La muerte de Sócrates, de Robin Waterfield

Robin Waterfield, uno de los helenistas británicos más prestigiosos e innovadores, entrega el relato de unos de los grandes escándalos filosóficos de la Historia. Una novela ideal para conocer de primera mano el inicio del declive de toda una civilización. En Zenda reproducimos las primeras páginas de La muerte de Sócrates (Gredos), de Robin Waterfield.... Leer más La entrada La muerte de Sócrates, de Robin Waterfield aparece primero en Zenda.

Jun 16, 2025 - 11:35
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La muerte de Sócrates, de Robin Waterfield

Robin Waterfield, uno de los helenistas británicos más prestigiosos e innovadores, entrega el relato de unos de los grandes escándalos filosóficos de la Historia. Una novela ideal para conocer de primera mano el inicio del declive de toda una civilización.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de La muerte de Sócrates (Gredos), de Robin Waterfield.

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Todos han oído hablar de Sócrates. Y suelen saber, aunque sus conocimientos sobre él sean escasos o no vayan más allá, que fue ajusticiado por sus conciudadanos atenienses el año 399 a. C . Los sucesos que rodearon la muerte de Sócrates se han convertido en un asunto emblemático: han sido más debatidos, representados o, meramente, mencionados que cualesquiera otros, excepto los relativos a la muerte de un profeta judío llamado Yehoshua, ocurrida unos cuatrocientos años después. En realidad, ambos juicios y ejecuciones parecen mezclarse a menudo en el pensamiento de la gente, hasta el punto de que también Sócrates acaba convirtiéndose en una especie de mártir, en un hombre bueno ejecutado injustamente por sus opiniones, por ser un individuo singular en una sociedad colectivista o por algo parecido. Hagan una búsqueda en la red escribiendo «Jesús y Sócrates » y verán lo que quiero decir. Ahora bien, Sócrates habría sido el último en querer dejar sin someter a examen un emblema cultural. Y eso es lo que yo hago en este libro: examinar todos los datos para llegar a una comprensión más plena del juicio y la ejecución de Sócrates que la alcanzada hasta el momento.

El juicio de Sócrates fue un momento crucial en la historia de la antigua Atenas y, por lo tanto, nos proporciona una lente magnífica a través de la cual podremos estudiar una sociedad compleja, eternamente fascinante y un tanto ajena. Ésa es mi segunda intención: ofrecer un relato ameno que contenga tanta historia ateniense como sea necesaria para ofrecer una visión completa de los antecedentes del proceso. En efecto, es evidente que nunca lo entenderemos si no logramos penetrar tan plenamente como nos sea posible en la mentalidad de los atenienses que lo condenaron a muerte. Este libro trata tanto de la sociedad clásica ateniense como de Sócrates, y en especial de la crisis social sufrida por Atenas en las décadas inmediatamente anteriores al juicio de Sócrates.

Sócrates era un hombre famoso: tenemos más datos sobre él y sobre Alcibíades, su amado (que ocupa también un lugar prominente en este libro), que sobre cualquier otra pareja de personajes de la Atenas clásica. Pero esta misma buena suerte puede ser un arma de doble filo. El propio Sócrates no escribió nada, y casi todos los datos referentes a él provienen de dos de sus seguidores, Platón y Jenofonte, cada uno de los cuales tuvo sus propios planes y motivos para escribir. Entre esos motivos se hallaba el deseo de exculpar a su mentor —hacer que sus conciudadanos atenienses se preguntaran por qué llegaron a condenarlo a muerte (en este aspecto, al menos, se parece realmente a Jesús)—. Es posible, por tanto, que el número de palabras de que disponemos acerca de Sócrates sea superior al dedicado a cualquier ateniense de la Antigüedad, pero cada una de ellas requiere ser sopesada y tratada con cautela. Y lo mismo vale para Alcibíades, un personaje llamativo y desbordante, cuya imagen se exageró con los años hasta convertirse en el arquetipo del dandi, del libertino, del omnívoro sexual, cuyas intenciones políticas de carácter tiránico podían entreverse en su vida privada. Pues bien, por si el sospechoso material de las fuentes no dificultara suficientemente la labor, el lugar central del presente libro está ocupado por un proceso. La naturaleza de la sociedad ateniense y de su sistema legal, en particular, supone que el número de juicios en los que solo importaban las acusaciones explícitas fuera muy escaso —y ninguno de ellos tuvo que ver con cargos de carácter social como los que se imputaron a Sócrates—. Así pues, todo el conjunto de datos exige un planteamiento juicioso.

Tal como he dicho, Sócrates no escribió nada, y hay quienes se sienten tentados a interpretar este hecho como una elocuente manera de confirmar su desconfianza hacia la palabra escrita. Es verdad que prefería la flexibilidad de la conversación viva y la chispa del conocimiento preverbal susceptible de ser transmitido a veces en esas circunstancias, pero es más pertinente recordar que, en su tiempo, la difusión de las ideas propias mediante la palabra escrita era todavía una práctica muy rara. No obstante, Sócrates tenía puntos de vista y opiniones, y necesitamos desenterrarlas de entre las páginas de quienes escribieron sobre él, reconociendo a la vez que, en última instancia, nunca será posible desenmarañar las ideas personales de Sócrates de las de sus seguidores.

He creído durante mucho tiempo que el Sócrates histórico era prácticamente irrecuperable, pero también que sería una pura necedad negar que proyecta una sombra sobre las obras de Jenofonte y Platón. Los estudiosos suelen aferrarse con esperanza o con desesperación a la distinción entre el Sócrates «histórico» de los primeros diálogos de Platón y el personaje llamado «Sócrates» que parece exponer las ideas propias de ese autor en los diálogos posteriores. Yo he dejado de creer en esa distinción, aunque sigo convencido de que la sombra del Sócrates histórico resulta bastante difícil de discernir bajo la luz del genio de Platón; pero, para no dar por supuesto algo que no lo está, he evitado utilizar los diálogos tardíos de Platón excepto para aportar pruebas que corroboren un dato. Recurro al testimonio de Jenofonte mucho más de lo que ha sido normal en el estudio académico de Sócrates durante los últimos cien años, más o menos —no obstante, como ya he refunfuñado bastante1 en mis escritos sobre la desatención sufrida por Jenofonte, me limitaré a decir que, sin su ayuda, no nos haremos nunca un retrato completo de Sócrates o, incluso, de su juicio.

Sócrates fue un filósofo, uno de los más influyentes que haya visto nunca el mundo. Por tanto, como es natural, en este libro utilizaré con cierta profusión textos filosóficos. Pero no deseo alarmar a ningún lector que asocie «filosofía» con «densidad y complejidad» o, incluso, con «inutilidad». Ninguna de esas interpretaciones constituye una reacción justa frente a la mayoría de los filósofos antiguos, para quienes la filosofía era, ante todo, un ejercicio práctico de mejora personal. Los primeros filósofos trataban cuestiones auténticas, problemas surgidos de la vida real, por lo que su trabajo no era insustancial; muchos de ellos intentaban llegar, en parte, a la gente corriente instruida, y al actuar así no escribían con densidad y complejidad. En cualquier caso, sería más adecuado clasificar las obras socráticas de Platón y Jenofonte entre los textos literarios de ficción inteligente que entre los manuales de filosofía rigurosos.

De todos modos, éste es un libro de historia, y apenas escarbo la superficie de la filosofía de Sócrates. No obstante, al situar los intereses políticos en el corazón del proyecto socrático, propongo una representación de su pensamiento que constituye una revisión de éste. En mi libro, sin embargo, no escribo como filósofo sino como historiador; y, desde una perspectiva histórica, los datos que muestran a un Sócrates más comprometido políticamente son tan abundantes como los disponibles para muchas reconstrucciones de su época.

El elevado pedestal que ocupa Sócrates se debe, sobre todo, a la descripción ofrecida por Platón de los acontecimientos que rodearon su juicio y su muerte. En esa versión, Sócrates se convierte en el filósofo espléndidamente pudoroso a quien solo preocupa su misión de investigar y promover unos valores morales profundos. Pero este retrato es una ficción platónica y ha producido el penoso resultado de que, de la misma manera que Sócrates fue objeto de una apoteosis que lo situó por encima de las preocupaciones comunes de la humanidad, se piensa también que el mejor modo de estudiar su filosofía, e incluso la filosofía en general (cuya figura representativa sigue siendo él), es hacerlo al margen de la historia. Esta propuesta tiene, por supuesto, cierta validez, dado que los filósofos manejan principios y cuestiones abstractos; pero si interpretamos a Sócrates (y, quizá, a cualquier filósofo) sin un conocimiento de su época, corremos el peligro de distorsionarlo.

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Autor: Robin Waterfield. Título: La muerte de Sócrates. Traducción: José Luis Gil Aristu. Editorial: Gredos. Venta: Todos tus libros.

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