Aves que cambiaron el mundo

De todas las criaturas silvestres del mundo, las aves consti­tuyen el grupo con el que los humanos hemos mantenido una relación más estrecha, profunda y compleja a lo largo del tiempo. La entrada Aves que cambiaron el mundo se publicó primero en Ethic.

Jun 5, 2025 - 13:10
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Aves que cambiaron el mundo

Durante toda la historia de la humanidad hemos compartido nuestro planeta con las aves. Las hemos cazado y domesticado para obtener alimen­to, combustible y plumas; las hemos situado en el corazón de nuestros rituales, religiones, mitos y leyendas; las hemos envenenado, perseguido y a menudo demonizado, y las he­mos celebrado en la música, el arte y la poesía. Incluso hoy, pese a la creciente —y extremadamente preocupante— des­conexión entre la humanidad y el resto de la naturaleza, las aves siguen desempeñando un papel esencial en nuestras vidas.

Diez aves que cambiaron el mundo se adentra en esta larga y azarosa relación, que abarca toda la historia de la humani­dad e incluye aves de todos los continentes del planeta. Y lo hace a través de diversas especies cuya existencia, y cuya interacción con nosotros, han cambiado —de un modo u otro— el curso de la historia humana.

Pero ¿por qué elegir precisamente las aves? ¿Por qué no los mamíferos o las polillas, los escarabajos o las mari­posas, las arañas o las serpientes, o incluso animales do­mésticos como los caballos, los perros o los gatos? Igual que las aves, todos ellos han sido también explotados y ce­lebrados por nosotros y han desempeñado un papel funda­mental en nuestra historia y nuestra cultura. Sin embargo, de todas las criaturas silvestres del mundo, las aves consti­tuyen el grupo con el que los humanos hemos mantenido una relación más estrecha, profunda y compleja a lo largo del tiempo.

Eso se explica, en parte, por su ubicuidad: no existe ningún lugar en el planeta —desde los polos hasta el ecua­dor— en el que no haya aves. Son omnipresentes, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Se las puede ver en primavera, verano, otoño e invierno; y durante gran parte del año también se las puede oír.

No existe ningún lugar en el planeta en el que no haya aves

Pero eso por sí solo no justifica nuestra fascinación por las aves. Ocurre también que, junto con otras especies —y, de hecho, junto con algunos objetos inanimados como los coches—, con frecuencia les atribuimos características an­tropomórficas, celebrando (y a veces condenando) sus ras­gos supuestamente humanos. A lo largo de la historia, y en culturas muy diversas, algunas aves nos han parecido simpáticas y adorables, y otras agresivas y odiosas, aunque para ellas nosotros no seamos más que otra criatura grande y pesada a la que es mejor evitar.

Por ejemplo, a menudo describimos el canto de los pá­jaros —y su efecto positivo en nuestro estado de ánimo— en términos musicales, refiriéndonos a él con expresiones como «concierto matutino» u otras parecidas; o considera­mos que, al exhibir su cola, el pavo real «monta todo un espectáculo» en nuestro honor; o nos reímos de las gracio­sas travesuras de los pingüinos… Y al mismo tiempo, califi­camos a las aves rapaces de «asesinas despiadadas», a los cuervos de «taimados» y a los buitres de «repugnantes carroñeros», obviando convenientemente la función esencial que desempeñan estos últimos al limpiar el paisaje de carne en descomposición y cadáveres de animales.

Nuestra fascinación por las aves se debe sobre todo a dos elementos característicos de su existencia: su capacidad de volar y su don para el canto. De ellos, el aspecto que más envidiamos es el vuelo, como revelan, por ejemplo, estos versos de John Gillespie Magee, poeta y piloto de combate durante la Segunda Guerra Mundial: «¡Ah! Me he liberado de los hoscos lazos de la Tierra y he danzado en los cielos con alas de argentada risa…»

La capacidad de las aves para alzar el vuelo y surcar las alturas, tan alejada de nuestras aptitudes y realizada con tal gracia y elegancia, las diferencia de nuestra humilde exis­tencia terrenal. Se trata de un don que hemos envidiado desde la prehistoria, y que sólo en los dos últimos siglos hemos sido capaces de emular, gracias primero al globo de los hermanos Montgolfier y luego al avión de los hermanos Wright.

Incluso hoy en día, cuando subimos a un avión de pa­sajeros y viajamos a los rincones más remotos del planeta, nos sigue cautivando la capacidad de las aves migratorias de realizar esos mismos viajes sabiendo encontrar la ruta de ida y vuelta a su destino sin la ayuda de nuestros modernos sistemas de navegación.


Este texto es un extracto de ‘Diez aves que cambiaron el mundo’ (Miradas Salamandra, 2025), de Stephen Moss. 

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