Umbral: el arte del latrocinio
Francisco Umbral nunca negó en él la influencia todopoderosa de César González Ruano (entre otros), hoy menos vigente este que el escritor del látigo y la rosa. Umbral roba de Ruano desde lo minutísimo hasta lo estructural, y no lo niega, al revés, se reafirma como escritor de guante blanco porque sabe que robar es... Leer más La entrada Umbral: el arte del latrocinio aparece primero en Zenda.

El escritor aprende saqueando los logros de otro escritor. Solo robando llega un escritor a hacerse una voz. En el arte del latrocinio es donde reside su originalidad. En la fachada norte del Casón del Buen Retiro está inscrito: “Todo lo que no es tradición es plagio”, parte de un aforismo más amplio del filósofo Eugenio D’Ors.
El mismísimo Cervantes es un logro de haber sabido asumir la tradición. Tenía ante sí dos horizontes muy claros, la novela idealizante y la novela realista inaugurada por el anónimo autor de El Lazarillo de Tormes (1554). En aquella, los escritores amurallan las narraciones de idealismo para evitar que el ventalle de la vida, de lo cotidiano penetre en sus novelas fortaleza. En esta, el autor del Lazarillo refunda la literatura sobre un pilar sobre el que aún hoy sigue caminando la tradición novelística: el realismo. El Quijote es una irónica disolución de cualquier idealismo y la entronización del realismo, que constituye el genoma, como afirma el profesor Jesús G. Maestro, de la novela moderna, que nace (y casi muere a la vez, de ahí su ironía) con el Quijote en 1605 (primera parte) y sobre todo en 1616 (segunda parte).
Umbral, como Ruano, quiere vivir de la escritura y por eso se tira a los periódicos. El periodismo mete urgencia en la prosa porque vivir es urgente en el siglo XX. Además, el periodismo cubre la necesidad del escritor de que su nombre esté en la calle todos los días. Es el trampolín para su OBRA, que ha de trabajar en el revés del periodismo, como palimpsesto lento del papel de periódico que siempre acaba (en la época) como envoltorio del pescado o del bocata de chorizo del mediodía. Ruano escribió, dicen, alrededor de 30.000 artículos; Umbral 23.000, más menos. Ambos vivieron del periodismo, lo que les permitió alimentar su OBRA literaria, si bien, en ambos, el periodismo no solo fue medio, sino fin, obra literaria también. Por eso los artículos de ambos están penetrados de literatura y, en algunos aspectos, su obra literaria (sobre todo en Umbral), a su vez, está empapada de periodismo.
“La escritura perpetua supone una perpetua renuncia a la vida. Se vive para escribir lo vivido, y si esto le ocurre, en buena medida, a todo escritor, en el escritor diario llega a ser monstruoso. Uno ya no sabe si vive o acumula material para escribir (mediante la necesaria crítica, naturalmente)”. Esto escribe Umbral de su maestro Ruano en el ensayo La escritura perpetua (1989), que es una manera (muy de perfil) de escribir de sí mismo. Sigue Umbral sobre Ruano: “Es un caso perfecto de escritura perpetua, por cuanto fue pasando la vida a texto, obstinadamente, día tras día, durante casi toda su vida, y la escritura, en él, no es que sea paralela de la vida, sino que ambas son una misma cosa”. A Umbral, que además de los artículos escribió alrededor del centenar de libros, se le acusó, como a Cela, de grafómano, de escribir como meaba. Cela en una entrevista repuso: “Sí, si el que mea es prostático, porque a mí me cuesta un trabajo horrible escribir un libro”.
Dice el profesor Marina en el prólogo A los alucinados (2000) que la estética de Umbral se sustenta en tres círculos concéntricos: primero el yo, la afirmación del yo creador (antes de la creación), luego el estilo (el arte suplanta a la vida porque a la vida le falta estilo), y por fin el lenguaje, alejando el personaje y también la obsesión por hacerse un estilo. En el último Umbral, el de Un ser de lejanías (2001), es el lenguaje el que habla. El escritor es mero soporte, “como dios es soporte de las catedrales”.
Este último aspecto es el que le separa de Ruano. Para Umbral César fue un maestro de creación del yo (basado en la idea de dandy) y un maestro de estilo (sobre todo en la claridad de la sintaxis) pero sin la mixtificación del lenguaje. Umbral se mete en la tradición crítica que inauguran los románticos (el yo como puntal de apoyo del estilo), que reafirma el simbolismo francés (Baudelaire) regando los jardines de la poesía europea, selvatizados por el surrealismo, hasta llegar al existencialismo en el que el lenguaje, como creía Heidegger, “es la casa del ser”. “La lengua elige unos cuantos tipos para expresarse, para salvarse, para decir todo lo mucho que tiene que decir, que es decirse a sí misma”, dice en Un ser de lejanías. El yo, tan enarbolado antes, se disuelve en el mar del lenguaje, en el silencio del universo: “Yo soy un gran silencio que profiere lenguajes”.
Es inevitable el robo en un creador como Umbral porque es inevitable pertenecer a una tradición. La originalidad es una añagaza de los románticos para negar lo evidente: si la literatura está hecha de palabras, de lenguaje, el arte no empieza en el yo, arranca necesariamente en la tradición. El asunto es cómo juguemos la tradición. La originalidad es así no un punto de partida, si acaso de llegada. Umbral arranca de Ruano, este de Baudelaire y todos de la crítica desde el romanticismo. Son todos tradición, mal que les pese, porque como dijo D’Ors inteligentemente en el aforismo completo: “Solo hay originalidad verdadera cuando se está dentro de una tradición. Todo lo que no es tradición es plagio”.
La entrada Umbral: el arte del latrocinio aparece primero en Zenda.