El crimen como síntoma

A lo largo de su prolífica serie protagonizada por el comisario Kostas Jaritos, Márkaris ha cultivado una ética narrativa que combina la precisión del género policial con la lucidez del ensayo social. Su nueva entrega, publicada en abril de 2025, no se limita a continuar las investigaciones de su detective habitual; explora con punzante ironía... Leer más La entrada El crimen como síntoma aparece primero en Zenda.

May 24, 2025 - 03:35
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El crimen como síntoma

En Atenas, una manifestación estudiantil se desborda. La facultad de Economía se convierte en campo de batalla. Entre barricadas y pancartas, un profesor aparece muerto, colgado de dos clavos vacíos donde antes descansaba una imagen de Oxford. No es una alegoría, es el inicio de La ira de los humillados, la última novela de Petros Márkaris. Pero también es un síntoma: en tiempos donde la realidad se agrieta la novela negra no investiga un crimen, sino un sistema.

A lo largo de su prolífica serie protagonizada por el comisario Kostas Jaritos, Márkaris ha cultivado una ética narrativa que combina la precisión del género policial con la lucidez del ensayo social. Su nueva entrega, publicada en abril de 2025, no se limita a continuar las investigaciones de su detective habitual; explora con punzante ironía los límites entre justicia, política y juventud desesperada. En ella, el asesinato de un profesor universitario en el contexto de una protesta revela mucho más que una intriga criminal: delata el colapso moral de un modelo educativo, institucional y generacional.

"Kostas Jaritos, ascendido a jefe de seguridad, no es ya el comisario de antaño; es un funcionario atrapado entre informes, órdenes y sospechas"

Desde el primer capítulo Márkaris sitúa al lector en un espacio reconocible: el Ática gobernada por una lógica burocrática crispada, los ministros que aterrizan con promesas huecas, y un cuerpo policial tensionado entre la obediencia institucional y el caos callejero. «Nos hemos metido en un lío enorme. A ver quién descubre ahora a los responsables con el follón que hubo tanto dentro como fuera de la facultad» (2025, p. 21). Kostas Jaritos, ascendido a jefe de Seguridad, no es ya el comisario de antaño; es un funcionario atrapado entre informes, órdenes y sospechas. La escena del crimen —el despacho de Rodakis, el profesor asesinado— es descrita con un lenguaje seco, casi clínico, bajo un tono contenidamente policial que esconde una inquietud más profunda: ¿qué significa hoy ser víctima? ¿Quién puede considerarse verdugo?

El entorno social que rodea el asesinato no es meramente decorativo. Las protestas estudiantiles, la precariedad emocional, la vigilancia institucional, incluso la referencia a la biblioteca de Alejandría en el manifiesto hallado junto al cadáver, dibujan un mapa simbólico que va más allá de los hechos. Como sugiere De Lauretis, toda narrativa que tematiza el poder y el conocimiento es también una narrativa sobre su resistencia. Aquí, los jóvenes que asesinan al profesor no son simples criminales, sino portadores de una verdad desesperada: la imposibilidad de encontrar sentido —ni empleo— en una educación cada vez más instrumentalizada.

"Márkaris se sitúa así en una tradición crítica de la novela negra europea, pero con una singularidad: la suya es una literatura escrita contra el olvido"

Márkaris se sitúa así en una tradición crítica de la novela negra europea, pero con una singularidad: la suya es una literatura escrita contra el olvido. Como en los mejores episodios de la saga, el crimen funciona como detonante de una indagación más compleja. No basta con resolver quién mató a Rodakis. Hay que entender por qué alguien elegiría colgarlo como si fuera una reliquia inútil de otro tiempo. Porque eso es lo que denuncia el texto de los asesinos: que el saber, cuando se desconecta de la vida y del presente, se convierte en ornamento. Y el ornamento, en tiempos de cólera, irrita.

Este gesto narrativo, sin embargo, no está exento de ambivalencia. Como observa Sontag (2013), incluso la denuncia más bienintencionada puede convertirse en espectáculo si no cuestiona sus propios dispositivos de representación. Márkaris parece advertir este riesgo y lo sortea con una estrategia sutil: la autocrítica. Jaritos no es un héroe; es un testigo incómodo, a veces torpe, a veces demasiado humano. Y eso lo salva.

La novela no trata de descubrir la identidad de un asesino concreto, sino de desentrañar las causas estructurales de un crimen colectivo, un juego de espejos donde la institución universitaria, el estado griego, la juventud desencantada y el poder político se acusan mutuamente sin que nadie salga indemne.

"En un momento donde las ficciones criminales tienden a la repetición de fórmulas o al morbo voyeurista Márkaris recuerda que el crimen no es un género, sino una herida"

¿Es entonces una novela política? Sí, pero no panfletaria. Márkaris no ofrece soluciones. Lo suyo es la escritura de la autopsia recogiendo lo que arde bajo la coartada: la frustración, el desamparo, la violencia contenida a través de una estructura clásica de investigación vacía de certezas. Como diría Booth (1983), el narrador aquí es un personaje más arrastrado por las tensiones que investiga.

La recepción crítica inicial ha destacado la habilidad de Márkaris para entretejer denuncia social y trama policial. Aunque quizá lo más notable de esta entrega no sea su capacidad para mantener el pulso narrativo, sino la forma en que transforma el crimen en una pregunta ética. No una cuestión sobre el culpable, sino sobre el lector: ¿qué hacemos con este malestar? ¿Podemos leer esta historia sin sentirnos aludidos?

En un momento donde las ficciones criminales tienden a la repetición de fórmulas o al morbo voyeurista Márkaris recuerda que el crimen no es un género, sino una herida. Una herida social, política y cultural que, como toda lesión, solo puede narrarse si se acepta su ambigüedad. Como sugiere Boltanski (2004) en La souffrance à distance, la representación del sufrimiento ajeno no debe buscar consuelo, sino incomodidad.

Quizá por eso La ira de los humillados incomoda. Porque no ofrece ni redención ni castigo ejemplar. Porque muestra que, a veces, los asesinos son, más que monstruos individuales, síntomas de una estructura enferma. Y que la literatura, si quiere estar a la altura de su tiempo, debe renunciar a cerrar el caso.

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Boltanski, L. (2004). Distant Suffering: Morality, Media and Politics. Cambridge University Press

Booth, W. C. (1983). The Rhetoric of Fiction. University of Chicago Press.

De Lauretis, T. (1984). Alice Doesn’t: Feminism, Semiotics, Cinema. Indiana University Press.

Márkaris, P. (2025). La ira de los humillados. Tusquets Editores.

Sontag, S. (2013). Regarding the Pain of Others. Picador.

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