Park Chan-wook, el heraldo del cine surcoreano

Quienes aplaudían a Park a comienzos de la distribución de sus películas a este lado del mundo, imbuidos por esa elevación del ánimo que el descubrimiento del buen cine deja en cuantos saben apreciarlo, debían de sentir una euforia muy semejante a la satisfacción con la que, a mediados del siglo XX, los responsables de... Leer más La entrada Park Chan-wook, el heraldo del cine surcoreano aparece primero en Zenda.

Jun 8, 2025 - 11:05
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Park Chan-wook, el heraldo del cine surcoreano

Sé que no sirve de nada, como casi todas las cosas en las que soy un experto, pero puedo jactarme de haberme entusiasmado con el cine surcoreano, en su conjunto, mucho antes del éxito que conoció en la cartelera internacional Parásitos (Bong Joon-ho, 2019). Aunque, en honor a la verdad, he de reconocer que tampoco fui de los primeros en rendirme a la que, a mi juicio, en líneas generales, hoy por hoy, es la filmografía prominente del panorama internacional. Esos, los primeros, fueron quienes distinguieron Oldboy (Park Chan-wook, 2003) con el Gran Premio del Jurado en la cita de Cannes de aquella primavera. Seguro que, en una buena medida, comprendieron el espíritu de un filme que nos habla de Oh Dae-su, un conde de Montecristo del Seúl de comienzos del siglo XXI. Quiere esto decir que el túnel que perfora Edmundo Dantés para su fabulosa fuga del castillo de If tiene su equivalente en el trabajo de Oh Dae-su horadando las paredes de un rascacielos. Parece ser que Oldboy está basado en un manga homónimo, ambientado en Tokio, en el mundo de la yakuza. Fue publicado en 1997 por Garon Tsuchiya e ilustrado por Nobuaki Minegishi. Pero las concomitancias entre las páginas de Dumas y las secuencias de Park son innegables.

Quienes aplaudían a Park a comienzos de la distribución de sus películas a este lado del mundo, imbuidos por esa elevación del ánimo que el descubrimiento del buen cine deja en cuantos saben apreciarlo, debían de sentir una euforia muy semejante a la satisfacción con la que, a mediados del siglo XX, los responsables de la programación de los festivales europeos daban a conocer en la cartelera del Viejo Continente las excelencias del cine japonés e indio. Y seguro que aquellos primeros espectadores occidentales de Park ya creían haber entendido la mecánica de este realizador surcoreano, que con tanto lustre acababa de darse a conocer en la cita de la primavera de la Costa Azul, cuando, después de toda la brutalidad que acababa de mostrarles, en los agradecimientos de rigor, al recoger la Palma de Oro y el resto de los premios que había merecido, lamentó la muerte de los cuatro calamares que se vieron obligados a sacrificar durante la filmación, en las secuencias del bar de sushi. Puede que fueran pulpos, de lo que no hay duda es de que Oh Dae-su, delante de la cámara, los mata a bocados. Esa suerte de humor negro de Park viene a ser algo así como esa última pasada, que da lustre a los zapatos ya limpios, de la que nos habla Francis Scott Fitzgerald en el arranque de Hermosos y malditos (1922).

"Hacía muchísimo tiempo que una cinematografía desconocida por remota de mi horizonte no me entusiasmaba como viene haciendo desde hace quince años el cine surcoreano"

Bong Joon-ho ya me hizo entrever la excelencia del cine de su país en cintas como Perro ladrador, poco mordedor (2000), Crónica de un asesino en serie (2003), The Host (2006), Mother (2009) o Snowpiercer (2013). Cada una a su modo, han marcado mi experiencia como amante del cine surcoreano. Tengo a The Host como a una de las mejores películas de terror que ha dado el siglo XXI. Crónica de un asesino en serie y Mother son otro tanto en lo que al policiaco se refiere. Serían cozy por su localización en poblaciones pequeñas, pero la saña que muestran los cadáveres los aparta de esas intrigas acogedoras que nos contaban los detectives de Georges Simenon y Agatha Christie. Tampoco se me antojan noir.

A mi entender, el noir coreano tiene uno de sus mejores ejemplos en The Yellow Sea (Na Hong-jin, 2010), un relato brutal —y en este caso lo digo a modo de elogio— localizado en el mar que separa Rusia de Corea del Norte. Todo en mi acercamiento a la pantalla coreana ha sido un descubrimiento fascinado, una epifanía, que decimos ahora. Hacía muchísimo tiempo que una cinematografía desconocida por remota de mi horizonte no me entusiasmaba como viene haciendo desde hace quince años el cine surcoreano.

"Le otorgo la grandeza por la intensidad de su filmografía y la fascinación que ejerce sobre mi actividad cinéfila este heraldo de la eclosión del cine coreano, a la que aún asistimos"

La primera vez que escribí sobre Park Chan-wook, su nombre se romanizaba del hangul —el alfabeto coreano— como Park Chan-wook, pero también como Chan-wook Park. Ahora, al parecer, incluso puede escribirse Pak Chan-uk. De una u otra manera, en aquellos primeros apuntes no acababa de enterarme de lo que en verdad me interesaba de este realizador nacido en Seúl en 1963: su apellido. Cuando un cineasta me conmueve hasta llevarme a estudiar con el debido detenimiento cuanto concierne a la realización de sus películas, me gusta referirme a él por su apellido —el “seong” que se escribe en hangul romanizado—, que en el caso del autor de la Trilogía de La venganza —Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy y Sympathy for Lady Vengeance (2005)— es Park. Unida esta costumbre al hecho de que no acaba de estar clara la grafía de su nombre, “le llamaré Park, el gran Park”, decidí en su momento.

Le otorgo la grandeza por la intensidad de su filmografía y la fascinación que ejerce sobre mi actividad cinéfila este heraldo de la eclosión del cine coreano —su majestad el cine coreano—, a la que aún asistimos. Eso sí, más o menos dentro del reducido circuito de la versión original. Pues bien, toda esa dicha arrancó con ese thriller edípico, que se asemeja a un cuento, que es Oldboy: Oh Dae-su —por cierto, una de las grandes interpretaciones de Choi Mink-sik—, permanece quince años secuestrado sin saber por quién ni por qué, más o menos como Edmundo Dantés, antes de escaparse del cautiverio y empezar a dar muerte a cuantos le tuvieron encerrado. De ahí a esa secuencia de Oh en el pasillo enfrentándose a toda una tropa de villanos sin más arma que un martillo para ir abriendo cabezas, y posteriormente más de lo mismo: todo es un ejercicio de violencia coreografiada. Oh solo dispone de cinco días para acabar con el culpable de su cautiverio y su más que considerable tropa de sicarios, y no hay tiempo que perder…

"Que Oldboy hiciese carrera en las carteleras occidentales es un enigma que acaso puede explicarse por lo estética que puede llegar a ser una matanza"

Lejanos ya los tiempos en que los disparos se daban a entender mediante un sonido en off, la violencia más brutal se venía mitificando desde ese lirismo que entrañaban las efusiones de sangre, ralentizadas, de los tiroteos del otoño de Sam Peckinpah. Walter Hill, uno de sus primeros discípulos, también cultivó, aunque sin mucho tino, esa poética de los disparos. Pero su exaltación llegó con realizadores como el hongkonés John Woo y, naturalmente, aunque quizás más en broma que en serio, con Quentin Tarantino. Sin embargo, en Park y su Trilogía de la venganza, más que el chiste del calamar, a mí se me antoja como un signo externo de rebeldía.

Tengo un amigo que se jacta, como yo, de haber descubierto el cine coreano antes de Parásitos —una historia de okupas, por otro lado— y de no haberle perdonado, en toda la vida, nunca nada a nadie. Debe de haber mucha gente así, pero muy pocos se atreverían a decirlo abiertamente. Esas son cosas que se callan y se evidencian con actos, no verbalmente. Y menos en esas sociedades del pacifismo a ultranza como la nuestra, donde, desde hace ya décadas, se prefiere que los niños jueguen a las cocinitas antes que a ser soldados, en la idea de que jugar a la guerra, como se hacía antaño, genera violencia.

Que Oldboy hiciese carrera en las carteleras occidentales es un enigma que acaso puede explicarse por lo estética que puede llegar a ser una matanza: el lirismo de las detonaciones, las efusiones de sangre a cámara lenta… En cualquier caso, el cine del gran Park tiene un claro componente de rebeldía. Y seguro que significa algo que desde Stoker (2013), coproducida por Ridley Scott y protagonizada por Mia Wasikowska y Nicole Kidman, entre otros intérpretes occidentales, se haya ido apaciguando. Ya en La doncella (2016) la violencia dio paso a la pulsión erótica. A veces pienso que Park se ha enamorado.

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