Simpatía por la incertidumbre
Y es que enfrentarse al pensamiento de la muerte, no como sufrimiento, enfermedad o dolor sino como extinción de la existencia (al menos de la consciente por que, por lo visto, nuestros átomos se quedarán un tiempo por aquí hasta el fin del mundo), da exactamente eso: vértigo. Uno muy cansino que a ciertas personas... Leer más La entrada Simpatía por la incertidumbre aparece primero en Zenda.

Todos tenemos nuestros “cuartangos”. Sí, ya saben, esos momentos de la temprana infancia que están relacionados con la idea de finitud y que se nos quedan en la bandeja de entrada de los recuerdos. El mío es en la desaparecida cafetería Manila, cerca de Callao. Mi padre me llevó a la Gran Vía para acompañarlo a algún recado (sólo mis hijos saben lo genética que es esa necesidad) y, a la vuelta, se detuvo en la barra de la setentera cafetería madrileña para otro de sus clásicos: un café con leche corto de café a cualquier hora del día. A mí me consintió una Coca Cola (sin apellidos: sólo había una) porque mi padre me lo consentía casi todo. Recuerdo observarlo tomar el café a buchitos cortos y pensar “¿qué va a ser de mí cuando él se muera?”. Recuerdo que el pensamiento me dio vértigo. Es una sensación que he tenido más veces en mi vida y que reconozco fácilmente: se me va toda la sangre a la cara y me cuesta respirar.
—HB: ¿Nunca piensas en la muerte?
—SA: ¡Sí!
—HB: Sí. Seguro que es un pensamiento fugaz que entra y sale de tu mente. Yo dedico horas.
—SA: Eso no hace que seas mejor.
—HB: No, pero cuando llegue el momento, yo estaré preparado y tú no.
Pues eso es lo que, a través de una erudición abochornante (¿en qué habré desperdiciado todos los minutos de mi vida?), plantea Pedro García Cuartango en su último libro, El enigma de Dios (que bien podría haber titulado ¿Por qué coño tenemos que morirnos?). En sus páginas, el periodista de Miranda de Ebro hace una exhaustiva relación de todos los filósofos que han abordado la idea de Dios a través de sus obras principales, es decir, una historia del pensamiento en 350 páginas. Pero ningún lector que se enfrente a la lectura de este prodigio debe caer en este equívoco: lo que en realidad ha escrito Cuartango son sus memorias. Lo que pasa es que son las memorias de un tipo que se ha pasado la vida intentando buscar una explicación a su propia existencia más allá del proceso “la nada – la vida efímera – la nada”.
A lo largo de la obra, Pedro deposita sobre la mesa del lector, con una exquisitez descriptiva que, al menos a mí, me recordó al Delibes de El camino, sus recuerdos de infancia en Miranda y juventud en Francia, la memoria de su padre y abuelo (ambos ferroviarios y ambos enfrentados por sus ideas), la dimensión de su madre nonagenaria y enferma, su mujer e hijas, sus maestros, sus amigos, sus escritores de novela favoritos, las películas de la Nouvelle Vague que le marcaron (tengan a mano Amazon y Just Watch porque se van a hinchar a comprar) pero, sobre todo, sus dudas. Y cuando Pedro duda no se queda mirando al tablero de ajedrez como hago yo cuando tendría que estar pensando algo y sólo soy capaz de pensar que tendría que estar pensando algo. Él se sienta a leer. Todo. Desde Heraclito a Kierkegaard, de Platón y Aristóteles a Hegel y Spinoza. Y lo hace como Jack (Kevin Bacon) representa al gobierno de los Estados Unidos en Algunos hombres buenos: “sin pasión y sin prejuicios”. Si Sabina escribiera esta reseña le diría “quién pudiera saber como duda Cuartango”.
De principio a fin el lector es consciente de que no va a extraer ninguna certeza en El enigma de Dios. De hecho, las pocas que uno pudiera conservar es posible que se hayan evaporado al final de la lectura. Pero lo que sí se va aclarando a medida que se avanza en el sendero de capítulos que Pedro dispone con minuciosidad de relojero, al margen de la cantidad de lecturas imprescindibles que siguen estando pendientes, es que él mismo se va dando cuenta, con esa mente abierta tan suya, de que lo importante, lo que hemos venido a hacer aquí, no es el hallazgo de una respuesta sino la propia búsqueda. O, como diría Camus en El mito de Sísifo: empujar la piedra a sabiendas de que al final de cada jornada volverá a rodar ladera abajo. Como le dijo Chuck Rhodes a Bobby Axelrod en Billions, “Worth it!”.
En El Reino, un libro de Emmanuelle Carrère que debería venderse en promoción con El enigma de Dios, el literato e intelectual francés hace un ejercicio similar de aproximación a la existencia del Sumo Hacedor a través de su propia vida. Y en un modo no tan distinto al de Cuartango, primero no cree con displicencia (“soy escritor y soy francés, el colmo de los esnobs”), después cree como lo hace esta gente, con conocimiento profundo de causa, y después ni cree ni deja de creer, pero todo ello con dudas y con respeto. Y si el periodista castellano nos deja un vademécum de los pensadores universales, el francés cierra el libro con una exégesis de san Pablo y san Lucas que a mí me recordó a una media de Morante después de una tanda de verónicas.
Hay un principio en esto de la Fe que es el de autoridad. Siempre he pensado que nadie que se precie debiera basar sus creencias exclusivamente en lo que diga una eminencia (pero siempre he pensado tantas cosas que después he tenido que masticar que ¿a quién le importa una más?). Si Pedro García Cuartango sólo tiene incertidumbre ¿quién soy yo para estar seguro de nada?
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Autor: Pedro Cuartango. Título: El enigma de Dios. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros.
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