Mi abuela María

Todo el pueblo pasó por el velatorio. Mi sensación era que ahí se estaba despidiendo una generación entera, una época con la que a muchos hoy en día les cuesta conectar, siquiera entender, con ese clasismo con que miramos el pasado. La entrada Mi abuela María se publicó primero en Ethic.

May 29, 2025 - 23:40
 0
Mi abuela María

Poco antes de morir mi abuela, me pasaron –échale un ojo, tú que eres periodista– una breve semblanza que habían escrito mi madre y mi tío para la revista del pueblo. Debía publicarse en agosto, coincidiendo con la Virgen del Espino, como homenaje a María, la más anciana de este reducto de la comarca de La Jara, en Toledo. Para entonces mi abuela habría tenido 104 años, pero se quedó en los 103, la pasada Semana Santa. No me cabe duda de que, puestos a morir, lo diseñó para que pudiéramos llegar a verla y para irse el mismo día en que, según la tradición cristiana, murió Jesucristo. Falleció en Viernes Santo.

No pensaba escribir sobre mi abuela porque todos tenemos una y siempre me queda la sospecha de que, cuanto más me concierne una cosa, menos interesa a nadie. Pero recientemente he vuelto a encontrar aquella semblanza apresurada de mi abuela María y he sentido que se quedaba corta. Además, quién sabe si la publicarán en la revista del pueblo ahora que está muerta.

Así escrito, tal y como la presentan mi madre y mi tío, parece poca cosa: su antológica pericia con los bordados, su matrimonio con Benito, la viudez y la panadería. Una vida pequeña, sin relumbrón ni marketing. No es una biografía cargada de experiencias ni ha sido «poeta de su vida», como nos quiere Nietzsche. No hizo un Erasmus en Bratislava, ni fue socia de su despacho de abogados, ni veraneó en Maldivas ni conoció más varón que el suyo ni, supongo, habrá ido a más de siete restaurantes en su vida en lugar de uno cada día la semana.

Sus muebles eran modestos y cervantinos, su comida exacta, el brasero de picón hasta que lo cambiaron –después de que yo me mareara, de niño–, sus palabras pocas pero bien tiradas, sus vestidos confeccionados por ella misma, si acaso alguno comprado en Talavera.

Vivió la Guerra mi abuela María, como el que luego sería su esposo: él, en las trincheras del Ebro; ella, atravesando otro río, el Huso, para escapar de los que querían matar a su padre por salirse de la cuerda de presos que lo llevaba al paredón. No hablaba de eso a menos que yo le preguntara y siempre se acordó con devoción de la mujer que los cobijó en una caseta junto al río y del cajón en el que se sentaban para cruzar en altura el cauce y los soldados italianos de los que había que precaverse en la casa de una señora rica en la que sirvió durante la contienda.

Lo que de verdad empodera es la vida, con todas sus hostias

No es una mujer que vaya a premiar ningún ministerio, mi abuela. No fue la primera licenciada en nada ni la primera que condujo un seiscientos. No hizo ninguna de esas dos cosas ni fue lo que se dice moderna. Pero ha sido sin duda una mujer empoderada porque lo que de verdad empodera es la vida, con todas sus hostias. María, mi abuela, fue viuda desde el año 64 y siguió ella al frente de su pequeña industria, acotando su espacio frente a los socios, llevando siempre las cuentas, procurando estudios universitarios en Toledo a mi madre, cuidando de su hermano José, de su madre Evarista y hasta el 74 de su suegra, Rosa, que murió hablando de aquella finca de Mendoza (Argentina) en la que fue feliz y emigrante.

No hizo reiki mi abuela ni yoga tántrico ni «se buscó» en la India ni hizo terapia para ser la mejor versión de sí misma. No supo qué es nada de eso. Pero rezó a Dios mucho, como rezaba la gente de antes: convencida de que se la escuchaba. Hoy hay quien tuerce el morro ante esta fe sencilla, personas que también creen en cosas que no han visto y que son, sin embargo, menos dignas.

Todo el pueblo pasó por el velatorio. Mi sensación era que ahí se estaba despidiendo una generación entera, una época con la que a muchos hoy en día les cuesta conectar, siquiera entender, con ese clasismo con que miramos el pasado. Para mí, con mi abuela, muerta en un pueblito de La Jara, desaparece un mundo antiguo y recio, de materiales nobles, personas de una pieza, humildes pero no pobres o pobres pero no humillados. Edificados sobre roca, dice mi madre. Ha habido siempre dignidad en ellos, en su manera de afrontar la vida lejos de la queja, en trabajar por los suyos y no juzgar a nadie.

Se han responsabilizado de su pequeña porción de esta gran era incultivada que es el mundo. Como el paisaje, han sido duros y laboriosos; vivían con las estaciones y no con los calendarios; trabajaban a destajo, pero solo hasta que el sol se ponía; se divertían cuando tocaba porque había fiesta, no por defecto y siempre como ahora quieren que nos divirtamos. Fueron, en esta parte del mundo, sencillos y prudentes, austeros y poco dados a la jactancia. Estoicos de manera orgánica, sin que se lo explicara un tiktoker.

Mi abuela María es un paradigma de todo eso.

Si pienso en Toledo pienso en ella y en la espada que hay en la A-5 cuando entras desde Extremadura y que algún zote de Tráfico ha tapado con la señal de la Comunidad. Ella y la espada son dos cosas irrompibles, forjadas a fuego, dos cosas que pasan desapercibidas hasta que alguien las saca del arcón y las coloca al sol. Yo no pensaba escribir de mi abuela, pero aquí estoy, intentando que María y su tiempo refuljan siquiera un minuto en un mundo tan diferente al suyo y con tanta prisa por olvidarlos.

 

La entrada Mi abuela María se publicó primero en Ethic.