La imprudencia según Aristóteles

Para el filósofo griego, el imprudente no es sencillamente quien comete un error esporádico, sino el que tiene una falla estructural en su inteligencia práctica. La entrada La imprudencia según Aristóteles se publicó primero en Ethic.

Jun 16, 2025 - 11:40
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La imprudencia según Aristóteles

Desde la Grecia antigua, la voz de Aristóteles (384-322 a.C.) nos recuerda que la vida ética, aquella que nos encauza hacia la felicidad, no consiste en manejar información, sino en saber deliberar adecuadamente. Desde los textos de Homero y Hesíodo (ambos del VIII a.C.), esta capacidad es denominada como phronēsis, lo que en castellano acostumbra a ser traducido como prudencia.

La de Aristóteles es una ética de las virtudes puesto que, precisamente, la virtud (areté) es el pilar maestro que ha de guiar nuestro comportamiento. Algo es virtuoso cuando hace lo que le es propio –aquello para lo cual está destinado– de una forma sobresaliente. En otras palabras, lo virtuoso es lo excelente.

En el ámbito humano, el Estagirita discernió las virtudes morales de las intelectuales. De las primeras nos dice que se adquieren a través de la costumbre, de tal modo que alguien será virtuoso si puede habituarse. Pero, ¿habituarse a qué? A saber escoger en cada momento el término medio entre los indeseables extremos. Frente a los que viven con miedo y los temerarios, la valentía; frente a los tacaños y los derrochadores, los generosos. No se puede aprender teóricamente a ser virtuoso moralmente, solo la experiencia y la práctica diaria sirven de magisterio.

Como es posible entrever, las otras virtudes están ligadas con el intelecto. La sabiduría teórica (sophia) permite deliberar sobre lo que es bueno para la vida, para la consecución de la vida buena. En cambio, la sabiduría práctica (phronēsis) es la inteligencia moral aplicada a cada situación concreta de la vida. Así pues, mientras que la sophia trata sobre lo universal –el bien más teórico–, la phronēsis encarrila ese pensamiento hacia la conducta diaria. Por añadidura, es esta prudencia la que nos capacita para escoger el virtuoso término medio necesario para llevar a cabo las distintas virtudes morales. Sin ella, estaríamos cegados, sin saber qué es realmente lo justo o conveniente en cada situación.

La prudencia nos capacita para escoger el término medio

La persona prudente es aquella que ha construido un puente entre su conducta diaria y su capacidad racional para saber lo que es bueno. Este es el nexo que coordina la aptitud para ser virtuoso moralmente (para ser justo, simpático, generoso…) gracias al intelecto.

El fruto de este buen vivir, de dicho virtuosismo, no es otro que la consecución de una felicidad que, en las antípodas de hallarse en el dinero, en el placer o en la fama, solamente se alcanza a través de la excelencia (areté) moral. «Es feliz quien vive bien y obra bien», señala Aristóteles en su Ética a Nicómaco. Esta es la finalidad de nuestra vida, lo que, dicho en otros términos, significa que solamente quien sea prudente podrá ser feliz.

Como es bien sabido, no todo el mundo hace gala de este ejercicio de prudencia aristotélica. Para el filósofo griego, el imprudente no es sencillamente quien comete alguno que otro error esporádico, sino el que tiene una falla estructural en su inteligencia práctica. Las causas que llevan al individuo a ser imprudente a lo largo de su vida pueden ser variadas, pero no hay duda de que la impulsividad y la falta de reflexión juegan un papel destacado. Tampoco debe soslayarse la tendencia hacia el cortoplacismo, así como la procura del placer barato. Todo ello puede orientar al individuo hacia la némesis de la phronēsis, la desmesura (hȳbris).

Esta deficiencia para actuar correctamente no tiene que acarrear maldad alguna. Para hacerlo, el imprudente tendría primero que conocer qué es lo correcto, pero este es un conocimiento del que carece. La estupidez, más que la malicia, se erige así como un concepto aledaño al de la imprudencia. Salta a la vista que si todos queremos ser felices, y si la buena conducta es el camino para conseguirlo, el imprudente es un estúpido que no sabe, por no disponer de la mesura precisa, cómo ser feliz.

Incluso aunque esté disfrazada de acción consistente, la imprudencia es una ceguera moral que impide traducir la reflexión intelectual sobre el bien (la sophia) en decisiones particulares. Hoy, empachados de información y de chatbots de IA, recuperar la esencia de la prudencia aristotélica se presenta como una empresa de lo más apremiante. No tanto porque con ella podamos sentir la vida feliz en nuestras propias carnes –que también–, sino porque de ella depende el buen vivir en comunidad, esto es, la felicidad de todos.

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