Thomas Mann, un escritor al borde de su propio relato

Cuando se cumplen 150 años del nacimiento del autor de 'Muerte en Venecia' y 'La montaña mágica', Nórdica publica ‘Resumen de mi vida’, un texto autobiográfico que escribió poco después de la concesión del Nobel de LiteraturaVuelve a las librerías 'Casa de hojas', la obra de terror metafísico que se vende de segunda mano hasta por 1.750 euros Thomas Mann (Lübeck, 1875 - Zúrich, 1955) solía decir que los años redondos marcaban su vida: terminó de escribir su primera gran novela, Los Buddenbrock, en 1900; se casó con Katia Pringsheim en 1905, el mismo año en el que nació su hija Erika; su hermana Carla se suicidó en 1910, por poner solo algunos ejemplos. No acertó con la predicción de su propia muerte, que vaticinaba para 1945, aunque se produjo, en efecto, en un año redondo. Este 6 de junio de 2025 se celebra el 150 aniversario de su nacimiento. Le habría gustado esta cifra, aunque no tanto como el hecho de que se le siga leyendo. La editorial Nórdica ha aprovechado la efeméride para recuperar Resumen de mi vida, un texto en primera persona que el autor escribió a raíz de la concesión del Nobel, en 1929. No es una autobiografía, carece de esa voluntad abarcadora, sino más bien una reflexión sobre su trayectoria como escritor, que es como decir sobre las correlaciones entre literatura y vida, entre creación individual y contexto sociopolítico. Porque nunca un creador permanece indiferente a los vientos de su tiempo ni a sus demonios íntimos, y en el caso de Thomas Mann es fácil detectar la raíz de sus historias en sus vivencias. Nació en el seno de la burguesía alemana, el segundo de cinco hermanos. Su padre, un comerciante desencantado con su profesión, murió cuando él solo tenía quince años; la primera pérdida que dejó huella. Nunca le gustó la escuela; desde su infancia se rebeló ante la tendencia uniformadora de la enseñanza reglada. Él amaba los libros, el arte en general; pero lo disfrutaba por su cuenta, como un espíritu libre. En la adolescencia se atrevió a mostrar su talento para escribir, y quedó claro que ese sería su camino. Ni él ni sus hermanos continuaron el negocio familiar, de modo que ya en su juventud se volcó en la literatura. Como era habitual en la época, dio sus primeros pasos en las revistas, con artículos, pero también con sus primeros relatos y novelas cortas. Más de un editor quedó deslumbrado por sus escritos, aunque el joven Mann aún no se tomaba demasiado en serio. Conoció de primera mano el círculo bohemio alemán, más tarde estuvo en Italia junto a su hermano mayor, Heinrich, en el primero de unos viajes por Europa que serían decisivos para él. En 1923, visitó España: “Siempre recordaré el día de la Ascensión en Sevilla […]. Pero, en conjunto, el sur andaluz me resultó menos atractivo que la clásica región hispana, Castilla, Toledo, Aranjuez”. Las palabras y la vida Leyó, por supuesto, a los clásicos alemanes –Goethe, Schiller, Heine–, se apasionó por la música de Wagner, que le inspiró varios escritos. Con todo, su concepción del hecho literario no se comprende sin la influencia de dos filósofos modernos, Schopenhauer y Nietzsche: “Yo veía en Nietzsche sobre todo al individuo que se superaba a sí mismo, no tomaba al pie de la letra nada de lo que decía, no le creía casi nada, y precisamente eso era lo que daba a mi amor por él esa pasión ambigua, lo que le daba su profundidad”. El espíritu crítico alimentado por sus lecturas también fructificó en su faceta ensayística y periodística, que combinó con la escritura de ficción a lo largo de su carrera. Thomas Mann cultivó una literatura de ideas que todavía hoy resulta estimulante, pero esa sofisticación intelectual parte también de la existencia mundana: Los Buddenbrock (1901) se enraíza en la caída del viejo orden, encarnada en el declive de una familia; La muerte en Venecia (1912) bebe de una visita a la ciudad, donde conoció al joven que le inspiraría; La montaña mágica (1924) surgió tras el ingreso de su esposa en el sanatorio de Davos en 1912. A propósito de esta última novela, comenzó a esbozarla antes de la Gran Guerra; el clima de esos años previos al conflicto se respira en el libro, aunque lo completara mucho más tarde. No es de extrañar: los grandes acontecimientos, como los traumas más íntimos, tardan tiempo en cristalizar en una obra. Es preciso rumiarlos, digerirlos. En relación con el proceso de escritura, se repite una constante: al empezar, piensa que será un proyecto sencillo, una novela breve que terminará en unos meses. Sin embargo, y La montaña mágica es el mejor ejemplo de ello, en cuanto se pone manos a la obra el manuscrito se le dispara, descubre aspectos inesperados sobre la marcha y la magnitud del texto escapa su control. Él mismo lo interpreta como una especie de autoengaño imprescindible para lanzarse a escribir: si desde el principio el proyecto le pareciera arduo o complejo, tal vez no lo ab

Jun 6, 2025 - 06:25
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Thomas Mann, un escritor al borde de su propio relato

Thomas Mann, un escritor al borde de su propio relato

Cuando se cumplen 150 años del nacimiento del autor de 'Muerte en Venecia' y 'La montaña mágica', Nórdica publica ‘Resumen de mi vida’, un texto autobiográfico que escribió poco después de la concesión del Nobel de Literatura

Vuelve a las librerías 'Casa de hojas', la obra de terror metafísico que se vende de segunda mano hasta por 1.750 euros

Thomas Mann (Lübeck, 1875 - Zúrich, 1955) solía decir que los años redondos marcaban su vida: terminó de escribir su primera gran novela, Los Buddenbrock, en 1900; se casó con Katia Pringsheim en 1905, el mismo año en el que nació su hija Erika; su hermana Carla se suicidó en 1910, por poner solo algunos ejemplos. No acertó con la predicción de su propia muerte, que vaticinaba para 1945, aunque se produjo, en efecto, en un año redondo. Este 6 de junio de 2025 se celebra el 150 aniversario de su nacimiento. Le habría gustado esta cifra, aunque no tanto como el hecho de que se le siga leyendo.

La editorial Nórdica ha aprovechado la efeméride para recuperar Resumen de mi vida, un texto en primera persona que el autor escribió a raíz de la concesión del Nobel, en 1929. No es una autobiografía, carece de esa voluntad abarcadora, sino más bien una reflexión sobre su trayectoria como escritor, que es como decir sobre las correlaciones entre literatura y vida, entre creación individual y contexto sociopolítico. Porque nunca un creador permanece indiferente a los vientos de su tiempo ni a sus demonios íntimos, y en el caso de Thomas Mann es fácil detectar la raíz de sus historias en sus vivencias.

Nació en el seno de la burguesía alemana, el segundo de cinco hermanos. Su padre, un comerciante desencantado con su profesión, murió cuando él solo tenía quince años; la primera pérdida que dejó huella. Nunca le gustó la escuela; desde su infancia se rebeló ante la tendencia uniformadora de la enseñanza reglada. Él amaba los libros, el arte en general; pero lo disfrutaba por su cuenta, como un espíritu libre. En la adolescencia se atrevió a mostrar su talento para escribir, y quedó claro que ese sería su camino.

Ni él ni sus hermanos continuaron el negocio familiar, de modo que ya en su juventud se volcó en la literatura. Como era habitual en la época, dio sus primeros pasos en las revistas, con artículos, pero también con sus primeros relatos y novelas cortas. Más de un editor quedó deslumbrado por sus escritos, aunque el joven Mann aún no se tomaba demasiado en serio. Conoció de primera mano el círculo bohemio alemán, más tarde estuvo en Italia junto a su hermano mayor, Heinrich, en el primero de unos viajes por Europa que serían decisivos para él. En 1923, visitó España: “Siempre recordaré el día de la Ascensión en Sevilla […]. Pero, en conjunto, el sur andaluz me resultó menos atractivo que la clásica región hispana, Castilla, Toledo, Aranjuez”.

Las palabras y la vida

Leyó, por supuesto, a los clásicos alemanes –Goethe, Schiller, Heine–, se apasionó por la música de Wagner, que le inspiró varios escritos. Con todo, su concepción del hecho literario no se comprende sin la influencia de dos filósofos modernos, Schopenhauer y Nietzsche: “Yo veía en Nietzsche sobre todo al individuo que se superaba a sí mismo, no tomaba al pie de la letra nada de lo que decía, no le creía casi nada, y precisamente eso era lo que daba a mi amor por él esa pasión ambigua, lo que le daba su profundidad”. El espíritu crítico alimentado por sus lecturas también fructificó en su faceta ensayística y periodística, que combinó con la escritura de ficción a lo largo de su carrera.

Thomas Mann cultivó una literatura de ideas que todavía hoy resulta estimulante, pero esa sofisticación intelectual parte también de la existencia mundana: Los Buddenbrock (1901) se enraíza en la caída del viejo orden, encarnada en el declive de una familia; La muerte en Venecia (1912) bebe de una visita a la ciudad, donde conoció al joven que le inspiraría; La montaña mágica (1924) surgió tras el ingreso de su esposa en el sanatorio de Davos en 1912. A propósito de esta última novela, comenzó a esbozarla antes de la Gran Guerra; el clima de esos años previos al conflicto se respira en el libro, aunque lo completara mucho más tarde. No es de extrañar: los grandes acontecimientos, como los traumas más íntimos, tardan tiempo en cristalizar en una obra. Es preciso rumiarlos, digerirlos.

En relación con el proceso de escritura, se repite una constante: al empezar, piensa que será un proyecto sencillo, una novela breve que terminará en unos meses. Sin embargo, y La montaña mágica es el mejor ejemplo de ello, en cuanto se pone manos a la obra el manuscrito se le dispara, descubre aspectos inesperados sobre la marcha y la magnitud del texto escapa su control. Él mismo lo interpreta como una especie de autoengaño imprescindible para lanzarse a escribir: si desde el principio el proyecto le pareciera arduo o complejo, tal vez no lo abordaría nunca.

Las mujeres en la sombra

El escritor no analiza, de forma consciente, que las mujeres de su familia hayan ejercido una influencia significativa en él; aun así, por las experiencias que recoge, se entrevé la importancia que tuvieron, empezando por su madre, Julia da Silva Bruhns: “Mientras que mi padre era nieto y bisnieto de ciudadanos de Lübeck, mi madre había venido al mundo en Río de Janeiro: era hija de un alemán, propietario de algunas plantaciones, y de una brasileña, medio criolla, medio portuguesa”, unos orígenes que le confieren otra sensibilidad y una afinidad por el lenguaje oral. De ella le viene, reconoce, el “gusto por contar cuentos”, y, tal como señala la traductora en el epílogo, Isabel Hernández, resultó clave a la hora de usar el idioma alemán como no se había visto hasta la fecha.

Hubo algo más a lo que la madre contribuyó, más práctico: la manutención. “Nuestra madre, que disfrutaba de la fortuna media de una mujer burguesa […], nos daba mensualmente a cada hermano unos ciento sesenta y cinco o ciento ochenta marcos, y ese dinero […] significaba mucho para nosotros: la libertad social, la posibilidad de ‘esperar’”. Thomas Mann era consciente de que, para poder dedicarse de pleno a la creatividad, primero hay que tener las necesidades cubiertas, lo que da tranquilidad y, sobre todo, libertad e independencia, por ejemplo, al emprender un viaje o pasar una temporada creando. “Podíamos hacer lo que quisiéramos, y eso era lo que hacíamos”.

El suicidio de sus dos hermanas, Carla (1881 - 1910) y Julia (1877 - 1927), lo marcó de otra manera. En este libro solo ahonda en la primera; la herida de la segunda aún era demasiado reciente. Por último, está su esposa, Katia, de familia judía adinerada, que, como tantas compañeras de escritores y artistas, le hizo de asistente: le organizaba la agenda, mantenía el estudio ordenado, se ocupaba día a día del hogar y la familia mientras él trabajaba en sus escritos. En estas páginas reconoce “el apoyo inteligente, valiente y delicadamente enérgico de mi extraordinaria esposa”.

La homosexualidad reprimida

Colm Tóibín, en El mago (2021), noveló la vida de Thomas Mann prestando atención, con su sutileza característica, a un rasgo que el autor alemán no verbalizó y que sigue siendo controvertido entre sus biógrafos: la pulsión homosexual reprimida, que, según el novelista irlandés, su esposa sabía y aceptaba, aunque se tratara de un tabú social. Es interesante complementar la lectura de este Resumen de mi vida con otras miradas, pues, también por aquello que no tuvo cabida aquí: las últimas décadas, con la emancipación de los hijos –algunos siguieron sus pasos, como Erika y Klaus–, el exilio entre Suiza y Estados Unidos, donde era una figura reconocida, y el regreso definitivo a Europa, no a su país, sino de nuevo a Suiza.

Si algo se puede extraer de esta suerte de autorretrato que es Resumen de mi vida, es la conciencia que el propio autor tenía de su literatura y de su estatus social como escritor, que lo mantuvo en un diálogo vivo con otros intelectuales de su tiempo, tanto alemanes como extranjeros –su obra no tardó en traducirse– e implicó una responsabilidad política que se manifestó en una firme oposición al nazismo. “Un arte cuyo instrumento es el lenguaje siempre producirá creaciones críticas”, dijo en una conferencia ese mismo 1929, “pues la lengua en sí es una crítica de la vida: da nombre, escoge, define y juzga”. Con ese espíritu invita a ser recordado, a ser leído, un siglo después.

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