza remix”, donde cruza el griego antiguo con la macroeconomía: “¿Por qué existe la pobreza? Porque existe la mezquindad - / En su macroeconómico (ley-de-la-demanda-y-ley-de-la-demanda) abrigo, / en su ritual-pharmakos (los-golpeamos-con-las-ramas) abrigo”; y regala frases como “la vergüenza yace en la piel de los ojos”.

Caligramas, enumeraciones, pequeñas lecciones de historia, Grimaldi y Putin y Julieta y John Cage. Fragmentos inconexos y desordenados, como dice ella misma. Los une esa mirada aguerrida de una personalidad creativa arrolladora, que bebe tanto de Homero y Safo como de Samuel Beckett, Gertrude Stein, Virginia Woolf y William Carlos Williams, pero sobre todo suena a sí misma, piensa como sí misma, desconcierta como solo ella sabe. Esta Norma enrevesada, en esta edición impecable de Vaso Roto, es una caja de hallazgos para el lector dispuesto a dejarse asombrar, a renunciar a la comprensión total: “Estoy a salvo, sólo por un tiempo. Derivo hacia el pasado, ¿es que hace veinte años no existía la pureza? Cerrar la puerta y pensar en algo, la luna, los bordillos. Etruria. El ser triunfa de cualquier modo”.

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