«Nunca estamos del todo en nuestro lugar»
«Podría parecer que hay dos clases de seres, los de la tierra y los del viento». Así comienza Claire Marin (París, 1974) el ensayo ‘Estar en su lugar’ (Anagrama). De la mano de filósofos como Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault y de autores como Annie Ernaux, Anne Dufourmantelle y Georges Perec, esta doctora en Filosofía se pregunta qué significa tener un lugar propio, ya sea para quedarse en él o para tomar la decisión de abandonarlo. Sylvain Prudhomme divide al mundo entre los que se van y los que se quedan. Usted dice que se divide entre los […] La entrada «Nunca estamos del todo en nuestro lugar» se publicó primero en Ethic.

«Podría parecer que hay dos clases de seres, los de la tierra y los del viento». Así comienza Claire Marin (París, 1974) el ensayo ‘Estar en su lugar’ (Anagrama). De la mano de filósofos como Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault y de autores como Annie Ernaux, Anne Dufourmantelle y Georges Perec, esta doctora en Filosofía se pregunta qué significa tener un lugar propio, ya sea para quedarse en él o para tomar la decisión de abandonarlo.
Sylvain Prudhomme divide al mundo entre los que se van y los que se quedan. Usted dice que se divide entre los nómadas y los que echan raíces. ¿Y cuando no se entra en ninguna de esas categorías, o mejor dicho, cuando se entra en ambas?
De hecho, se trata menos de dos categorías que de dos polos. Y menos de una división que de una oscilación que yo creo que todos experimentamos en nuestra existencia. Hay momentos en los que necesitamos anclarnos en un lugar, tener la posibilidad de refugiarnos allí o recargar las pilas. Y hay otros momentos en la vida en los que, por el contrario, necesitamos un cambio, un descentramiento. Cambiar de espacio, de configuración, permite que surjan nuevas dinámicas y que haya interacciones diferentes. Pero también creo que hay «tipos» de personas: algunas personas se construyen en una forma de estabilidad y otras necesitan el estímulo de lo nuevo y de lo inédito para sentir que existen.
«Algunas personas necesitan el estímulo de lo inédito para sentir que existen»
Afirma que los lugares no son inocentes, que no son neutros. ¿Cómo nos marcan y delimitan los espacios que ocupamos?
Los lugares no son neutros en primer lugar porque ya han sido ocupados antes de que estuviéramos nosotros. Por lo tanto, llevan las marcas de los que nos precedieron, huellas que pueden ser alegres o más oscuras. Los lugares que han sido habitados antes que nosotros a veces están «embrujados» con historias dolorosas. Los espacios también nos delimitan porque son sociales y políticos: no son accesibles del mismo modo para niños y adultos, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, blancos y negros, según el período histórico. Entonces, obviamente, los espacios pueden limitarnos, podemos sentirnos indecisos al entrar en ciertos lugares, tener la impresión de no tener un lugar allí. Pero también hay lugares hostiles que están diseñados como tal: pretenden hacer desaparecer del espacio público a las personas sin hogar, a los migrantes y a las personas mayores. Podríamos decir, desde la perspectiva de Foucault, que el espacio es a la vez cuadriculado y connotado; y esa sensación del lugar en el que me encuentro produce en mí un determinado efecto, engendra un determinado comportamiento, una determinada postura según me acoja o me resulte hostil.
«Desplazarse es destrabarse». ¿Por qué a veces es necesario reivindicar una nueva identidad, traicionar a esa persona que ya no somos y liberarnos de nosotros mismos, así sea momentáneamente?
La identidad en realidad se redefine constantemente, pero este trabajo constante de autocreación, o de redefinición de uno mismo, quizá la mayor parte del tiempo es invisible, discreto, insensible… Ocurre en una especie de continuidad, lenta o suave, a menudo desapercibida. Pero en ciertos momentos de la vida este trabajo produce fracturas, exige reconfiguraciones importantes y visibles. Esto puede llevarnos a sentir que estamos traicionando a la persona que una vez fuimos, pero solo para convertirnos en la persona que queremos ser. En última instancia, el riesgo es permanecer en una identidad fija de la que acabamos siendo prisioneros, encerrados en una camisa de fuerza que ya no nos corresponde.
«El riesgo es permanecer en una identidad fija de la que acabamos siendo prisioneros»
Hablemos de la violencia de las taxonomías. Se clasifica y encasilla para controlar. ¿Por qué es mejor ser «inalistable», no caber en ninguna lista?
La violencia de las taxonomías es la violencia de las etiquetas que nos pegan otros o de las cajas en las que nos metemos nosotros mismos. Lo sorprendente es hasta qué punto estas listas no hacen más que multiplicarse hoy en día. Sobre todo en torno a las clasificaciones patologizantes. Entendemos que existe una economía de estas taxonomías que cosifica a los individuos, los categoriza: nos convertimos en un cierto tipo de comprador, un cierto perfil en una app de citas, etcétera. A la postre nos convertimos en un conjunto de datos que alimenta a la bestia algorítmica. En otras palabras, ser «inalistable» significa preservar algo de la propia personalidad, de la propia singularidad y del propio carácter irremplazable.
Pensando en la Ítaca de Kavafis, ¿por qué siempre al volver a casa añoramos la ciudad soñada? ¿Esa búsqueda constante demuestra que siempre hay algo que nos falta, un vacío que no se llena? «Ítaca no te ha engañado», dice Kavafis…
Del mismo modo que siempre soñamos con algo mejor, siempre fantaseamos con otros espacios, proyectamos sobre otras ciudades una vida que aún no es nuestra y que quizá nunca será. La ciudad soñada, las representaciones utópicas, participan de esta necesidad psíquica de proyectarse hacia otras vidas, hacia otros lugares, de prolongar la vida real a través de la multiplicidad de vidas imaginarias.
«La ciudad soñada participa de la necesidad psíquica de proyectarse hacia otras vidas»
Si es verdad que «tal vez seamos más migratorios que enraizados», ¿a qué se debe la rabia —a veces el odio— al que se desplaza, al migrante que busca otro lugar?
Podemos ver claramente la diferencia entre la figura a veces repelente del migrante y la imagen poética del ave migratoria que vuela hacia cielos más suaves donde podrá pasar el invierno. Nos gusta pensar que somos pájaros que parten hacia horizontes más clementes, pero somos muy intolerantes con aquellos que se ven obligados a huir de la guerra, del hambre, de la persecución política o de los efectos devastadores del cambio climático. Nos gusta pensar en el viaje como una fuente de placer del dépaysement o del cambio de aires, al tiempo que rechazamos todo lo que nos recuerde la violencia de las contingencias de la existencia y el hecho de que ningún lugar es definitivamente un refugio.
Porque, según Günter Anders, una cosa es ser emigrante y otra es ser emigrado. ¿Hay quienes están destinados a ser extranjeros en todas partes?
Desgraciadamente, tanto la historia como la situación geopolítica actual nos recuerdan a cada instante hasta qué punto algunos pueblos parecen condenados a ser rechazados constantemente de una tierra a otra. Pero esto no es un caso del destino, es un fracaso político y moral. Un fracaso frente al que no debemos resignarnos. Todo el mundo debería tener el derecho básico a un lugar propio. ¿Qué son los seres humanos, entonces si olvidan su deber de hospitalidad?
¿Cuál sería entonces la importancia de habitar los márgenes, los intersticios? Si todos los lugares son provisionales, entonces nadie está del todo «en su lugar» porque los espacios son múltiples y polimorfos…
Sí, los lugares son temporales. Nunca estamos del todo en nuestro lugar. Los lugares cambian, aunque parezcan seguir siendo los mismos: la forma en que los habitamos, las personas y las energías que los atraviesan al final los modifican. Tal vez haya algo infantil en hurgar en los márgenes y en los intersticios, todos esos lugares donde a nadie se le ocurre venir a buscarnos. Desde ahí podemos mirar lo familiar desde una perspectiva inusual y descubrir que todavía puede desplazarnos, cambiarnos de sitio.
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