«Israel no sobrevivirá a la destrucción de Palestina»
‘Universalismo radical’ es el primer libro traducido al español del filósofo Omri Boehm (1979). Nieto de supervivientes de la Shoah, de nacionalidades israelí y alemana y radicado en Nueva York, donde enseña en la New School for Social Research, es un intelectual de izquierdas crítico con la izquierda identitaria y poscolonial; un intelectual israelí declarado bestia negra por el gobierno de Netanyahu tras su denuncia de lo que llama limpieza étnica contra los palestinos; un intelectual alemán incómodo para el ‘establishment’ político que marca la línea oficial sobre la memoria del Holocausto, y un filósofo laico que, desde el laicismo, […] La entrada «Israel no sobrevivirá a la destrucción de Palestina» se publicó primero en Ethic.

‘Universalismo radical’ es el primer libro traducido al español del filósofo Omri Boehm (1979). Nieto de supervivientes de la Shoah, de nacionalidades israelí y alemana y radicado en Nueva York, donde enseña en la New School for Social Research, es un intelectual de izquierdas crítico con la izquierda identitaria y poscolonial; un intelectual israelí declarado bestia negra por el gobierno de Netanyahu tras su denuncia de lo que llama limpieza étnica contra los palestinos; un intelectual alemán incómodo para el ‘establishment’ político que marca la línea oficial sobre la memoria del Holocausto, y un filósofo laico que, desde el laicismo, sigue la reflexión sobre el pensamiento profético de la Biblia. Boehm es una de las voces más difíciles de encasillar, vehementes, originales y audaces del mundo occidental. Su propuesta para un universalismo radical se inspira en figuras carismáticas como Martin Luther King y reclama que la dignidad humana se anteponga a cualquier otra premisa política, por encima de realismos geopolíticos o intereses nacionales. Hablamos por videoconferencia, y en la pantalla veo un despacho luminoso y ordenado en Nueva York, un decorado burgués que contrasta con la rotundidad y complejidad discursiva de quien se tiene por un pensador radical. Lo que sigue es un resumen muy sintético de aquella charla apasionante, asistida por la traducción simultánea de Emma Soler Caamaño.
¿Qué es el universalismo y cómo podemos manifestarlo en la esfera política en esta época de nacionalismos?
La pregunta que planteo es: desde una perspectiva racional, ¿podemos sostener que los humanos, por el solo hecho de ser humanos, tienen una dignidad absoluta? Muchos filósofos y pensadores creen que sí, pero ignoran los problemas que este planteamiento conlleva. Es fácil ser universalistas si no nos enfrentemos a dilemas reales. El universalismo funciona si los refugiados no llaman a las puertas, por ejemplo. Cuando unos ciudadanos de un país tienen derechos, y los extranjeros que llegan, no, el universalismo es un desafío. Es fácil ser universalistas si estamos cómodos dentro de los límites de los tabúes políticos y sociales. Esto sucede porque no se considera la cuestión de la humanidad desde una mentalidad postmetafísica, sino como un conjunto de lo que Nietzsche llamaba «animales inteligentes» (es decir, desde una perspectiva biológica) o como una construcción histórica y nacional. El concepto de humanidad debe ser abstracto para que el universalismo funcione. Esa es la pregunta que trato de problematizar en el libro.
«El concepto de humanidad debe ser abstracto para que el universalismo funcione»
Recurres para ello a tres textos: ¿Qué es la Ilustración?, de Kant, el pasaje bíblico de la atadura o sacrificio de Abraham y la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Son un texto filosófico, uno religioso y otro político. ¿Cómo se relacionan la filosofía, la religión y la política en tu pensamiento y en la construcción de ese concepto de humanidad?
En mi libro hay un capítulo titulado «La verdad como enemigo del pueblo o la primacía de la filosofía sobre la democracia». Algunos lectores se enfadaron con este título, que es una inversión de un texto célebre de Richard Rorty, La prioridad de la democracia sobre la filosofía. Si somos universalistas, la filosofía debe tener prioridad sobre la religión, donde la verdad es subjetiva porque depende de la fe. La política, por su parte, no se relaciona con la verdad, sino que regula el poder mediante la verdad y la justicia. Como la filosofía debe supera a la religión en su autoridad sobre la verdad, y dado que la verdad y la justicia necesitan regular el poder político, y aquellas son materias filosóficas, la filosofía debe primar sobre la religión y la política.
Para los lectores y pensadores más seculares no habría nada polémico en anteponer la filosofía sobre la religión, pero es muy controvertido decir que la filosofía prima sobre la política. La filosofía ha sido tratada como si fuera religión por los pensadores liberales modernos, y la consideran igual de privada e irrelevante para la esfera pública que esta. Se habla mucho de la verdad y la justicia, pero el pensamiento liberal contemporáneo se opone a la introducción de la verdad en la esfera pública porque considera que es una cuestión privada, que cada uno tiene su verdad. Cuando se habla de posverdad, se refieren a una verdad factual, no les interesa una verdad en el sentido filosófico. Pero, para la filosofía existe una verdad que debería inspirar las leyes. Me refiero a conceptos como los de dignidad humana, igualdad, etcétera. El problema es cómo se concreta esa noción de la dignidad. ¿Cómo se manifiesta en la práctica?
«La historia del sacrificio de Isaac nos enseña que el monoteísmo ya entendió que no hay ninguna autoridad absoluta, salvo la justicia»
Siguiendo una tradición exegética, interpretas el episodio bíblico del sacrificio de Abraham como una forma de desobediencia a Dios. En esa tradición religiosa se funda una especie de derecho a desobedecer la ley cuando esta es contraria a la humanidad o a la dignidad. Eso es interesantísimo y una parte crucial de tu libro.
Muchas gracias. La historia del sacrificio de Isaac, al menos como yo la he interpretado, nos enseña que el monoteísmo ya entendió lo que intentaba explicar antes: que no hay ninguna autoridad absoluta, salvo la justicia. Atribuimos a Kant el descubrimiento de que la justicia es la única autoridad absoluta, pero los profetas judíos ya entendieron que el monoteísmo no consiste en decir que hay un Dios, sino en decir que hay un Dios y que la justicia está por encima de él. Por eso, el universalismo exige desobediencia. De hecho, el universalismo se expresa mejor en la desobediencia.
Si esto sirve para Dios, también sirve para el Estado. Así es como el universalismo se convierte en una doctrina radical. No es, como muchas personas de izquierda creen, una doctrina moderada apoyada por los buenos liberales de centro. En realidad, podría ser incluso una forma de anarquismo que acepta la existencia de la ley porque es la única forma de preservar la dignidad humana. Pero, cuando es injusta, el deber de un universalista es desobedecerla.
El problema que veo es que la desobediencia se plantea como una cuestión individual, y esto anula o dificulta mucho una acción política colectiva. Yo, como individuo, puedo desobedecer y asumir los riesgos que conlleva, pero ¿cómo justificar una desobediencia masiva sin desmoronar los principios del Estado de Derecho? Podemos alegar que hay un sentido de la justicia y de la dignidad por encima, pero estaríamos siendo subversivos contra el propio Estado de Derecho y no contra la autoridad.
Tienes razón y esto es un problema real. Puedo dar respuesta parcial, pero no responder satisfactoriamente a toda la pregunta. Según el imperativo categórico de Kant, tengo el deber de seguir las leyes del Estado, incluso cuando las considero injustas. Pero las leyes no son imperativos categóricos, y cuando percibo que el Estado ya no es un instrumento para la protección de la dignidad humana, sino una amenaza a la misma, no solo tengo el derecho, como dijiste antes, sino el deber de tomar la justicia por mi mano y resistir. Esto es una decisión personal que se toma, citando a Kierkegaard, «con miedo y temblor», y hay dos problemas asociados: no está claro en qué medida hay que desobedecer, ni tampoco cómo traducir esa desobediencia a la acción política.
Para la tradición bíblica, habría que recurrir a los profetas. Para la filosófica, al concepto de individuo ejemplar de Lessing. No es fácil traducir la noción de «validez ejemplar», es un término filosófico técnico, pero se refiere a cuando un individuo asume una responsabilidad, toma una decisión y está dispuesto a aceptar la culpa.
Si esta desobediencia se expresa estéticamente, se produce un momento profético. Esa es la traducción del universalismo radical a la acción política. Martin Luther King es un ejemplo maravilloso. ¿Necesitamos un Martin Luther King? Sí. No veo que esté llegando, pero necesitamos un Martín Luther King. Aunque, incluso sin él, después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, el mundo ha hecho transiciones universalistas en la proclamación de leyes internacionales.
No quiero sonar ingenuo ni como alguien que romantiza las leyes internacionales, pero la declaración de la ONU y la instauración de una justicia internacional fue un momento trascendente en la historia. Fue algo profundamente nuevo. Y el énfasis que quiero poner aquí es en la noción de nuevo. Lo que hizo Martin Luther King fue nuevo. Lo que hizo Abraham fue nuevo. Y muchos comprendieron que tras la Segunda Guerra Mundial había que hacer algo ejemplar, radicalmente nuevo: declarar que cada ser humano debe ser protegido por la comunidad internacional, no solo por su condición de ciudadano, sino por el mero hecho de ser humano.
«No veo que esté llegando, pero necesitamos un Martin Luther King»
Esto nos lleva al discurso de Buchenwald. [En abril, Omri Boehm iba a pronunciar un discurso en el acto de conmemoración del 80º aniversario de la liberación del campo de Buchenwald, pero su presencia fue cancelada a última hora por las presiones de la embajada de Israel en Berlín, ya que el gobierno de Netanyahu le considera un enemigo. El discurso censurado se publicó en los principales periódicos del mundo] En ese discurso insinúas muchas de las cuestiones que estás tratando, como la parte en la que hablas de los profetas como motores de cambio revolucionarios. También planteas, recurriendo a la tradición filosófica judía sobre los profetas, que lo contrario del olvido no es la memoria, sino la paz. Por tanto, el recuerdo del Holocausto es un imperativo de paz. ¿Por qué un discurso así es tan ofensivo para el gobierno de Israel?
Que el embajador que representa a un gobierno de derecha radical se oponga a ese discurso es normal. Este gobierno tiene en su gabinete a personas, como el ministro de seguridad, que apoyaron el asesinato de Isaac Rabin. Esto es un hecho. En el gobierno se sientan ultraviolentos y en parte terroristas que se oponen a la idea de paz. Pero hay una cuestión más amplia sobre la situación israelí: urge plantear una alternativa a la solución de dos estados. No basta con derrotar a Netanyahu, porque también el centro y el centro-izquierda en Israel aceptarán la limpieza étnica en el nombre de la defensa de Israel. Es una cosa horrible decir esto, pero creo que es la verdad.
Los alemanes más inteligentes de la izquierda, del centro y de parte de la derecha apoyaron mi discurso, pero algunas voces relevantes de la derecha conservadora, no la radical, creen que decir que la paz viene de la memoria es un fanatismo moral. No quieren un orden internacional basado en la paz, sino volver a las nociones de soberanía estatal.
La idea de que tenemos que proteger a Israel destruyendo a Palestina y a los palestinos es una locura moral. Israel no sobrevivirá a la destrucción de Palestina. Pero también es importante puntualizar que, aunque critico fuertemente la mentalidad israelí y la postura alemana, la posición de la izquierda postcolonial sobre Hamas y al 8 de octubre es muy problemática, y eso es algo que estaba en mi discurso también. Algunos toleran y justifican los crímenes contra los ciudadanos israelíes. El verdadero problema, más profundo que «la crítica a Israel», es un mundo dividido por sus lealtades pero unido en su voluntad de tolerar e incluso justificar los crímenes contra la humanidad que comete tu bando.
«El verdadero problema es un mundo dividido por sus lealtades pero unido en su voluntad de tolerar e incluso justificar los crímenes contra la humanidad que comete tu bando»
Me gustaría terminar con un resumen muy breve de la República de Haifa y tu propuesta del estado binacional. ¿Esta propuesta forma parte del debate político y social en Israel?
La República de Haifa es mi alternativa a la solución de los dos estados. Los palestinos suponen el 50% de la población, pero las propuestas de los dos estados más generosas ofrecen a los palestinos el 22% del territorio. Así que el 50% obtiene el 22%. Eso no es un compromiso, sino una forma de despojar a los palestinos de sus derechos: si no aceptas ese acuerdo, te presentaremos como alguien que se opone a la paz, y por esa razón has perdido tus derechos. Ya estamos en esa fase. Con ese razonamiento, los palestinos son eliminables con el argumento de que no quieren la paz. Frente a eso, propongo una federación binacional, y esto no es una doctrina antisionista, sino una propuesta que puede proteger al sionismo: la aspiración judía para la autodeterminación nacional es importante, y creo que esa es la única manera de protegerla.
La gente a menudo olvida que la resolución de 1947 de las Naciones Unidas fue una «partición con unión»: dos estados con libertad absoluta de movimiento entre ellos, una moneda única, una autoridad aduanera, carreteras, comunicaciones, todo unido. Se parecía más a una confederación que a dos estados. Debemos preservar este ideal en lugar de los dos estados. ¿Cuántas personas apoyan esto en Israel? No muchas, aunque tengo grandes esperanzas en los líderes palestino-israelíes, que no secundan los discursos de algunos de mis colegas en Nueva York que gritan que el sionismo es genocidio y que Palestina será libre desde el río hasta el mar. Yo quiero que Palestina sea libre entre el río y el mar, pero no así.
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