Interpretación literaria de «El túnel» de Sábato: claves, simbolismo y análisis
El túnel, del escritor argentino Ernesto Sábato, no solo comienza con una de las mejores frases de la literatura universal,...


Interpretación literaria de «El túnel» de Sábato: claves, simbolismo y análisis
El túnel, del escritor argentino Ernesto Sábato, no solo comienza con una de las mejores frases de la literatura universal, sino que se encarga, en menos de cien páginas, de explorar la sombra de su protagonista, un pintor atormentado por un crimen pasional que lo convierte de a poco en un maniático. Publicada por primera vez en 1948, la novela aborda temas como la soledad, el amor obsesivo y la locura.
En su obra, Sábato no le teme a profundizar en los espacios más oscuros y perturbadores de la mente de un hombre que se muestra roto desde un inicio. Quizá, lo más interesante del libro es que nos encontramos ante un texto confesional, directo y sin ornamentos. Para rendirle honor a su legado, nos adentraremos en una interpretación literaria de El túnel, así como en sus claves y simbolismo.
Claves para interpretar El túnel, de Ernesto Sábato
Para poder avanzar, es necesario hacer alusión a la frase que desencadena esta historia: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne». Si se toma en cuenta la oración, podemos deducir tres cosas: la novela está narrada en primera persona, está construida alrededor de una narración retrospectiva, y desecha desde el inicio todo misterio sobre el asesinato.
A partir de esa primera línea, todo lo que el autor pretende es desencadenar la explicación del cómo se dieron los hechos, y por qué. Otra arista que se abre cuando se ha roto el secreto, es la de la progresiva descomposición psíquica del protagonista y narrador, así como la profundidad del aislamiento en el que se ve sumido antes y después de matar a María Iribarne.
La búsqueda de sentido y la necesidad de conexión
Al principio, Juan Pablo Castel afirma que no perderá el tiempo dando demasiados detalles sobre su propia vida, pero, como el lector podrá notar después, no cumple su promesa: es un narrador poco confiable, por lo que cada una de sus palabras deben ser tomadas con cuidado. Sin embargo, hay una verdad inminente: Castel es pintor, y está obsesionado con la búsqueda de sentido en un mundo que considera hipócrita, vulgar e incomprensible.
Teniendo en cuenta esta premisa, es fácil notar que la visión misándrica y nihilista del protagonista impregna toda la narración. Él se siente superior a los demás, aunque diga que no, y es completamente incapaz de establecer vínculos humanos significativos, al menos, hasta que conoce a María Iribarne, una mujer casada con un hombre ciego que parece entender al pintor en lo esencial.
Surgimiento de la conexión entre Castel e Iribarne
Todo comenzó durante la inauguración de una exposición para la que Castel preparó el cuadro de una mujer en primer plano. La crítica alabó sus formas sin darse cuenta de que, tras ellas, había otra mujer, más pequeña, mirando el mar. Mientras todos estaban obsesionados con la primera forma, María parecía comprometida con la segunda, convirtiéndose en una revelación absoluta para su autor.
A partir de entonces, Castel comienza a proyectar sobre María Iribarne sus deseos de comunicación total y de redención emocional, lo que pronto se transforma en una obsesión posesiva. Esta necesidad de comprensión y fusión absolutas con otro ser humano es, paradójicamente, la fuente de su angustia. Castel idealiza a María como el único ser capaz de comprenderlo, pero, al mismo tiempo, desconfía de ella.
La paradoja emocional del protagonista
Decir que Castel duda de la sinceridad de María sería solo un eufemismo. Desde que la conoce, la percibe como un ángel y una mentirosa, en conjunto. Este pensamiento lo lleva a acosarla, interrogarla, seguirla a todas partes, y, finalmente, asesinarla. Sábato utiliza el «amor» como una excusa para retratar una forma distorsionada de violencia, una búsqueda patológica de unidad que, al no poder concretarse, termina en destrucción.
El túnel como símbolo
El título de la novela hace alusión a una metáfora del aislamiento existencial tanto del protagonista como del hombre moderno. El personaje principal se siente encerrado en un muro que lo separa de manera infranqueable de los demás. Este paralelismo toma mucha más fuerza hacia el final de la novela, cuando Castel afirma que todos vivimos en nuestro propio túnel, sin posibilidad de verdadera conexión.
—«En todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío».
En el sentido anteriormente mencionado, el túnel no solo pasa a ser una imagen del encierro mental, sino un manifiesto filosófico sobre la incomunicación social humana. Como buen existencialista inspirado por autores como Sartre y Camus, Sábato construye un universo donde los lazos son ilusorios y donde cada individuo está restringido por una visión enmarcada en su propia subjetividad.
El arte como desencadenante y como fracaso
En la literatura, casi siempre, el arte es un pozo de esperanza y paz donde los protagonistas se refugian del mundo exterior. Sin embargo, en El túnel, el arte no redime, sino que sumerge a Castel en un mar de perturbación. El protagonista detesta a los críticos, al público, y hasta a sus propios colegas. En este contexto, su pintura, en lugar de ser un medio de expresión, es un punto de partida hacia su manía.
La obsesión de Castel por el «detalle» del cuadro —la mujer en la ventana— resume su imposibilidad de captar el todo. Él se aferra a un fragmento, lo absolutiza, y destruye todo lo que lo contradice. En ese sentido, la relación entre arte y vida es una de frustración. El arte, como la comunicación, fracasa: el mensaje no llega íntegro al otro, y el intento de transmitirlo se convierte en violencia.
María Iribarne: símbolo de lo inasible
María Iribarne no es un personaje completo ni complejo, de hecho, ni siquiera es delineado por el narrador, pues su construcción opaca solamente sirve a su fusión simbólica. A los ojos del protagonista, ella es, al mismo tiempo, salvadora y traidora, luz y sombra. Sin embargo, nunca se llega a conocer su versión de los hechos, ya que toda la novela está medida por la paranoica voz de Castel.
María, entonces, se vuelve un espejo donde se reflejan los miedos, inseguridades y pasiones del protagonista. No obstante, desde una perspectiva más amplia, Iribarne podría representar el ideal inalcanzable del amor total o la verdad última de la existencia, aquello que se anhela con desesperación, pero que nunca se puede poseer del todo. Castel, incapaz de aceptar esta imposibilidad, opta por destruir lo que no puede comprender.
La fragmentación mental y posterior locura
Uno de los aspectos más imprescindibles de El túnel es su representación de la mente rota. A lo largo de su relato, Castel oscila entre la lucidez y el desequilibrio mental, entre momentos de autocrítica y episodios de justificación delirante y nerviosa. Por ello, es probable que el lector no pueda evitar ser arrastrado por esta ambigüedad, buscando comprender o simpatizar con el narrador.
No obstante, también existe un punto en el que ya no es posible entenderlo, y se le termina por rechazar. Al mismo tiempo, la ambivalencia que se presenta muestra la fragilidad de la razón y la facilidad con la que es posible dejarse llevar por el impulso o el miedo. Así, Castel no es un psicópata de manual, sino un hombre profundamente perturbado, inherentemente humano, que se transforma en un monstruo por su necesidad de control.
Sobre el autor
Ernesto Roque Sábato nació el 24 de junio de 1911, en Rojas, Argentina. En vida, fue un escritor, pintor y físico, y estuvo particularmente interesado en el rol del hombre en la sociedad y el sentido de su estancia. En lo literario, es reconocido por haber escrito tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador. Asimismo, se destacó en la creación de ensayos.
Entre sus piezas ensayísticas más famosas se encuentran Uno y el Universo, Hombres y engranajes, El escritor y sus fantasmas y Apologías y rechazos, donde reflexiona sobre la condición humana. De igual manera, Sábato fue el segundo argentino en recibir el Premio Miguel de Cervantes, el cual se le entregó en 1984, después de que lo recibiera Jorge Luis Borges en 1979.