El origen de la moral
Los seres humanos tenemos integrado un código de conducta donde cada comportamiento es rotulado como «correcto» o «incorrecto». ¿Qué ha causado que tengamos un sentido interno acerca de lo bueno y de lo malo? La entrada El origen de la moral se publicó primero en Ethic.

Todos poseemos una moral. Los seres humanos tenemos integrado un código de conducta donde cada comportamiento es rotulado como «correcto» o «incorrecto». Por supuesto, esta moral varía –si bien levemente– entre las distintas personas: por ejemplo, mientras que la tauromaquia es para muchos una aberrante expresión de tortura, para otros es una forma de ocio dominical. Asimismo, la moral propia también experimenta ciertas oscilaciones a lo largo del tiempo, de tal modo que alguien que ha comido carne toda su vida puede, de un día para otro, hacerse vegano.
Parece fuera de toda duda que los robles, las bacterias o los topos carecen de moral y, así, que su comportamiento no está regulado por el binomio correcto-incorrecto. A simple vista, solamente los sapiens somos capaces de reprimir nuestros impulsos más primarios –hasta el límite de poder quitarnos la vida motu proprio– por mor de una convicción moral. ¿Por qué es esto así? ¿Qué ha causado que los humanos tengamos un sentido interno acerca de lo bueno y de lo malo?
«Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución» es la célebre cita del genetista Theodosius Dobzhansky que muchos biólogos han abrazado para responder a la cuestión. Desde la sociobiología configurada por Edward O. Wilson –aunque sin necesidad de tropezar en sus extremos– muchos autores estiman que la moral es un resultado directo, y no indirecto o cultural, del proceso evolutivo. Dado que sentimientos como la culpa, la compasión o la vergüenza son una gran ayuda para regular la convivencia social, los comportamientos morales han favorecido la cooperación grupal. Lo que a su vez ha sido provechoso para la supervivencia. Ahora bien, de ser esto así deberíamos poder rastrear algún vestigio de conducta moral en otros animales. Cuanto menos en aquellos más cercanos filogenéticamente a nosotros. Y esto es precisamente lo que han hecho algunos investigadores.
Los comportamientos morales han favorecido la cooperación grupal
En un experimento con macacos, ya realizado previamente con perros, pájaros o chimpancés, el prestigioso etólogo neerlandés Frans de Waal y su equipo pusieron a prueba su sentido de la justicia. En dos jaulas separadas por un panel transparente encerraron respectivamente a dos macacos. A cambio de una sencilla tarea, el primer macaco examinado recibió como premio un trozo de pepino, que comió sin titubear. A continuación, la investigadora solicitó la misma tarea al otro macaco, que también la culminó exitosamente. La diferencia estribó en la recompensa: en lugar de darle pepino, este segundo macaco recibió, bajo la atenta mirada del primero, una uva, un manjar mucho más suculento para ellos. Cuando se pasa nuevamente al primero de los macacos, este realiza la tarea y recibe como recompensa otra porción de pepino. Sin embargo, nada más agarrarlo, el macaco se la arrojó a la investigadora mostrando una conducta sumamente agresiva mientras la investigadora, indiferente, prosiguió con la tarea del segundo macaco. Frans de Waal concluye que la indignación del macaco solamente puede ser explicada apelando a conceptos morales como los de justicia o reparto equitativo.
Mucho tiempo antes de este experimento, algunos filósofos ya se habían preguntado por la génesis de la moral. Sus conjeturas, empero, no acostumbraron a arribar al mismo puerto.
En el Siglo de las Luces, Jean Jacques Rousseau (1712-1778) sentenció que, en realidad, los seres humanos somos por naturaleza, como resultado de la obra divina, seres sumamente bondadosos incapaces de hacer mal alguno. El mal moral acaece con la invención del concepto de propiedad privada y, en consecuencia, del mal llamado progreso social y cultural.
En las antípodas, Thomas Hobbes (1588-1679) hizo gala de un pesimismo antropológico acorde al cual los seres humanos somos seres egoístas y, por tanto, malvados. Desde el albor de los tiempos, nos hemos masacrado unos a otros en una enconada guerra «de todos contra todos». Pero ser malos no implica ser estúpidos y por esto, juzga el británico, llegado un momento los humanos concluyeron que lo más racional y beneficioso para todos es alzar la bandera blanca. Es así que surge un código de conducta regulado por el gobernante.
Sin ir muy lejos de Hobbes, Friedrich Nietzsche (1844-1900) también consideró como un embuste la existencia de una moral innata. Acorde a este, el principal motor de nuestro comportamiento no reside en emociones como la culpa o la compasión. Sucede, precisamente, que estas son un a posteriori cultural, un maquiavélico artefacto erigido por unos individuos para controlar a los demás. En este punto estriba para el autor de La genealogía de la moral su verdadera raison d’être.
La adulación de lo bueno o lo correcto, así como la censura de lo malo o lo incorrecto, no responde a ninguna moral diseñada por alguna deidad ni por factores naturales. Por la contra, el filósofo del martillo alega que es la voluntad de superación y de control ajeno lo que la ha impulsado. Y es así, por consiguiente, que cuando alguien valora moralmente cierta conducta o situación, no está haciendo otra cosa que domeñar el carácter o la costumbre (del latín moralis) del otro.
La entrada El origen de la moral se publicó primero en Ethic.