Varios. Primer acto 362.
Además de los artículos habituales, dedicados en gran medida al tema del exilio, Antígona y María Zambrano se incluyen las obras de teatro siguientes: Lorca, Vicenta de Jesús Laiz, Yolanda Pallín e Itziar Pascual Hay alguien en el bosque, de Anna Maria Ricart Niño de octubre, de Maribel Carrasco La primera está protagonizada por la madre de García Lorca, con intervenciones del propio Federico en proyección y apariciones intermitentes de la bala que lo mató. El dolor de una madre ante la muerte de un hijo, acontecimiento terrible que es imposible sufrir. La segunda son declaraciones teatralizadas de mujeres que sufrieron la guerra de Sarajevo, donde se contraponen voces que no la sufrieron, en especial la hija de una mujer violada que la dio en adopción porque no podía soportar el dolor de ver a esa criatura, fruto de una experiencia tan traumática. Terrible. La última es una alegoría en la que la muerte también tiene su presencia, pero más dulcificada por estar orientada a un público más infantil, lo que no le quita tristeza ni potencia. Vamos, que han coincidido tres obras que son para ponerse a llorar y no parar. Mi preferida es la segunda, que me dejó... The post Varios. Primer acto 362. first appeared on Cuchitril Literario.
Además de los artículos habituales, dedicados en gran medida al tema del exilio, Antígona y María Zambrano se incluyen las obras de teatro siguientes:
Lorca, Vicenta de Jesús Laiz, Yolanda Pallín e Itziar Pascual
Hay alguien en el bosque, de Anna Maria Ricart
Niño de octubre, de Maribel Carrasco
La primera está protagonizada por la madre de García Lorca, con intervenciones del propio Federico en proyección y apariciones intermitentes de la bala que lo mató. El dolor de una madre ante la muerte de un hijo, acontecimiento terrible que es imposible sufrir.
La segunda son declaraciones teatralizadas de mujeres que sufrieron la guerra de Sarajevo, donde se contraponen voces que no la sufrieron, en especial la hija de una mujer violada que la dio en adopción porque no podía soportar el dolor de ver a esa criatura, fruto de una experiencia tan traumática. Terrible.
La última es una alegoría en la que la muerte también tiene su presencia, pero más dulcificada por estar orientada a un público más infantil, lo que no le quita tristeza ni potencia.
Vamos, que han coincidido tres obras que son para ponerse a llorar y no parar. Mi preferida es la segunda, que me dejó los pelos de punta. Dejo un fragmento.
Muy bueno.
Svenka.- Cuando empezó la guerra en Croacia, para mí era como si la guerra también estuviera aquí. Croacia está muy cerca y tuve miedo. Yo lo sentí así. Tenía mucho miedo. Nosotros éramos una minoría aquí. Pasarán cosas graves, pensé. ¿Irme de mi pueblo? Alguna vez, al principio, lo pensé, pero solo lo hubiera hecho si hubiésemos podido marcharnos todos, toda la familia, quiero decir, padres, hermanos… todos. Tampoco no sabíamos adonde ir. Nadie nos dijo: “¡Venid aquí!” No sabíamos nada, no teníamos contactos. Y nos quedamos. Fuimos… idiotas, deberíamos habernos ido. Pero… ¿qué quieres?
Mliha.- Cuando empezó la guerra, yo tenía trece años. Trece años y medio. Después de todo lo que pasó, mi madre y yo nos fuimos de Visegrad. Solo mi madre y yo. No sé por qué nosotras sobrevivimos. No sé por qué yo sobreviví. Vivía en Visegrad y llevaba una vida normal con mis padres y mi hermano hasta que las tropas serbias ocuparon la ciudad.
Milica.- Yo también llevaba una vida normal. Todo era normal hasta esa noche del mes de abril de 1992, hasta que cayeron las primeras bombas desde Croacia. (Pausa.) Esta de aquí era mi casa antes de la guerra. Aquí vivía con mi marido y mis tres hijos pequeños. Todo eso lo hicieron mis vecinos croatas. Antes convivíamos, ¡eran mis amigos! Y se llevaron todo lo que pudieron, todo. ¿Lo
veis? Han abierto una zanja aquí delante, no sé por qué… Para que no pueda entrar, supongo. Intentemos dar la vuelta a la casa por allí a ver si podemos entrar por detrás. (Pausa.) Debéis tener cuidado, que puede haber minas. (Pausa.) Yo siempre decía: “¿Quién me hará daño, si son mis vecinos?”. Y mis vecinos me destruyeron. Se lo llevaron todo: las puertas, las ventanas, todo. (Pausa.) Buscaremos unos tablones de madera para atravesar la zanja. Destruyeron mi casa y me destruyeron a mí y a mis hijos. A mi marido lo mataron. Lo encontré muerto allí. (Señala un punto.) Podría decir muchas cosas más pero ya siento que se me acelera el corazón. Aquí había la cocina, allí el salón. No dejaron ni los cables de la electricidad. Todo, se lo llevaron todo. Aquí estaba nuestra habitación, el baño y allí la despensa. Ahí teníamos un cobertizo para secar la carne y ahumarla, y allí un establo para los animales. Todo destrozado. Tengo miedo. Tengo miedo de que me caiga el techo encima ahora mismo y me mate. Todo eso lo hicieron nuestros “hermanos croatas”. Antes no importaba si eras musulmán, croata o serbio. Lo compartíamos todo, lo hacíamos todo juntos. Cuando celebrábamos el Slava, mis vecinos venían a casa, y nosotros íbamos a su casa cuando celebraban la Navidad y ellos venían por la Pascua Ortodoxa… Pero cuando me hicieron eso, era como si yo no fuera nadie para ellos. Nadie. (Pausa.) La pequeña tenía nueve meses, el niño aún no había cumplido los cinco años y la mayor tenía siete. Todo esto es muy triste, y cuando alguien me pregunta por qué no vuelvo a esta casa, les digo: no tengo donde volver.
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