Razones de una sinrazón: defensa de Luis Alberto de Cuenca
Me confieso por adelantado como un amigo, admirador y estudioso del poeta que comparte la indignación y la sorpresa generalizadas, pero el dolor bárbaro que tantos sentimos no quita que haya que intentar comprender esta situación con un ejercicio de reflexión —todo lo sereno que se pueda— sobre los argumentos en danza. Es decir: mediante... Leer más La entrada Razones de una sinrazón: defensa de Luis Alberto de Cuenca aparece primero en Zenda.

Ahora que el tiempo va calmando los ánimos tras la tragedia del jueves pasado, todo un día negro para las letras españolas, conviene repasar las posibles causas de la no elección de Luis Alberto de Cuenca para la RAE. Porque se trata, desde luego, de una injusticia que clama al cielo, pero tiene por detrás una serie de motivos con un peso difícil de valorar: teniendo en mente que entender no es justificar, valen —como diría el otro— cual «razones de una sinrazón».
El poeta total: elogio de Luis Alberto de Cuenca
Para empezar, los méritos de Luis Alberto de Cuenca hablan por sí solos, ya que es un humanista todoterreno que hace mucho y bien: poeta desde siempre, filólogo clásico de los buenos y erudito tan gigante como amable, es también un amante de los libros y la vida tan curioso como generoso, que en cualquier momento puede recordar una referencia bibliográfica, comprar una princeps para su colección (a ser posible dos copias, para cada uno de sus hijos) o regalar con alegría su apoyo a quien buenamente se lo pida.
Tras unos inicios culturalistas (de Los retratos a Scholia, 1971-1978), Luis Alberto de Cuenca pronto dio con la receta mágica de la poesía de línea clara, que se configura especialmente a partir de La caja de plata (1985) para continuar con modulaciones casi infinitas que van de la explosión de El hacha y la rosa (1993) y la melancolía de Sin miedo ni esperanza (2002) a la resurrección de La vida en llamas (2006) y la angustia de senectute de Después del Paraíso (2021) y El secreto del Mago (2023). Más allá de distinciones, Luis Alberto de Cuenca es el poeta más conocido y reconocible (que no es lo mismo) de la poesía española contemporánea, cuyos poemas se encuentran en toda antología que se precie porque —entre otras cosas— su poesía vale para todo y para todos: el amor más explosivo, el mejor consuelo y la meditación más dolorosa encuentran en sus poemas la palabra justa, amén de una gran perfección formal y una excelente musicalidad en estos tiempos de «desorejada poesía» (marbete suyo, por cierto).
Esto es sólo una cara de la moneda, porque Luis Alberto de Cuenca también tiene filología de la buena. Es más, era todo un puer senex que ya desde sus primeros trabajos se atrevió con Calímaco y Euforión de Calcis (sus tesis de licenciatura y doctorado), para seguir después con ediciones y traducciones de Homero (1982), los dos Filóstratos, Eurípides, Guillermo de Aquitania, Shakespeare, Perrault, García Lorca, Cavafis y otros muchos que han gozado de reediciones: una verdadera literatura mundial, que se redondea —ahí es nada— con ensayos y estudios de lo más variopinto (Necesidad del mito, El héroe y sus máscaras, Historia y poesía, etc.).
Y más todavía, porque Luis Alberto de Cuenca es también todo un embajador (o agitador) de la literatura por al menos tres razones como tres soles: primero, porque la poesía cuenquista (o luisalbertiana) es un mundo abierto a todo un mundo de referencias librescas gracias al que muchos se acercan al Borges poeta, a Ezra Pound y hasta a textos chinos como si de un aleph se tratara; segundo y en este mismo sentido, Luis Alberto de Cuenca ha abierto la puerta de la poesía a otros universos contemporáneos (con el cómic y las letras de las canciones a la cabeza), anulando así la diferencia entre cultura con mayúscula y minúscula; y, tercero, ha marcado a toda una generación de lectores y poetas, pues muchos de los jóvenes hacedores de versos (en el mejor sentido de la expresión) se declaran orgullosamente seguidores de Luis Alberto de Cuenca y buena parte de ellos han contado con un prólogo, un texto de faja o —siempre— una palabra amable.
Nadie había sido tan loco como para vender la piel del oso antes de tiempo, pero la candidatura tenía muy buena pinta esta vez, pues —no se olvide— se trata del segundo rechazo de la RAE: cuando se dio la primera (2004, en un desaire a cuatro candidatos que quedó igualmente en nada), alguno quizás podría decir —por decir algo— que le faltaban premios o reconocimiento académico. Pero ya no: desde entonces, Luis Alberto de Cuenca ha recibido galardones tanto por libros (especialmente el Premio Nacional de Poesía 2015 por Cuaderno de vacaciones y el Premio Jaime Gil de Biedma 2023 por El secreto del Mago) como por su trayectoria (Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca 2021). Por si fuera poco, ayer como quien dice ha publicado otra joyita (Ala de cisne, 2025) y ganado el prestigioso Premio Reino Sofía de Poesía Iberoamericana 2025), al tiempo que cuenta con una biblioteca de estudios en Renacimiento y otra colección de ediciones filológicas de sus obras en Reino de Cordelia, amén de su serie habitual de Visor y las antologías rayadas de la ya citada Renacimiento.
No es moco de pavo, pues este panorama demuestra que Luis Alberto de Cuenca es un poeta leído y estudiado, además de vendido, que también cuenta, sobre todo si va de la mano de la mejor calidad. Probado el mérito, la pregunta del millón es: ¿qué más se puede pedir? O, para meternos en harina: ¿por qué no ha entrado en la RAE?
Mala letra: razones de una tragedia
La respuesta no es fácil, pero creo que se pueden esbozar varias posibles razones, que presento a la carrera para que cada uno pueda juzgar según su propio criterio. Para no ser malicioso, no quiero considerar un par de motivaciones perversas: que el brillo de la fama y la carrera de Luis Alberto de Cuenca hayan jugado en su contra sería una suerte de mundo al revés; y, si de resquemores personales se tratara, baste recordar —con la metáfora de los dos cuerpos del rey— que en todo cargo público se tiene que dar prioridad al deber profesional (en este caso el juicio ponderado) frente a las motivaciones privadas (sean las que fueren).
Tampoco se olvide que Luis Alberto de Cuenca no estaba solo: el bochorno ha sido doble, pues se ha llevado por delante a un arquitecto como la copa de un pino (Luis Fernández-Galiano) y lo ha hecho con la triste jugada de un aluvión de votos en blanco (13 al final, a falta de 2 para la mayoría necesaria), que deja en agua de colonia las imaginaciones sobre un cónclave cardenalicio, que —mal que bien a veces— siempre acaba con la elección de un papa. Pero vayamos al grano.
Se dice mucho en estos días que Luis Alberto de Cuenca ha sido víctima de una confabulación del lobby lingüista de la RAE, dentro de una lucha entre bandos que opone a los susodichos estudiosos de la lengua frente a los escritores: las noticias desde dentro parecen confirmarlo y, aunque hay que introducir un matiz importante, porque no es lo mismo filología que lingüística y hay filólogos que han apoyado al poeta (empezando por Pedro Álvarez de Miranda, que lo avalaba), lo peor de todo es que Luis Alberto de Cuenca ha caído en una batalla interna que ni le va ni le viene. Y todavía más: una lucha en la que justamente podría ser un punto de encuentro por su doble condición de filólogo y poeta, como si fuera una mezcla perfecta de sus amigos académicos Carlos García Gual y Pere Gimferrer (por decir algún nombre). Con un punto extra y necesario: Francisco Rico (tan maldito como listo) decía que una academia vale lo que valen sus poetas y en sentido estricto queda sólo Gimferrer, en un contexto en el que hemos perdido hace poco a otros dos escritores de la talla de Javier Marías y Mario Vargas Llosa.
Por otro lado, aunque no hace ninguna falta meter al sanchismo en la ecuación, es claro que a Luis Alberto de Cuenca hay quien no le perdona su pasado político como director de la BNE (1996-2000) y Secretario de Estado de Cultura (2000-2004) durante el gobierno de Aznar: de hecho, tiene toda la pinta de que se lo hicieron pagar en su primer intento por entrar en la RAE (2004), cuando la experiencia estaba fresca. Pero se hace difícil de creer que haya quien pueda barajar esta razón mezquina y partidista veintiún años después, y más cuando Luis Alberto de Cuenca se mantiene lejos del ruedo público sólo se puede atribuir a una memoria tan buena como injusta. Acaso —quién sabe— haya algo de reacción contra su lucha frente a la tiranía de lo políticamente correcto, que podría molestar a algún sector de la docta casa. Sea como fuere, este posible criterio revelaría una ceguera notable, pues no conviene confundir —como se dice en mi tierra— churras (perfil público de un autor) con merinas (méritos de toda una carrera). Más cuando estamos ante un caso único de poeta que está a bien y colabora con tirios de izquierdas y troyanos de derechas sin rubor alguno: esta es la verdadera política de Luis Alberto de Cuenca.
La ironía es que la historia se repite, pues nunca aprendemos en España: en medio de las celebraciones por el 150 aniversario de Antonio Machado y su discurso nunca leído en la RAE con tanto de bombo y jornadas, ¿cómo se puede discutir la centralidad de los poetas dentro de la Academia?
En todo caso, jugar con la vida (trayectoria, ilusiones) de las personas por motivos espurios (partidistas, personales, políticos) que poco —o nada— tienen que ver con la cara profesional y el mérito puro y duro no casa muy bien con el cuidado de la lengua y las letras españolas según cifra el motto de la RAE («limpia, fija y da esplendor»). Allá cada cual con su conciencia, pero que quede claro: el resultado es triste, pues todos pierden, todos perdemos. Eso sí, Luis Alberto de Cuenca ahora se sienta con María Moliner, Emilia Pardo Bazán, Francisco Umbral y Ramón María del Valle-Inclán en la otra Academia: la del reconocimiento general, que puede contra toda injusticia.
La entrada Razones de una sinrazón: defensa de Luis Alberto de Cuenca aparece primero en Zenda.