«El amor es un pegamento muy poderoso, quizá, el más poderoso de todos»
Menchu Gutiérrez (Madrid, 1976) estaba escribiendo un libro que iba a ser un regalo para su madre cuando esta murió. Entonces, llegó una pregunta fundamental: «¿Cómo escribir para alguien que ya no estaba, pero no se había ido?». En ‘Vida y muerte de un jardín de papel’ (Siruela, 2024), la novelista, traductora y poeta ahonda en cuestiones vitales como la muerte, el duelo y la ausencia. Antes de nada, me gustaría pararme en el título: Vida y muerte de un jardín de papel. ¿Qué representa para ti un jardín? Para mí, el jardín es esencialmente un espacio de bienestar. Quizá […] La entrada «El amor es un pegamento muy poderoso, quizá, el más poderoso de todos» se publicó primero en Ethic.

Menchu Gutiérrez (Madrid, 1976) estaba escribiendo un libro que iba a ser un regalo para su madre cuando esta murió. Entonces, llegó una pregunta fundamental: «¿Cómo escribir para alguien que ya no estaba, pero no se había ido?». En ‘Vida y muerte de un jardín de papel’ (Siruela, 2024), la novelista, traductora y poeta ahonda en cuestiones vitales como la muerte, el duelo y la ausencia.
Antes de nada, me gustaría pararme en el título: Vida y muerte de un jardín de papel. ¿Qué representa para ti un jardín?
Para mí, el jardín es esencialmente un espacio de bienestar. Quizá porque en él se cumplen ciertas expectativas estéticas y sensoriales. Tiene algo de refugio, pero uno de naturaleza activa, que no invita solo a la contemplación. El jardín tiene mucho que ver con la creación poética.
«El jardín es pura metamorfosis, como nuestra vida»
«Mientras vivió, ella era el espejo en el que se reflejaba tu jardín». Ahora que no está, ¿cómo es ese jardín?
El jardín es pura metamorfosis, como nuestra vida. Yo diría que este jardín ha visto recrecida la memoria y también ha aceptado las pérdidas. A veces, la vida nos coloca durante un tiempo en el lugar del espectador; también de nosotros mismos. El jardín se reordena constantemente de forma natural. Me gusta pensar en una cosa que decía Nietzsche: «No solo hay que retirarse al jardín, sino rodearse de personas que sean como jardines». Yo intento poner en práctica las dos cosas.
«Es preciso decidir qué forma va a adoptar la ausencia», afirmas en el libro. Nunca había pensado que la ausencia de quienes ya no están pudiera tener forma, más allá de esa herida que dejan y que luego cicatriza. Algunos dejan una cicatriz tan grande que puede llegar a ser peor que la herida en sí, pero aprendemos a convivir con ella; en cierta manera, se vuelve parte de nosotros. ¿Cómo establecemos la forma que queremos que tenga esa ausencia?
Esta cita corresponde a un momento inicial del libro en el que me pregunto cómo voy a abordar su escritura. Yo había empezado a escribir un libro que era un regalo para mi madre. Ella era su principal destinataria. Cuando murió, yo ya había empezado a escribir y me encontré entonces con preguntas esenciales, como a quién iba a dirigirme o de qué modo había cambiado el sujeto del libro. ¿Cómo escribir para alguien que ya no estaba, pero no se había ido? Tú hablas de una herida y de una cicatriz. Eso también es una forma de relacionarse con la ausencia, que estás nombrando como una operación que ha acontecido en tu cuerpo. Nombrar tiene siempre consecuencias y los sujetos del libro son determinantes.
«Quizás tengas que aceptar la presencia de un fantasma creado por ti o tu necesidad. Tu propio fantasma como única salida», apuntas justo después. ¿Puede un fantasma ser la salida a la muerte de un ser querido? ¿No sería mejor alumbrarlo para que desapareciera? Quiero decir, ¿son los fantasmas buenos compañeros de viaje?
Como decía antes, estas líneas se refieren al sujeto de un libro, que puede adoptar muchas formas diferentes. Cuando uno se da cuenta de que en realidad el tú es el yo reflejado en un espejo puede pensar que está hablando con un fantasma. En cualquier caso, yo creo que no existen fórmulas y que cada cual puede elegir sus propios caminos a la hora de vivir un duelo. Hay personas que hablan con las fotografías de los muertos y a otras les produce consuelo ir al cementerio. Lo respeto tanto como la opción del silencio.
«Su vida sin ti, entonces, era tan inconcebible como, ahora, tu vida sin ella». ¿Por qué nos cuesta tanto concebir la vida sin nuestros seres más queridos? Pero, sobre todo, ¿cómo empezamos a concebirla sin ellos?
El amor es un pegamento muy poderoso, quizá, el más poderoso de todos. Estaba antes que nosotros y nos sobrevivirá. Algo tan sencillo de entender como que hubo un tiempo en que no existíamos en la vida de nuestros padres, que fueron niños y jóvenes como nosotros, a veces parece algo casi imposible de asumir. Lo más evidente se vuelve lo más extraño. Yo no creo que exista un aprendizaje de esa clase de extrañeza que a veces nos asalta ni en verdades inmutables de ninguna clase. Hay que respirar hondo, cuando te lo exigen tus pulmones, y esperar si es preciso a que el aire se estabilice. Es como aceptar la realidad de una tormenta.
En la era de la digitalización, gracias a las redes sociales y plataformas digitales, estamos más conectados que nunca y, a la vez, jamás nos hemos sentido tan solos. ¿Cómo afecta esta pérdida de relación física con las personas a la manera en la que afrontamos su pérdida?
El afecto del que hablaba antes encuentra sus caminos, como el agua. Es verdad que las redes y plataformas digitales no parecen el lugar más adecuado para acompañar algo como un duelo. Son demasiado pobres en espacio y en tiempo y el contacto físico al que haces referencia también es fundamental para comunicar. Estoy de acuerdo en que la conexión no puede confundirse con la comunicación. Existe un claro déficit de comunicación en nuestro tiempo, por no hablar de un verdadero intercambio. El jardín, precisamente, invita a la reunión y los duelos deben acompañarse.
«La conexión no puede confundirse con la comunicación»
Decía Thomas Mann en La montaña mágica: «La excentricidad de la muerte forma parte de la vida misma». De hecho, tú misma apuntas que «la vida no puede separarse nunca de la muerte, la muerte es inseparable de la vida». ¿Por qué llorar entonces tan amargamente la muerte cuando debemos celebrar la vida con alegría? ¿Por qué nos aterra la idea de la muerte?
No creo que haya una respuesta o una postura única ante la muerte. Del mismo modo, no creo que tengamos un deber de celebración frente a la vida. Por otro lado, he conocido y conozco a personas a las que la muerte no les aterra. Lo que sí me parece evidente es que la muerte ocupa el territorio de lo desconocido y que el misterio es un gran generador de dudas.
¿Es posible «vivir como si no existiera la muerte y una ilusión de eternidad fuera el alimento del aprendizaje»?
Eso parecía hacer Hokusai, a quien me refiero en esta frase, cuando explicaba cómo sería su pintura a la de edad de ciento diez años. Vivía en un aprendizaje permanente en el que no parecía contemplarse un final. La pasión creadora le hacía olvidarse de la muerte. Hay cierto humor en esta frase. Pero es cierto que cuando se está inmerso en una obra apasionante pueden desaparecer los dolores, grandes y pequeños.
«La muerte ocupa el territorio de lo desconocido y el misterio es un gran generador de dudas»
La rosa es la gran presente a lo largo del libro. ¿Qué simbolizan las rosas?
Las rosas han simbolizado muchas cosas a lo largo de la historia. Yo he elegido esta flor porque el duelo me lleva a prestar atención a las espinas. Como escribía Paul Celan: «La espina corteja la herida». He utilizado esta espina como la aguja de una jeringuilla que estaría cargada con el suero de la verdad, como una parte esencial de la flor, pero sin olvidar el tacto de seda de sus pétalos, su color o su profundo aroma. Creo que en cierta medida, el libro es también un diálogo entre los dos yoes de la rosa.
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