Verlos venir
Porque precisamente el no haberlos visto venir y el asombro de que ocurriera algo así en la culta Alemania de principios del siglo XX han sido las dos grandes cuestiones cuya respuesta ha movilizado a pensadores, historiadores y escritores desde que la perplejidad y el espanto iniciales llevasen a Adorno a plantear su famosa pregunta:... Leer más La entrada Verlos venir aparece primero en Zenda.

Decía el gran Fernand Braudel que la historia es una interrogación de los tiempos pasados en nombre de los problemas del tiempo actual que nos preocupan. Con ese enfoque se presenta este trabajo del periodista italiano Siegmund Ginzberg, Síndrome 1933, un interesante recorrido por la Alemania de ese año, el de la llegada de Hitler al poder, en la que el pasado y el presente se dan la mano con un claro objetivo de advertencia: “Esta vez sí que los vemos venir” (p. 14).
Armado con todo ese conocimiento, Ginzberg se propone leer nuestro tiempo desde las noticias del día a día, y desvelar el peligro que subyace en muchas de las decisiones y argumentaciones de algunos de los líderes recientes en nuestras cercanas democracias occidentales, porque la pasividad y la confianza en que nada así podía ocurrir fue lo que permitió la lenta infiltración de los nazis. Como bien indica, el punto de partida es la idea de que “al releer cómo terminó la democracia más dinámica y avanzada de la Europa de esa época, me topé con pistas inesperadas, datos que ignoraba o que había pasado por alto, similitudes y analogías a las que no había prestado atención” (p. 31).
A partir de ahí, traza el panorama de acontecimientos que, si bien de manera individual podían tomarse por inofensivos —“asusta descubrir que, al contrario de lo que imaginábamos, los sucesos se desarrollaron de manera banal, en un ambiente no muy diferente de la prosaica normalidad actual” (p. 31)—, unidos acumularon la fuerza suficiente para lograr que los nazis se hicieran con el poder y terminaran arrastrando al mundo a una guerra. Situaciones que fácilmente podemos identificar hoy en día, analogías que estremecen a Ginzberg y lo llevan a alertarnos: “De un tiempo a esta parte casi no pasa un día sin que las noticias me produzcan una desagradable sensación de déjà vu” (p. 29).
Recorremos así 1933 con esa izquierda en la que “cada cual seguía con lo suyo (…), discutían entre ellos y con los propios compañeros de partido. No había forma de que sacaran adelante una iniciativa común” (p. 23). Una izquierda incapaz de darse cuenta de que había cambiado “la combinatoria política, de que los nazis y la derecha nacionalista, aparentemente incompatibles hasta entonces, podían llegar a unirse” (p. 82).
Una sociedad satisfecha con las primeras medidas de mano dura —“se acabó la fiesta” se titula uno de los epígrafes del libro (seguro que los lectores españoles habrán dado un respingo)—: “No intentaron ocultarlo, sino que se vanagloriaban de la eficacia de su nuevo sistema de “justicia policial” (…). No sólo se sabía lo que ocurría: la mayoría lo aprobaba. Algunos con entusiasmo. Se mostraban satisfechos de que los nazis cumplieran su promesa de «orden, disciplina, normas»” (p. 55).
Una prensa dispuesta a seguirles el juego, centrada en noticias sensacionalistas y alarmantes que no sólo actuaban como cortinas de humo para desviar la atención de maniobras políticas, sino que colaboraban a la hora de señalar chivos expiatorios que concentraran el odio y las quejas: “Todo el mundo lo sabe: los obsesos sexuales de los años treinta eran judíos, mientras que los de hoy en día son negros o magrebíes, inmigrantes en cualquier caso” (p. 95); “con una lacerante crisis económica, el mensaje repetido hasta la saciedad, el sentimiento generalizado pasó a ser: hay dinero, pero alguien está engañándote, te está robando, alguien que pretende perjudicarte, que la tiene tomada con el pueblo alemán, o sea, contigo” (p. 100).
La domesticación de los sindicatos, la capacidad para mostrarse como corderos y ocultar sus verdaderos objetivos —“la ilusión de que en realidad Hitler era un moderado, que jugaba a complacer a sus bases, pero en el fondo quería negociar y no dividir” (p. 129)—, la habilidad para comprar al pueblo con medidas populistas (“volk por aquí, volk por allá”, p.158), convenciéndolo de que ellos eran los únicos que los escuchaban, entendían y les ayudaban a resolver sus problemas…
Y así sucesivamente hasta llegar al invento mefistofélico ideado por Hjalmar Schacht, quien “le dio a Hitler una idea aún más ingeniosa: cómo financiar la recuperación económica, generar empleo y contentar al pueblo sin provocar inflación y al tiempo rearmar fuertemente al país sin que nadie reparara en ello” (p.183). Invento que, como ya sabemos, provocó un déficit demencial y acabó desembocando en la Segunda Guerra Mundial.
Los últimos meses, desde la llegada de Trump o Meloni al poder, los pactos con Vox en España, la amenaza de Le Pen en Francia o el aumento del gasto en defensa, permiten al lector añadir más ejemplos, y menos sutiles, a esos déjà vu que Ginzberg nos muestra. ¿Habremos aprendido algo? Es nuestra esperanza, a pesar de que, mientras leemos a Ginzberg, Trump insiste en reclamar Groenlandia y Canadá, prometa un resort en Gaza o se disfrace de papa (ignorando que el recientemente fallecido papa Francisco se encontraba entre los lectores más entusiastas de Síndrome 1933).
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Autor: Siegmund Ginzberg. Título: Síndrome 1933. Traducción: Bárbara Serrano Kieckebusch. Editorial: Gatopardo. Venta: Todos tus libros.
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