La ciudad y los niños

“El niño que crece en la actualidad en el cinturón de pobreza de una ciudad británica o estadounidense está encerrado en una jaula que ni siquiera brinda la esperanza de la libertad de acción para cambiar las circunstancias, excepto, por supuesto, en actividades fuera de la ley” (p. 46), es esta una de las denuncias... Leer más La entrada La ciudad y los niños aparece primero en Zenda.

Jun 2, 2025 - 15:05
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La ciudad y los niños

Publicado por primera vez en 1978 y revisado en 1990, el análisis de Colin Ward que explora la relación entre los niños y el entorno urbano, El niño en la ciudad (que la editorial Pepitas de Calabaza acaba de editar en España), no sólo fue pionero y señaló con mucha audacia el camino de estudios posteriores y de líneas de trabajo fundamentales para arquitectos, diseñadores y urbanistas, sino que todavía sigue vigente. Ward partió de la inquietante pregunta acerca de si “la ciudad procuraba una etapa de ayuda a sus ciudadanos jóvenes” (p.19) o si había terminado por excluirlos restringiendo el contacto directo de la población infantil con el medio urbano (lo que Manuel Delgado define como “acuartelamiento” de la infancia en su prólogo al libro en la edición española). A partir de esa preocupación, realizaba una interesante y amplia disección de la relación entre los niños y la ciudad que le permitía señalar algunos problemas entonces emergentes como la gran diferencia en cuanto al aprovechamiento de las ventajas de la ciudad por parte de los niños de clases acomodadas frente a los niños con recursos escasos. Su epílogo de 1990 alertaba de que las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan, lejos de reducir aquella brecha, la habían incrementado de manera sustancial y de que, lamentablemente, había motivos “para suponer que los niños de ciudad actuales utilizan menos el entorno urbano que sus predecesores” (p.  272). Es decir, que habíamos tomado el camino equivocado.

"En la base de todo su planteamiento está la profunda consideración que muestra por los niños, alejado de una posición de superioridad, y con una ausencia total de prejuicios, ideas preconcebidas o deseo de imposición de su perspectiva"

“El niño que crece en la actualidad en el cinturón de pobreza de una ciudad británica o estadounidense está encerrado en una jaula que ni siquiera brinda la esperanza de la libertad de acción para cambiar las circunstancias, excepto, por supuesto, en actividades fuera de la ley” (p. 46), es esta una de las denuncias más interesantes de Ward porque supone también una apertura a reconsiderar cuestiones controvertidas como la posibilidad del trabajo infantil. Abrió así con valentía un debate que seguimos sin resolver porque la realidad de los niños que trabajan en el mundo aumenta y nuestra respuesta, como él ya denunció, continúa siendo punitiva por lo que tan sólo estamos contribuyendo al empeoramiento de su situación ocultándonos tras una máscara repleta de buenas intenciones que niega la situación y que no escucha a los niños: “los niños, sabiamente, prefieren la ocasional brutalidad y explotación de la calle a la mano amiga del Estado” (p. 273). Porque en la trampa en la que caemos cargados con nuestro paternalismo está la explicación de gran parte de los conflictos que los niños y los jóvenes tienen en y con los ambientes urbanos y que, a día de hoy,  no sólo siguen abiertos, incluso en nuestras sociedades occidentales ricas, sino que se han agravado, como el problema de las bandas, que es un claro ejemplo: “La vida urbana moderna expone al joven al cuerno de la abundancia del deseo consumista, al tiempo que le niega progresivamente los medios para gratificar esos caros caprichos excepto con la munificencia de los padres” (p. 185).

"El lector advertirá desde el inicio que no existe un argumento tradicional como núcleo de una trama, sino que la historia se cuenta en una cadena discontinuada de pensamientos, asociaciones y diálogos"

En la base de todo su planteamiento está la profunda consideración que muestra por los niños, alejado de una posición de superioridad, y con una ausencia total de prejuicios, ideas preconcebidas o deseo de imposición de su perspectiva. Ward los observa, los escucha y los respeta sin juzgarlos. Por eso señala que: “los niños jugarán en cualquier sitio y con cualquier cosa (…) Una ciudad que realmente se preocupe por las necesidades de sus jóvenes hará accesible todo el entorno para ellos, porque, se les invite a hacerlo o no, lo utilizarán” (p. 118). Desde ese punto de partida, se entiende, por ejemplo, su crítica a nuestro empeño por crear áreas de juegos o actividades lúdicas dirigidas que no respetan la naturaleza de los niños y, por tanto, están condenadas a naufragar: “El fracaso del entorno urbano puede medirse en proporción directa a su cantidad de ‘parques infantiles’” (p.119); o su exposición comprensiva acerca de los motivos que llevan a muchos niños a huir de sus hogares, ya sean ricos o pobres; del juego como forma de protesta y exploración; de la importancia de implicar a los niños con su entorno de una manera útil, y no meramente lúdica, para evitar el vandalismo que, como señala “es un fenómeno de las ciudades ricas del mundo” (p. 140); su estudio del transporte en la ciudad y el análisis de las diferencias de la experiencia urbana entre los niños pobres y los ricos; su crítica a las políticas urbanísticas y de uso del suelo (“cuando los ricos y los pobres compiten directamente por la vivienda urbana, hay pocas dudas sobre el desenlace”, p. 265); o las diferencias entre las niñas y los niños en su relación con la ciudad cuando concluye “el problema de la niña en la ciudad es un problema masculino” (p. 199).

Ward hace hincapié una y otra vez en la permanente transgresión de los niños de todas las normas de uso que la ciudad quiere imponerles. Comprende que la resistencia y el ingenio está en la esencia de la relación y que sólo la aceptación de esas variables fundamentales puede ayudarnos a la hora de encontrar soluciones efectivas.

"Lo que Ward detectó en 1978 sigue siendo la base del rompecabezas que las nuevas generaciones de urbanistas todavía intentan resolver"

Hoy en día hemos añadido nuevos problemas (desde los medioambientales a los de gentrificación), los arquitectos y urbanistas continúan hablando y debatiendo acerca de cómo hacer ciudades más felices, más sostenibles y más inclusivas; menos productivas y hostiles; ciudades de encuentro y no volcadas en la funcionalidad o la explotación comercial o turística. Muchos de los análisis, críticas y planteamientos ya estaban presentes en Ward. Sin ir más lejos, en el 2020, Izaskun Chinchilla escribía: “Empezamos a observar que las ciudades donde habitamos desaprovechan enormemente el potencial de la población infantil, que, sistemáticamente y a cualquier edad, contaban con capacidades que estaban por encima de lo que les estaba permitido o era recomendable en el uso real que hacían de la ciudad”, recordando la vigencia del análisis de británico.

Lo que Ward detectó en 1978 sigue siendo la base del rompecabezas que las nuevas generaciones de urbanistas todavía intentan resolver porque, como ya apuntó: “no quiero una ciudad de la infancia, quiero una ciudad en la que los niños vivan en el mismo mundo que yo” (p. 256).

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Autor: Colin Ward. Título: El niño en la ciudad. Traducción: Enrique Alda. Editorial: Pepitas de Calabaza. Venta: Todos tus libros.

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