Los flechazos no duran para siempre (y eso es bueno)

La fase inicial del enamoramiento no dura. Ni debe durar. Porque aunque esa emoción inicial es brutal, no está diseñada para ser eterna. Es como una tormenta hormonal que, tarde o temprano, se calma. Y cuando eso pasa, empieza la parte verdaderamente interesante: la construcción. La entrada Los flechazos no duran para siempre (y eso es bueno) se publicó primero en Ethic.

May 30, 2025 - 17:10
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Los flechazos no duran para siempre (y eso es bueno)

Todos sabemos cómo empieza la historia: una mirada que te sacude, una conversación que se siente distinta, la chispa esa que no sabes explicar pero que te engancha desde el minuto uno. El flechazo de Cupido, la famosa química, ese cóctel de emociones que nos deja medio embriagados y hace que todo parezca más intenso, más vivo, más emocionante. Al principio, las relaciones son pura magia. Y no pasa nada por admitirlo: ese subidón existe, y además, es adictivo.

En esa primera fase, el cuerpo se adelanta a la cabeza. No piensas demasiado, solo sientes. Las mariposas en el estómago mandan, y las decisiones que tomas están guiadas más por la emoción que por la reflexión. Es normal. De hecho, biológicamente, estamos programados para eso: las hormonas se desatan, la dopamina y la oxitocina hacen su trabajo, y todo se tiñe de un halo casi irreal.

Pero (y aquí viene el giro que a nadie le gusta reconocer), esa fase no dura. Ni debe durar. Porque aunque esa emoción inicial es brutal, no está diseñada para ser eterna. Es como una tormenta hormonal que, tarde o temprano, se calma. Y cuando eso pasa, empieza la parte verdaderamente interesante: la construcción.

El problema es que nos han vendido muy bien la primera parte de la historia (gracias, pelis románticas y canciones empalagosas), pero casi nadie nos habla de lo que viene después. Como si el amor solo valiera cuando es pasión desbordada, cuando hay fuegos artificiales y mariposas diarias. Pero la realidad es otra: el amor que perdura no es el de la chispa infinita, sino el que se elige todos los días, incluso cuando la chispa se apaga un poco.

Cuando pasa la fase de la locura hormonal y la novedad de ir conociendo a la otra persona, lo que queda es la persona real y cotidiana. Con sus virtudes y sus defectos, con sus luces y sus sombras. Y ahí es donde se decide si ese vínculo tiene futuro o no. Porque elegir quedarse no porque todo sea perfecto, sino a pesar de las imperfecciones, es lo que marca la diferencia.

Una relación que se sostiene solo por la pasión está condenada a agotarse

La clave está en pasar del impulso al propósito. Porque una relación que se sostiene solo por la pasión está condenada a agotarse. Y una relación que solo se basa en un proyecto racional, pero sin emoción, se enfría. El equilibrio verdadero está en combinar ambas cosas: ese deseo inicial que te unió con un proyecto común que le da sentido a largo plazo.

Amar, cuando lo miras en serio, es mucho más que sentir. Es decidir. Es saber que hay un compromiso real, una lealtad que va más allá de los días buenos. Es saber que hay un equipo. Porque en la vida cotidiana no siempre hay fuegos artificiales. La mayoría de los días son normales, tirando a rutinarios. Y ahí es donde se mide de verdad la calidad de una relación: en cómo se resuelven los conflictos, en cómo se cuidan mutuamente, en cómo se mantiene el respeto incluso en las discusiones más feas.

El amor sano no es solo mariposas, es negociación. No es solo pasión, es diálogo. Es apoyo constante, incluso cuando no apetece. Es saber decir «te elijo» incluso en esos momentos donde el estómago no hace piruetas, pero la cabeza y el corazón saben que merece la pena seguir apostando.

Y aquí hay algo fundamental: para que una relación funcione de verdad, no basta con esperar que fluya sola. Hay que trabajarla. Y no desde la obligación, sino desde la conciencia de que todo vínculo profundo necesita cuidado y atención. Que hay que hablar, ajustar expectativas, negociar límites, y no dar nunca por hecho al otro. Que la complicidad se construye, día tras día, con pequeños gestos que quizá no sean épicos, pero que sostienen el vínculo cuando las cosas se ponen feas.

Por eso, el mensaje es claro: la magia está genial para empezar, pero no sirve para sostener. Lo que sostiene es el propósito compartido. Esa idea de que estáis construyendo algo juntos, que hay un proyecto en común que os da dirección y sentido. Puede ser formar una familia, puede ser viajar por el mundo, puede ser apoyaros mutuamente para crecer como personas. Da igual el qué, lo importante es que exista.

Y eso no se ve en las pelis, claro. Porque lo cotidiano no vende tanto como el drama pasional. Pero en la vida real, lo cotidiano es lo que lo es todo.

Así que, sí, disfrutemos la chispa cuando aparece. Saboreemos esa fase mágica sin culpa ni miedo. Pero sepamos también que lo verdaderamente valioso viene después, cuando la tormenta hormonal baja y se queda la calma. Cuando podemos mirar a la otra persona y ver más allá de la idealización inicial. Cuando, con los pies en la tierra, elegimos seguir adelante.

Porque al final, la magia es solo el inicio. Lo que realmente hace que una relación valga la pena y dure en el tiempo es el compromiso, la complicidad, la capacidad de estar incluso cuando no hay mariposas, pero sí respeto y amor sólido.

Eso es lo que no sale en los créditos finales de las pelis románticas, pero que, en la vida real, marca la diferencia entre un amor pasajero y uno que de verdad deja huella.

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