Aubrey Beardsley, de Luis Antonio de Villena
En 1983, Luis Antonio de Villena escribió el retrato de “un dandi escueto y tísico, al borde siempre de la muerte perfecta”. Se refería a Aubrey Beardsley, pintor y dibujante inglés de vida breve que ahora regresa a las librerías gracias al rescate de Fórcola. En Zenda reproducimos las primeras páginas de Aubrey Beardsley: Decadente... Leer más La entrada Aubrey Beardsley, de Luis Antonio de Villena aparece primero en Zenda.

En 1983, Luis Antonio de Villena escribió el retrato de “un dandi escueto y tísico, al borde siempre de la muerte perfecta”. Se refería a Aubrey Beardsley, pintor y dibujante inglés de vida breve que ahora regresa a las librerías gracias al rescate de Fórcola.
En Zenda reproducimos las primeras páginas de Aubrey Beardsley: Decadente y maldito (Fórcola), de Luis Antonio de Villena.
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Aubrey Beardsley y una inevitable palabra: «decadentismo». El Arcadius de Albert Samain, «les yeux peints», «les cheveux frisés» («ojos pintados», «pelo rizado»), y también «el abate joven de los madrigales» de Darío, y la sombra tutelar de Lautréamont y de los grandes condenados lujosos… En su inconclusa novelita Under the Hill (Bajo el monte), Beardsley se pinta a sí mismo en la figura de Esporión, rodeado de damas y galanes: «Esporión era un joven delgado, alto y con aspecto depravado, de cara impasible y ovalada, con huesos prominentes, fuerte boca morada, ojos japoneses y gran tupé dorado» (cap. V). Descripción que coincide a la medida con las fotos hermosas que le hiciera Frederick H. Evans y con sus propios autorretratos: anguloso, delgadísimo, pelo lacio (y rojizo) peinado en bandas, nariz aquilina y huesuda, y manos largas, larguísimas, musicales, sensitivas… Manos de «pervertido» (eso le gustaría), manos de muchacho de internado, agotadas en el «mal de aurora». Dice Baudelaire: «J’aime ce jeune homme, il a tous les vices». Todos los vicios sacros de un adolescente.
En el fin de siècle, Oscar Wilde será el santón del paganismo renaciente, coronado de hibiscos y de pasionarias rojas; Robert de Montesquiou, el patrono de las sublimidades elegantes; Verlaine será el gran sátiro, el fauno homosexual y borracho, que muere en el lodo entre pámpanos y monedas; Gustave Moreau representará al gran dios del fasto, la sublimidad —tocada de muerte— de los grandes ideales… pero Aubrey Beardsley (en esa gran comitiva hacia una Samarcanda imposible) será el fin de siècle mismo. El símbolo de lo simbolizado. Dandi muriente entre raptos de satiriasis, perversidad y lujo… Weintraub lo llamó muy bien «el precioso perverso». (Podría también ser un vampiro —lo recuerda el perfil de sus orejas—, el ser raro, selenítico, de alguna mitología perdida como las que gustaban a Machen y a Lovecraft. También tiene mucho de trágico Pierrot —su símbolo predilecto—, de lloroso enamorado de la blanca luna, como en Alma, de Manuel Machado. De careta de terciopelo: entre Commedia dell’Arte y baile veneciano. Pero en realidad se parece sobre todo a Laforgue, tísico también, dandi, desencantado lector de una emperatriz, y muerto joven con ganas absolutas de morir.)
Aubrey Vincent Beardsley nació en Brighton (Inglaterra) el 21 de agosto de 1872. Segundo y único hijo varón del matrimonio formado por Vincent Beardsley y Hellen Agnus Pitt. Su hermana Mabel había nacido casi con exactitud un año antes. Beardsley fue lo que se llama un «niño precoz», que ocasionalmente quiere también decir un niño mimado. Se dice que a los cinco años tocaba el piano, y es seguro que a los siete tuvo los síntomas primeros de la dolencia que iba a acompañarle en toda su breve vida; una dolencia que, en cierto modo, le conformaría: la tuberculosis. Tal vez a raíz de estos primeros síntomas, Aubrey Beardsley empezase a considerar que él ( como los amados de los dioses, según una sentencia griega) moriría joven, lo que le hizo un muchachito arrogante, deseoso del triunfo, e inclinado a esa manifestación extrema de la singularidad (del yo destacado) que es el dandismo.
En 1883, y a causa de una grave enfermedad de su madre, pasa a vivir con una extravagante y vieja tía, Miss Lamb, al tiempo que asiste a la Brighton Grammar School, donde dejará las primeras pruebas (diseños para rifas de beneficencia) de su talento artístico. En 1888, pocos meses antes de cumplir dieciséis años, Beardsley deja el colegio, y entra como empleado en una oficina de correos, esperando hacerlo después, con mejor salario, en una compañía de seguros. Tenemos ya, pues, el clásico planteamiento de un autor «maldito»: constreñido a trabajar con un horario rígido y en un mediocre empleo que detesta, el artista, aspirante a la creación de un universo mágico, singular y hermoso, se ve como ángel caído, como rey en el exilio…
Un año después, está ya en la compañía de seguros. Pero en otoño de ese año (1889) sufre una violenta hemorragia —la primera desde la infancia—, certificándole que el mal está allí, que le sigue, y continúa.
Beardsley pinta y escribe; y en 1890 publicará un breve cuento, por el que le pagarán una libra y dieciséis chelines, su primer sueldo «como artista». Aubrey quiso siempre ser escritor, aunque tal faceta quedase inmediatamente marginada por la pintura.
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Autor: Luis Antonio de Villena. Título: Aubrey Beardsley: Decadente y maldito. Editorial: Fórcola. Venta: Todos tus libros.
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