Lo que se esconde detrás de la mirada
«Puedes escupir en la calle o arrancarle las bragas con la mirada a una chavala de catorce años. Puedes meterle una bala en el tórax a un animal por diversión, acosar a quien quieras en redes sociales […]. Pero lo que sin duda no puedes hacer es pedirle a un desconocido que te pegue una... Leer más La entrada Lo que se esconde detrás de la mirada aparece primero en Zenda.

¿Qué reconocemos como violencia? Esta pregunta nos lleva a una famosa cita de Judith Butler: «La estructura de las creencias es tan fuerte que permite que algunos tipos de violencia se justifiquen o ni siquiera sean considerados como violencia». En este caso Butler se refiere a las violencias bélicas, pero igualmente en otros textos la filósofa reflexiona sobre las violencias políticas, sociales y de género para las que el cuerpo supone el enlace entre ellas y el individuo. Reflexiones similares se plantean en la ópera prima literaria de Estela Sanchis: Hasta aquí todo va bien, publicada en la editorial Candaya. Un estreno asombroso que despliega con maestría una trama cautivadora que se ve reforzada por la forma elegida.
«Puedes escupir en la calle o arrancarle las bragas con la mirada a una chavala de catorce años. Puedes meterle una bala en el tórax a un animal por diversión, acosar a quien quieras en redes sociales […]. Pero lo que sin duda no puedes hacer es pedirle a un desconocido que te pegue una paliza. No puedes pegarle tú de vuelta jugando a medir tus fuerzas, su resistencia y luego salir de allí como si nada hubiese pasado. No puedes golpear a una desconocida solo porque te lo pida, Peter».
La novela está estructurada en diecisiete capítulos narrados por una voz autodiegética (narración en primera persona). La acción comienza in medias res con la protagonista acompañada a su casa por Peter, de quien ha recibido una paliza, mientras él charla tranquilamente fumando su cigarrillo. La novela busca diseccionar las distintas violencias de las que la narradora, mediante su cuerpo, es víctima y partícipe. De esta forma, el libro indaga en cómo se instauran como costumbre, desde las charlas paternalistas de Gabor, que son el menosprecio camuflado de empatía, a la búsqueda de consentimientos cuestionables, como la paliza de Peter o el apego que desarrolla Greg. Paulatinamente se irán desvelando qué circunstancias dieron lugar al momento de la paliza, así como las decisiones de la protagonista para revertir lo sucedido mediante el arte. De este modo, los capítulos hacen avanzar la historia o se pierden en recuerdos anteriores (analepsis), porque se necesita del pasado para entender cómo se ha conformado el presente.
Las performances, desde su creación, han intentado exponer la violencia y el sufrimiento haciendo usualmente de la corporeidad el propio medio artístico. Hasta aquí todo va bien hace un recorrido por obras anteriores, como la de Yoko Ono o la de Abramović, para configurar su propio discurso, que conecta de lleno con la exposición final de la protagonista. Recordemos que ella está «disfrutando» de una beca de creación artística, y entrecomillo la palabra porque en esta novela también hay una crítica contra el pensamiento del arte como medio terapéutico, que banaliza los entramados teóricos y técnicos que constituyen el trabajo de los artistas.
Estela Sanchis une inteligentemente el carácter autoficcional de las performances mediante una narradora que es ella misma para que esta novela actúe como una continuación de su propia vida, así como su obra, que está presente en la novela al estilo de un libro de artista. No es casual que se mencione Suite Vénitienne, de Sophie Calle, debido a que «Los vecinos de enfrente» o «El señor que me envía regalos» son trabajos anteriores de Estela Sanchis que se incluyen en el libro en tanto que soporte, dando lugar a una novela que teoriza sobre la fotografía y la performance, pero sin descuidar el relato y así nos ofrece una lectura maravillosa y nos adentra en cuestiones de mirada, género e identidad: «No puedo evitar sentir que ellas le asisten y ellos agreden», dice al ver las diferentes actuaciones entre el público/participantes masculinos y femeninos ante la vulnerabilidad de las performances. Si hasta ahora la fotografía de Estela Sanchis había incorporado elementos narrativos, Hasta aquí todo va bien lo hace con elementos de la fotografía y la performance, para construir un marco intertextual e intratextual (referencias a la propia obra) que consigue hacer arte de la propia vida. Porque da la sensación que no somos conscientes de que el dolor al que contribuimos hasta el momento en que lo padece un sujeto no-ficcional frente a nosotros.
Porque el arte, como se observa en la exposición de la protagonista, no solamente implica la reflexión sobre los rasgos de nuestra contemporaneidad, sino que también ayuda a su restructuración, a la inversión de las violencias asumidas. Estela Sanchis sitúa el cuerpo en el centro del discurso (siguiendo con las ideas de Butler) para incidir en la precariedad, el deseo o la mirada patriarcal: «Le gustaría, dice, borrar todo lo inculcado relacionado con el placer y el deseo, extraer la mirada masculina de su sexualidad y ver qué queda, qué es real y qué es adquirido, cuáles serían sus fantasías de no existir Pornhub». Todo lo ocurrido se concreta en esta exposición final que responde, como hacen las performances, a la creación de un espacio difuso del que no se sabe dónde están los límites o dónde el receptor está a salvo de no ser implicado, si es que no forma parte desde el principio. En Hasta aquí todo va bien la difusión y reflexión sobre los límites serán dos constantes, pues esta maravillosa primera novela deja un espacio abierto para que el lector lo ocupe y de pronto sea consciente de que ha sido involucrado.
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Autor: Estela Sanchis. Título: Hasta aquí todo va bien. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros.
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