Humanizar el parto no es un lujo, es un derecho
Miles de mujeres salen del paritorio cada día con heridas invisibles que tardan años en cerrar. ¿Por qué el parto, que debería ser una experiencia vital y transformadora, se convierte en ocasiones en un recuerdo doloroso? La entrada Humanizar el parto no es un lujo, es un derecho se publicó primero en Ethic.

Miles de mujeres salen del paritorio cada día con heridas invisibles que tardan años en cerrar. ¿Por qué el parto, que debería ser una experiencia vital y transformadora, se convierte en ocasiones en un recuerdo doloroso? La violencia obstétrica existe. No siempre se ve, pero se siente. Cada una de las afectadas la llevan y guardan en la memoria de su cuerpo.
La Organización Mundial de la Salud lleva años alertando sobre el trato deshumanizado que muchas mujeres reciben durante parto. Aunque las cifras clínicas puedan ser favorables y el nacimiento se produzca sin incidencias físicas, hay otra estadística que suele quedar oculta: la de las emociones no validadas, las decisiones no explicadas y los cuerpos intervenidos sin consentimiento.
Numerosas mujeres relatan partos vividos como traumáticos. Sentimientos de miedo, soledad, culpa o desconexión aparecen con frecuencia y, en los casos más graves, se identifican síntomas de estrés postraumático. No es solo cuestión de procedimientos médicos: es cómo, cuándo y con qué trato se realizan. Porque no basta con que el bebé nazca sano: también importa el modo en que la madre vive ese nacimiento.
Numerosas mujeres relatan partos vividos como traumáticos
Las heridas que no se ven son las consecuencias emocionales en las mujeres a largo plazo. Más allá de los datos clínicos, muchas mujeres describen sus partos como vivencias puramente traumáticas.
Los efectos emocionales no terminan con el alta hospitalaria, se prolongan durante semanas, meses o incluso años. Es frecuente encontrar síntomas como la ansiedad, la depresión posparto y los trastornos del vínculo con el recién nacido. Estas heridas invisibles raramente se detectan en los circuitos de atención habituales, lo que agrava su impacto y aumenta el riesgo de que se vuelvan crónicas.
¿Por qué se produce la violencia obstétrica?
Es importante entender que la violencia obstétrica no se reduce a acciones malintencionadas de profesionales individuales. Muchas veces es fruto de un sistema rígido, saturado y más centrado en la logística que en la escucha. Turnos rotatorios, plantillas insuficientes y protocolos estandarizados son algunos de los factores tras este problema. Todo ello limita la atención personalizada y el acompañamiento emocional. En este contexto los planes de parto no se leen, se impide el acceso del acompañante y se realizan cesáreas sin explicación previa.
Además, persiste una brecha entre la evidencia científica y la práctica clínica. Intervenciones como la episiotomía sistemática, la oxitocina sin indicación clara o la maniobra de Kristeller siguen presentes en muchos hospitales, pese a estar desaconsejadas por guías internacionales. La falta de actualización protocolaria, unida a la escasa formación en habilidades comunicativas, refuerza dinámicas de poder asimétrico entre profesionales y mujeres.
¿De verdad es «violencia»?
Uno de los debates más incómodos entre los profesionales sanitarios gira en torno al término en sí: ¿es violencia o es mala praxis? Algunos sectores sanitarios rechazan la etiqueta, al considerar que criminaliza sin tener en cuenta la intención. Por otra parte, muchas mujeres experimentan lo vivido como una forma de violencia, incluso si no hubo intención de hacer daño.
Algunos sectores sanitarios rechazan la etiqueta, al considerar que criminaliza sin tener en cuenta la intención
El foco no debería estar en la intencionalidad, sino en el impacto. Lo relevante es el daño causado, la pérdida de control, el silencio que se impone cuando no se explica, no se acompaña, no se cuida. Para muchas mujeres no se trata de una cuestión legal o semántica, sino de cómo se sintieron: ignoradas, infantilizadas o maltratadas
No se trata de enfrentar a mujeres y profesionales, sino de construir puentes. Escuchar testimonios, revisar prácticas, fomentar la formación en perspectiva de género y derechos humanos puede ser más transformador que discutir etiquetas. Porque, más allá de las palabras, lo urgente es que ninguna mujer vuelva a salir del hospital con más heridas que cicatrices.
La importancia de la escucha y la empatía
No todo son relatos de dolor. También hay partos vividos como experiencias sanadoras. Lo que los diferencia no es solo la ausencia de complicaciones, sino la presencia de cuidado.
Frente a la violencia obstétrica tenemos a profesionales que informan, que validan emociones, que respetan los tiempos, que acompañan sin imponer. Centros que apuestan por la humanización real, con recursos adecuados, equipos estables y voluntad institucional.
Una atención basada en la escucha activa, la empatía y la comunicación puede convertir el parto en un recuerdo sanador. Acciones como permitir la presencia del acompañante, fomentar el piel con piel inmediato y adaptar los espacios a las necesidades de la mujer demuestran que un modelo diferente no solo es posible, sino urgente.
Empoderar a las mujeres en el nacimiento pasa por ofrecer información clara, prepararlas para tomar decisiones y garantizar que esas decisiones sean respetadas. Incluir a la pareja, permitir el contacto piel con piel, adaptar los espacios, son algunas medidas pequeñas que generan cambios grandes.
Humanizar el parto no es un lujo, es un derecho. Es también una medida de salud pública: mejora la recuperación posparto, el vínculo entre madre y bebé, la salud mental y la confianza en el sistema sanitario.
El cuerpo no olvida lo que vivió, pero tampoco olvida cuando fue cuidado, escuchado y respetado. Cada parto importa. Cada mujer merece ser atendida con dignidad.
Julián Rodríguez Almagro es profesor titular del Grupo ICE en la facultad de Enfermería de Ciudad Real, Universidad de Castilla-La Mancha, y Sandra Martínez Rodríguez es profesora de la Facultad de Enfermería de Ciudad Real, Universidad de Castilla-La Mancha. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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