Los nuevos dioses

El psicólogo evolucionista Justin Barrett, estudioso de la ciencia cognitiva de la religión, sostiene que nuestro cerebro está mentalmente predispuesto a detectar agentes con intención incluso donde no los hay, como mecanismo de supervivencia ancestral. La entrada Los nuevos dioses se publicó primero en Ethic.

Jun 5, 2025 - 13:10
 0
Los nuevos dioses

Desde la Ilustración hasta el pensamiento secular moderno (Comte, Weber, Habermas) diversas corrientes han defendido que las sociedades avanzan hacia formas de pensamiento emancipadas, escépticas y racionales, vacunadas contra los cuentos de viejas y los consuelos de sacristía. Como evangelistas de un progreso indefinido, parecía que, tras la muerte de Dios, se abría ante nosotros una era de razón pura (¿cuál?, y de existir ¿en qué consiste?) sin trabas, de libertad sin dogma, de una humanidad reconciliada consigo misma. Y he aquí que, apenas estamos apagando la lámpara del altar, nos apresuramos a encender velas en otros altares que lo sustituyan.

Parece que este fenómeno —la compulsiva necesidad de sacralizar la existencia, aunque hayamos vaciado de contenido los antiguos símbolos— responde a una ligera desesperación, en el sentido en que la pensó Kierkegaard: la del yo que no soporta ser solo sí mismo.

Hemos llegado a improvisar, sin sistema firme ni estructura, una liturgia laica con promesas de sentido inmediato. A saber: la energía del universo, el karma, el horóscopo, el cristalito rosa que armoniza los chakras y hasta el famoso manifesting, esa forma de oración sin un Dios ante quien postrarnos. Todas tienen algo en común: provienen de religiones, cultos y tradiciones ajenas que hemos despojado de su contexto para adaptarlas a nuestras urgencias sentimentales.

Nos recordaba Nietzsche en La gaya ciencia que el hombre es un animal que venera. La creencia en el alma (esto es, en algo per se espiritual, separado del cuerpo) conforma el núcleo de toda religión. Puente Ojea asevera que, mientras tal estructura animista (primitiva y arcaica) no se desactive, seguiremos venerando, aunque cambie su objetivo: ya sea a la energía, al azar disfrazado de karma o al ombligo como centro cósmico del hogar universal.

La era de la neosacralidad da cuenta de un impulso humano hacia algo más, que, sin embargo, no siempre se origina en una búsqueda intelectual de sentido, sino con frecuencia en una necesidad de alivio emocional inmediato. No en vano proliferan coaches y una cierta psicología hiperbólicamente positiva. En definitiva: una espiritualidad de bajo perfil, despojada de toda disciplina, cuya única función es lamer el ego herido del hombre moderno, sin exigirle un ápice de entrega, ni mucho menos de transformación, ni sacrificio. Desaparecen, imperceptiblemente, los auténticos rituales, que antaño exigían repetición, presencia, lentitud, memoria. No se trata ya de habitar el misterio.

Prolifera una espiritualidad de bajo perfil, despojada de toda disciplina, cuya única función es lamer el ego herido del hombre moderno

Qué lejos estamos de aquel valor trágico que Nietzsche reclamaba para el hombre del futuro: valor para soportar la vida sin necesidad de consuelos, sin opio espiritual ni paraísos reciclados. Este aluvión de astrologías, terapias holísticas y energías vibracionales cósmicas de frase de taza de café mañanero no es más que un nuevo rostro de aquel nihilismo pasivo que Nietzsche reprochaba a Buda y al cristianismo: esa actitud del hombre que, al no poder afirmar la vida tal y como es, la juzga, reduciéndola y calculándola «demasiado liviana». La consecuencia siempre es la misma, hasta ahora: evasión, escapismo.

El psicólogo evolucionista Justin Barrett, estudioso de la ciencia cognitiva de la religión, sostiene que nuestro cerebro está mentalmente predispuesto a detectar agentes con intención incluso donde no los hay, como mecanismo de supervivencia ancestral. Esta tendencia, a la que llama «hipótesis de la agencia hiperactiva», explica por qué, a lo largo de la historia, hemos atribuido voluntades invisibles a los fenómenos naturales: así, el rayo no cae, alguien lo lanza; y el universo no gira, conspira.

Si, como sugiere la psicología evolutiva, estamos inclinados a ver algo más donde solo hay algo, tal vez convendría asumirlo con un poco más de coherencia: no proclamarnos ateos al alba para luego cargar una piedra al anochecer rindiendo culto al ciclo lunar. Quizá bastaría con reconocer esa sed de sentido y, en lugar de disfrazarla, decidir con dignidad en qué creemos y cómo vivir a la altura de ello.

La entrada Los nuevos dioses se publicó primero en Ethic.