Wes Anderson está empezando a perder el interés del público cinéfilo, pero en realidad su cine siempre fue un espectáculo de la nadería irritante
Durante largo tiempo fue la niña bonita de una cinefilia siempre equipada con gafas de pasta y una tote bag, y hasta un público más general lograba desarrollar interés en sus películas. Sin embargo, los últimos años y obras recientes han marcado cierto distanciamiento entre Wes Anderson y el público cinéfilo, especialmente desde que decidió hacerse asiduo a asistir a Cannes donde era habitualmente recibido con frialdad. “Es Wes Anderson volviendo a hacer otra de Wes Anderson” argumentan los que ya se sienten agotados ante la perspectiva de una nueva película suya. Hay dos aspectos a cuestionar aquí. Primero el hecho de que alguien que siempre tuvo una voz distinguible dentro del cine americano de repente sea reprochado por tener voz. Lo segundo es que realmente no repite tanto sus películas, ya que va alternando entre géneros como la dramedia familiar, la road movie, la animación fantástica, la ciencia ficción o el thriller de robos. Parecen la misma película por cómo decide diseñarlas y enfocarlas, plegando siempre estos diferentes formatos para historias a su personalísima visión. Que la gente se esté agotando ahora con dicha visión, incluso aunque esté incorporando nuevos actores a su sección de colaboradores habituales o esté variando los formatos, muestra que esta realmente no tenía mucho recorrido. Los que hemos sido detractores de Anderson desde hace tiempo, casi desde sus inicios, ya estábamos situados en el plano del agotamiento o incluso la irritabilidad con un estilo muy primoroso, casi como un diseño elevado de casas de muñecas en las que realmente no hay espacio para que nadie más juegue. Probablemente era cuestión de tiempo que el resto empezase a moverse hacia nuestra dirección. Vaya por delante que he ido a ver todas sus películas, incluyendo su nueva ‘La trama fenicia’ hace poco, porque hasta para tener un desdén profundo es mejor hablar con propiedad. No odio todas sus películas, porque hay todavía algo puro en esa primera ‘Bottle Rocket (Ladrón que roba a ladrón)’ antes de empezar a acumular sus vicios y ‘Moonrise Kingdom’ me parece lo más cerca que ha estado nunca de hacer algo emocionalmente genuino y hasta conmovedor. Me gusta la textura que le da a ‘Isla de perros’, aunque con ella también llego al punto donde me exaspera cómo acaba siempre en el colmo de la nadería. En Espinof Wes Anderson parece confirmar lo que me temía con su nueva película. Ha caído en una eterna repetición Es un técnico brillante, empleando con precisión los movimientos de cámara y cuidando al máximo la puesta en escena, y sus películas siempre están plagadas de referencias a cine de autor clásico y recóndito, pudiendo ir desde la excentricidad clínica y divertida de Jacques Tati al acabado deslumbrante de Powell y Pressburger, que están muy presentes en ‘La trama fenicia’. Hay un montón de cosas con las que quedarse embobado con sus películas. Pero absolutamente nada que rascar tras ellas. Siendo perverso, no es complicado entender que la IA haya conseguido replicar su estilo mejor que el de la mayoría de directores, dado que su capacidad decorativa siempre ha ido en dirección inversamente proporcional al contenido real de sus imágenes. Su empleo de los colores y la simetría son muy llamativos, pero no persiguen más propósito que declarar una presencia, que no es lo mismo que declarar intenciones. Estas siempre quedan perdidas en ese intento de explotar contrastes que no parece calibrar a pesar de su afán por ser preciso. Emoción de un autómata Su celebrada capacidad para el humor siempre me ha parecido muy cuestionable, dada la precisión casi robótica que persigue a menudo y a como dirige los actores siempre en un registro muy autómata, que en lugar de expresar la melancolía que supuestamente tiene que oponerse al absurdo que rodea a los personajes. Cuando alguien te insiste mucho en un chiste que hace poca gracia, lo terminas encontrando irritante, y cuando alguien tiene que enunciar continuamente lo que está sintiendo, es que no está encontrando las maneras adecuadas de comunicarlo. Su tono siempre se empeña en plegar estos extremos opuestos, donde los chistes más chalados tienen que ser expresados con un rigor que es casi mortis. Todos estos intentos, al igual que sus referencias cinematográficas, son entendidos desde la superficialidad más exasperante, algo que también se refleja en unos guiones más vacíos de lo que sus defensores están dispuestos a conceder. Estos hacen mucho hincapié en como el cine de Anderson indaga en las complejas relaciones familiares o en el arte de contar historias, pero sus ideas al respecto acaban siendo muy planas y desarrolladas en ocasiones de manera muy caprichosa, como la relación padre-hija que marca su última película. En Espinof Wes Anderson, mucho más que simetría y front

Durante largo tiempo fue la niña bonita de una cinefilia siempre equipada con gafas de pasta y una tote bag, y hasta un público más general lograba desarrollar interés en sus películas. Sin embargo, los últimos años y obras recientes han marcado cierto distanciamiento entre Wes Anderson y el público cinéfilo, especialmente desde que decidió hacerse asiduo a asistir a Cannes donde era habitualmente recibido con frialdad.
“Es Wes Anderson volviendo a hacer otra de Wes Anderson” argumentan los que ya se sienten agotados ante la perspectiva de una nueva película suya. Hay dos aspectos a cuestionar aquí. Primero el hecho de que alguien que siempre tuvo una voz distinguible dentro del cine americano de repente sea reprochado por tener voz. Lo segundo es que realmente no repite tanto sus películas, ya que va alternando entre géneros como la dramedia familiar, la road movie, la animación fantástica, la ciencia ficción o el thriller de robos. Parecen la misma película por cómo decide diseñarlas y enfocarlas, plegando siempre estos diferentes formatos para historias a su personalísima visión.
Que la gente se esté agotando ahora con dicha visión, incluso aunque esté incorporando nuevos actores a su sección de colaboradores habituales o esté variando los formatos, muestra que esta realmente no tenía mucho recorrido. Los que hemos sido detractores de Anderson desde hace tiempo, casi desde sus inicios, ya estábamos situados en el plano del agotamiento o incluso la irritabilidad con un estilo muy primoroso, casi como un diseño elevado de casas de muñecas en las que realmente no hay espacio para que nadie más juegue. Probablemente era cuestión de tiempo que el resto empezase a moverse hacia nuestra dirección.
Vaya por delante que he ido a ver todas sus películas, incluyendo su nueva ‘La trama fenicia’ hace poco, porque hasta para tener un desdén profundo es mejor hablar con propiedad. No odio todas sus películas, porque hay todavía algo puro en esa primera ‘Bottle Rocket (Ladrón que roba a ladrón)’ antes de empezar a acumular sus vicios y ‘Moonrise Kingdom’ me parece lo más cerca que ha estado nunca de hacer algo emocionalmente genuino y hasta conmovedor. Me gusta la textura que le da a ‘Isla de perros’, aunque con ella también llego al punto donde me exaspera cómo acaba siempre en el colmo de la nadería.
Es un técnico brillante, empleando con precisión los movimientos de cámara y cuidando al máximo la puesta en escena, y sus películas siempre están plagadas de referencias a cine de autor clásico y recóndito, pudiendo ir desde la excentricidad clínica y divertida de Jacques Tati al acabado deslumbrante de Powell y Pressburger, que están muy presentes en ‘La trama fenicia’. Hay un montón de cosas con las que quedarse embobado con sus películas. Pero absolutamente nada que rascar tras ellas.
Siendo perverso, no es complicado entender que la IA haya conseguido replicar su estilo mejor que el de la mayoría de directores, dado que su capacidad decorativa siempre ha ido en dirección inversamente proporcional al contenido real de sus imágenes. Su empleo de los colores y la simetría son muy llamativos, pero no persiguen más propósito que declarar una presencia, que no es lo mismo que declarar intenciones. Estas siempre quedan perdidas en ese intento de explotar contrastes que no parece calibrar a pesar de su afán por ser preciso.
Emoción de un autómata

Su celebrada capacidad para el humor siempre me ha parecido muy cuestionable, dada la precisión casi robótica que persigue a menudo y a como dirige los actores siempre en un registro muy autómata, que en lugar de expresar la melancolía que supuestamente tiene que oponerse al absurdo que rodea a los personajes. Cuando alguien te insiste mucho en un chiste que hace poca gracia, lo terminas encontrando irritante, y cuando alguien tiene que enunciar continuamente lo que está sintiendo, es que no está encontrando las maneras adecuadas de comunicarlo.
Su tono siempre se empeña en plegar estos extremos opuestos, donde los chistes más chalados tienen que ser expresados con un rigor que es casi mortis. Todos estos intentos, al igual que sus referencias cinematográficas, son entendidos desde la superficialidad más exasperante, algo que también se refleja en unos guiones más vacíos de lo que sus defensores están dispuestos a conceder. Estos hacen mucho hincapié en como el cine de Anderson indaga en las complejas relaciones familiares o en el arte de contar historias, pero sus ideas al respecto acaban siendo muy planas y desarrolladas en ocasiones de manera muy caprichosa, como la relación padre-hija que marca su última película.
Tenemos que creer que hay una evolución conmovedora porque así se nos dice, no porque se nos cuente. Tenemos que quedarnos asombrados por su estética apabullante porque es una pericia técnica envidiable, no porque esté haciendo una auténtica construcción de mundo interesante que nos acerque a la historia o los personajes. Anderson es la clase de autor que por una parte agradeces que exista para que no todo el cine parezca el mismo, pero termina alienando de la manera más absurda: por las formas en lugar de por cómo estas dialogan con el contenido.
Todo se vuelve un ejercicio de futilidad que a algunos siempre nos canso. Ahora que más gente parece estar descubriendo que sus cajas de muñecas de cartón piedra están realmente huecas pueda empezar a darse una conversación interesante sobre él.
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La noticia
Wes Anderson está empezando a perder el interés del público cinéfilo, pero en realidad su cine siempre fue un espectáculo de la nadería irritante
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Espinof
por
Pedro Gallego
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