En busca de un continente sumergido
Entiendo que este proemio pueda resultar en primera instancia extraño o hasta extemporáneo pero, por las líneas que siguen, pronto se comprenderá —o, al menos, eso espero— que tiene todo su sentido. Ello es así porque quiero empezar con algo que no es en el fondo una obviedad, ni una simple tautología, aunque pueda parecerlo:... Leer más La entrada En busca de un continente sumergido aparece primero en Zenda.

Advierto desde la primera línea que lo que voy a escribir a continuación tiene un marcado carácter subjetivo. Si a algún lector le parece mal, me justificaré —y espero que se me disculpe— alegando que nunca estará más excusado ese sesgo que en una biografía: aquí el sujeto lo es todo. Es inevitable por ello que se superpongan los diversos planos subjetivos: en primer lugar, la del sujeto en cuestión, el biografiado, que vive su vida pero también la enjuicia y valora desde su atalaya personal, personalísima. Pero después, el plano del biógrafo —aunque en este caso habría que hablar siempre en femenino, biógrafa y biografiada— que analiza la vida de otra persona y saca sus propias conclusiones. Y ahora llega mi turno, el turno del crítico, que debe valorar a su vez los dos planos anteriores, la biografía en cuestión como obra ensayística, histórica o literaria, y la persona y la vida que está en el centro de todo ello, y que es el origen de todo.
Espero que ahora, si pongo además nombres concretos, se entienda mejor lo que quiero señalar. Hacer una biografía de una persona como Rosa Chacel es un reto mayúsculo. Primero, porque cumple con creces ese carácter de vida resguardada, interiorizada, que se diría como protegida por una coraza. Se me ocurre traer aquí, y aplicarla de otra manera, la célebre caracterización de Isaiah Berlin sobre los dos grandes talantes (intelectuales) del ser humano, el zorro y el erizo. Chacel sería sin lugar a dudas este último. Pero con un añadido específico que, rizando el rizo, hace las cosas más difíciles todavía: la escritora hizo de su vida la materia prima de su obra, de su literatura. A su manera, claro está. Con todo lo que ello conlleva de elaboración y hasta de distorsión. Esto implica que la primera tarea de la biógrafa sea a su vez interpretar y desbrozar esa versión inevitablemente interesada para llegar a una supuesta verdad auténtica, la vida verdaderamente vivida. Pero, ¿no es esto a su vez un mito, una misión imposible?
Sigamos poniendo nombres propios. Anna Caballé es la persona a la que hasta ahora me he referido como biógrafa. Sería ocioso hacer aquí ningún tipo de presentación, porque se trata de una investigadora, no ya suficientemente acreditada sino ampliamente conocida en su ya larga trayectoria docente y bibliográfica. Autora de algunas biografías canónicas, como por ejemplo la de Concepción Arenal, artífice también de distintas reflexiones sobre su disciplina —entre ellas, El saber biográfico, premio Jovellanos de Ensayo—, Anna Caballé ha sido galardonada con múltiples premios y reconocimientos. Si a priori se hubiera pensado en la mejor candidata para hacer una biografía de Rosa Chacel, sin duda el nombre de Anna Caballé tendría que haber figurado en primer lugar de la lista. Pero ello es porque, como se ha tratado antes de explicar, el desafío es inmenso. A las dificultades propias de la biografía propiamente dicha se une aquí que es preciso un gran conocimiento de la amplia obra de Chacel. Y con ese material queda luego toda la labor de separar hasta donde sea posible vida y obra, aparte naturalmente de ver el reflejo de una en la otra, como en un juego de espejos.
Es conveniente advertir que estamos ante una obra de madurez, una biografía densa y prolija que se extiende a lo largo de más de 550 páginas, con una apreciable cantidad de notas (agrupadas en la parte final) y un considerable aparato documental, que incluye múltiples cartas y borradores de la escritora, así como fuentes de archivo, en su mayor parte inéditas. Con todo ese material este libro se propone el ambicioso objetivo de bucear en busca de una terra incognita, un continente sumergido. De ahí el título de Íntima Atlántida. La metáfora del continente no puede reputarse como desproporcionada si consideramos que la vida de Chacel se extendió a lo largo de casi un siglo, entre el emblemático 1898 y 1994, casi todo el siglo XX. Caballé ha optado por dividirla en tres grandes bloques: el primero, desde su nacimiento hasta el estallido de la Guerra Civil; el segundo, desde la posguerra hasta los comienzos de los años setenta, una época intensa y convulsa, que pasó en su mayor parte fuera de España; y el último, ya en nuestro país en su mayor parte, hasta el momento de su muerte.
El volumen se abre con un pequeño prólogo que lleva el significativo título de «Prohibido el paso, o no». La frase alude en primer lugar a las barreras que puso la propia Chacel para que alguien, cualquiera que fuese, penetrara en su vida y, en segundo término, a la determinación de la biógrafa de vencer esos obstáculos y asomarse al interior. Y en este sentido puede decirse que ya desde el primer párrafo, Caballé juega fuerte, estableciendo una analogía entre dos castellanas de carácter, Teresa de Jesús y Rosa Chacel. Es probable que la comparación escandalice a no pocos pero, desde mi punto de vista, tiene plena pertinencia. No me refiero al aspecto más obvio y elemental, es decir, que ambas fueran escritoras, sino en otros rasgos peculiares con los que abordaron su ubicación en el mundo y la interpretación de sus vidas. En ambas se manifiesta la lucha sostenida «entre la pulsión de decir, de expresar lo más inconfesable que ocurría en su intimidad, y la pulsión de callar, preservando el secreto». En síntesis, la tensión «entre el silencio y la palabra, eje de toda creación literaria».
Si a menudo sucede que el biógrafo se enamora del biografiado o bien, en el extremo opuesto, trata de ajustar cuentas con su personaje, aquí no nos hallamos ni en uno ni en otro caso. Esto me permite volver al aspecto subjetivo o personal que mencionaba al comienzo: lo que más me ha llamado la atención de este ensayo es el sostenido contraste que se mantiene a lo largo de los 24 capítulos que lo integran. Por una parte, la admiración que despierta en Caballé la excelencia intelectual y la obra literaria de Rosa Chacel; frente a ella, en no menor medida, la biógrafa, lejos de edulcorar los aspectos más prosaicos de su trayectoria vital, retrata con pulso firme y hasta con crudeza una vida marcada por la insatisfacción, la desdicha y hasta un cierto resentimiento. Si, como ya se ha adelantado, sus experiencias vitales fueron para Chacel la materia prima de su literatura, no es menos cierto que esa inteligencia privilegiada y esa sensibilidad peculiar no constituyeron bagaje suficiente para hacer de su propia vida una obra de arte. De ello fue tan plenamente consciente la escritora que su diario desprende, en palabras de su biógrafa, una abrumadora sensación de fracaso.
Y en fin, para culminar ese tono subjetivo con el que he escrito este texto, me permito asegurar al lector que no solo no se aburrirá en ningún momento del largo recorrido, sino que hasta el medio millar de páginas le sabrán a poco. Por un lado, porque en sí misma la vida de Chacel, que transcurrió en buena parte fuera de España (Italia, Brasil, Argentina) presenta alicientes sobrados y porque la escritora se relacionó —antes de la guerra y luego, a su regreso del exilio—, con la flor y nata de la intelectualidad hispana, que aparece retratada con pinceladas certeras. Pero además —y sobre todo— porque Caballé ha sabido imbricar vida y obra en una síntesis impecable. No soy muy propenso a usar esas calificaciones de obra o biografía «definitiva» que se emplean en muchas promociones editoriales, pero sí puedo afirmar con rotundidad que será muy difícil que se pueda superar el retrato total de Rosa Chacel que nos ofrece Anna Caballé en Íntima Atlántida.
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Autora: Anna Caballé. Título: Íntima Atlántida: Vida de Rosa Chacel. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros.
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