Vivien Goldman. La venganza de las punks.

Contraediciones, 2020. 260 páginas. Tit. or. Revenge of the she-punks. Trad.Carolina Smith de la Fuente. Historia del movimiento punk femenino organizado en cuatro apartados: identidad, dinero, amor/desamor y protesta, cada uno de ellos encabezado por una lista de reproducción que nos pone en contexto de los grupos de los que se va a hablar y de temazos que ilustran los conceptos de cada uno de los apartados. La autora ha formado parte protagonista del movimiento como cantante y periodista y sabe de lo que habla, ha compartido copas y escenario con muchas de las componentes de estos grupos y sabe buscar las canciones y grupos más relevantes. Me ha gustado este amplio panorama de un movimiento que desde su mismo nacimiento ha estado invisibilizado, y me ha hecho gracia encontrarme con las Vulpes, que en su momento tuvieron un escándalo televisivo importante. Muy bueno. Según avanzaba la segunda década del siglo xxi, se empezó a desarrollar un curioso ejemplo de apropiación cultural —la obsesión de esta época—. Los creadores de tendencias del mundo rico querían un trozo del pastel punk y empezaron a adueñarse de su sensibilidad. Ya no eran solo los habituales diseñadores de ropa cara, los antiabortistas de... The post Vivien Goldman. La venganza de las punks. first appeared on Cuchitril Literario.

Jun 9, 2025 - 22:15
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Vivien Goldman, La venganza de las punks
Contraediciones, 2020. 260 páginas.
Tit. or. Revenge of the she-punks. Trad.Carolina Smith de la Fuente.

Historia del movimiento punk femenino organizado en cuatro apartados: identidad, dinero, amor/desamor y protesta, cada uno de ellos encabezado por una lista de reproducción que nos pone en contexto de los grupos de los que se va a hablar y de temazos que ilustran los conceptos de cada uno de los apartados.

La autora ha formado parte protagonista del movimiento como cantante y periodista y sabe de lo que habla, ha compartido copas y escenario con muchas de las componentes de estos grupos y sabe buscar las canciones y grupos más relevantes.

Me ha gustado este amplio panorama de un movimiento que desde su mismo nacimiento ha estado invisibilizado, y me ha hecho gracia encontrarme con las Vulpes, que en su momento tuvieron un escándalo televisivo importante.

Muy bueno.

Según avanzaba la segunda década del siglo xxi, se empezó a desarrollar un curioso ejemplo de apropiación cultural —la obsesión de esta época—. Los creadores de tendencias del mundo rico querían un trozo del pastel punk y empezaron a adueñarse de su sensibilidad. Ya no eran solo los habituales diseñadores de ropa cara, los antiabortistas de derechas también empezaron a asemejarse aya hablar como punks (si no escuchabas lo que decían). En paralelo, se generó un rechazo y una visión cínica del punk. Empezó con el resentimiento hacia las numerosas celebraciones por el cuadragésimo aniversario que organizaron los mismos organismos del gobierno británico que intentaron prohibirlo en sus inicios. A eso hay que sumarle el que ahora cualquiera puede ser «punk» solo por llevar una falda a cuadros escoceses y tener un tatuaje o un aro en la nariz, incluso si su música es completamente pop. Además, los símbolos de su estilo —los estampados de animales, la lencería fetichista y los colores de neón que en los primeros días del punk se sacaban de mercadillos, armarios apolillados y tiendas de segunda mano— han sido mercantilizados y puestos a la venta en el centro comercial a la vuelta de la esquina. Hay quien dice que la música punk está acabada, castrada, que no tiene cabida en las luchas actuales, pero es un punto de vista elitista que normalmente sostienen urbanitas indiferentes o expunks cascarrabias que viven de la pensión: los que pueden permitirse el lujo de rumiarlo todo y a menudo ignoran lo que sucede más allá de su, a menudo privilegiado, entorno.
El punk sigue estando en las barricadas. En Indonesia, jóvenes punks han sido encarcelados después de que les afeitaran la cresta en público. Por su activismo punk, dos integrantes de Pussy
Riot acabaron en prisiones aisladas e inhumanas y sufrirán acoso de por vida. Incluso en 2017, en el Lower East Side de Nueva York, junto a Tompkins Square Park, donde en los setenta las personas sin hogar montaron un campamento mientras el punk se cocía a su alrededor, un grupo punk que tenía «autorización para tocar» (una formalidad que nadie hubiera cumplido en el pasado) fue agredido sin motivos por la policía. Los regímenes autoritarios saben que el primitivismo descarnado que define el punk es una amenaza. En su estado más puro representa el empoderamiento y ofrece a la gente sin voz un megáfono para cuestionar las estructuras de poder dominantes y les da la oportunidad de expresarse a través de la música. A menudo, lo hacen muy alto y con rabia; sobre todo las chicas, aunque el que a veces sea a un volumen más bajo no significa que estén menos cabreadas. Saben que, a pesar de años de lucha, aún se les paga menos, tienen menos posibilidades de acceder a puestos de poder y menos control sobre sus vidas; saben que, con el inevitable paso de los años, más y más gente intentará menoscabar su influencia. Es desquiciante. El punk significa indignarse ante un sistema codicioso, capitalista o neoliberal. El punk significa que las mujeres tienen el derecho a decidir qué hacer con su cuerpo. El cronista de Crass, Richard Cross, habla de que «en la subcultura hay una expectativa de cooperación y autonomía». Estas convicciones innegociables son el corazón del punk, por eso es la música de la resistencia contra los que opinan lo contrario.

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