La llamada de… Paco Cerdà
Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo para algunos más complejo: la literatura.... Leer más La entrada La llamada de… Paco Cerdà aparece primero en Zenda.

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo para algunos más complejo: la literatura.
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Paco Cerdà no fue un niño lector. Los libros le parecían aburridos, tremendamente aburridos; lo único que le divertía era competir. Por eso, cuando alcanzó los doce años, si es que no eran trece, se propuso ganar una medalla en cualquiera de los campeonatos organizados por el Ayuntamiento de Genovés (Valencia) con motivo de las fiestas patronales. Se apuntó a fútbol, baloncesto, tenis e incluso ajedrez. A este último deporte había jugado de un modo ocasional y, aun así, fue escalando posiciones hasta coronar la semifinal. La víspera del último enfrentamiento, tras deambular por casa sin poder dormir, Cerdà se detuvo ante la pequeña biblioteca familiar y, entre las novelas de la época guardadas por sus padres, encontró una en cuya portada aparecía un tablero de ajedrez. Era La tabla de Flandes, de Arturo Pérez-Reverte. Cerdà la abrió, leyó un par de páginas y se enganchó. Cuando terminó de leerla, decidió hacerse escritor.
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Se podría escribir una Historia de la Literatura Universal a partir de los autores que han construido, de un modo totalmente involuntario, a otros autores. Entre los vivos, por ejemplo, podríamos hablar de Pérez-Reverte y Cerdà, y de Enrique Vila-Matas y Mar García Puig, y entre los muertos, de Victor Hugo y Joseph Conrad y de la Biblia y Bertolt Brecht. Pero sobre todo conviene recordar a Marina Tsvietáyeva, en cuyo ensayo dedicado a Aleksandr Puskin se puede leer: “Puskin fue mi primer poeta y a mi primer poeta lo mataron. Desde entonces mataron mi niñez, mi adolescencia, mi juventud. Desde entonces dividí el mundo en dos: mi poeta y lo demás. Y elegí al poeta. Tomé al poeta bajo mi protección: defender al poeta de los demás”.
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Por otra parte, poco se ha escrito sobre la importancia de las bibliotecas familiares en la construcción de los escritores del mañana. Ya próximo a la muerte, Jorge Luis Borges seguía asegurando que, en realidad, nunca había salido de la biblioteca de su padre y que su vida había sido una constante revisión de los clásicos que ya leyó allí: Kipling, Wells, el Cervantes del segundo Quijote, Conrad, Schopenhauer y alguno más. Julio Cortázar también devoró la biblioteca de su madre. De hecho, se pasaba el día con la nariz metida entre los libros, sin salir a la calle ni jugar con otros niños, y tanto se asustaron en casa por su actitud que llamaron a un médico para que le prohibiera leer. Más próximas en el tiempo, destacan la biblioteca de la madre de Mónica Ojeda, que estudió literatura pero luego se dedicó a la pedagogía, y la de los padres de Leila Guerriero, que guardaban los libros picantes en los anaqueles altos y que, en consecuencias, no solo convirtieron a su hija en escritora, sino también en escaladora.
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Un apunte más: el padre de Theodor Kallifatides jamás permitió que sus hijos leyeran acostados. Les dejaba hurgar en la biblioteca familiar, pero no tumbarse en la cama con un libro entre manos. Si le desobedecían, él se sentaba en una esquina del colchón y recordaba a los niños que un escritor se había pasado muchas noches en vela para terminar esa novela y que lo menos que ellos podían hacer para honrar semejante esfuerzo era leerla en posición vertical. Hoy, cuando ya ha superado los setenta años, Kallifatides sigue siendo incapaz de leer estirado.
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Por cierto, Paco Cerdà no ganó el torneo de ajedrez, pero tiene una novela titulada El peón.
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La última novela de Paco Cerdà es Presentes (Alfaguara).
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