Y entonces nos perdimos, de Ryan Andrews

Rescatamos una aventura para todos los públicos cuyo mundo maravilloso merece un poco más de atención.

Jun 13, 2025 - 14:20
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Y entonces nos perdimos, de Ryan Andrews

Edición original: This was our pact (First Second Books, 2019)
Edición nacional/España: Y entonces nos perdimos (Astronave, 2019)
Guion: Ryan Andrews
Dibujo: Ryan Andrews
Color: Ryan Andrews
Traducción: Alba Pagán
Formato: cartoné, 336 páginas, 22,00 €

Y entonces nos perdimos… ¿una gran lectura?

En el día de hoy rescatamos una obra que pudo pasar un poco desapercibida en su día, pero que merece, como mínimo, ser conocida por más lectores.

Y entonces nos perdimos es un cómic para todos los públicos que se publicó en el mercado norteamericano en el 2019 de la mano de First Second Books. Ese mismo año llegó al mercado español gracias al sello Astronave de Norma Editorial. A pesar de la fecha de publicación, cabe destacar que sigue siendo relativamente fácil conseguir una copia del cómic.

La obra cuenta con Ryan Andrews como autor completo. De origen estadounidense, en la actualidad vive en una zona rural de Fukuoka, Japón, junto a su esposa, sus dos hijos y su perro. Su carrera artística comenzó en el mundo de la animación 3D, lo que ha influido de manera notable en su estilo visual. Más adelante, perfeccionó su técnica de dibujo en academias como Watts Atelier of the Arts y Studio Second Street. Se dio a conocer con obras digitales como Sarah and the Seed y Our Blood Stained Roof, ambas finalistas en los premios Eisner al mejor cómic digital. Fue después cuando publicó su primera narrativa de mayor extensión, protagonista de este artículo y finalista también en los premios Eisner de su año en la categoría de “mejor cómic infantil”.

Nuestro pacto

Y entonces nos perdimos trata la historia de un grupo de niños que se reúne con una misión en mente: con motivo de la Fiesta del Equinoccio, su pueblo se reúne para lanzar cientos de farolillos al río. Según la leyenda, cuando se pierden de vista, los farolillos vuelan hacia la Vía Láctea para convertirse en estrellas. La misión de los niños consiste en perseguir los farolillos por el río durante el tiempo que haga falta para descubrir si las leyendas son ciertas o no.

Lo que comienza como una propuesta inocente, como una travesía en bici por las lindes del río, se va complicando a medida que avanza. Para empezar, es de noche, con todo lo que ello implica. Los niños no han cenado y empiezan a tener hambre. Además, la lluvia no tarda en hacer acto de presencia para dificultar todavía más las cosas. Por si fuera poco, hay otro niño, Nate, que insiste en “acoplarse” a ellos, aunque hayan dejado claro que no quieren tenerlo cerca. Nate los sigue de lejos en un silencio incómodo, sin llegar a alcanzarlos, pero sin llegar a perderlos tampoco. Él hace caso omiso de los comentarios que alientan su marcha; por dañinos que sean.

Pero lo peor ocurre cuando llegan a un puente que marca los límites del pueblo. A partir de ahí, se les presenta lo desconocido, un “más allá” que sus padres les hicieron prometer que no cruzarían. Los que habían llegado hasta ese punto se encuentran achicados por la duda. Al final, todos deciden darse la vuelta; todos menos Ben, el único que está decidido a completar la misión.

Junto a Nate, quien aparece un poco después para generar en Ben una mezcla de desdén y alivio por no quedarse solo.

Una fantasía que florece de la cruda realidad

De este momento en adelante, el costumbrismo se sustituye por una fantasía cada vez más libre, desde osos parlantes hasta extraños seres brillantes que caminan sobre el agua o aldeas enteras dominadas por la magia, escondidas entre las nubes.

Lo que vertebra este relato de verdad, sin embargo, no es ninguna misión ni ningún concepto fantasioso, sino la relación entre Ben y Nate, el choque de sus personalidades y las implicaciones de todo ello. En un retrato menos dramatizado pero muy fiel de la situación que sufren muchos niños al ser marginados, se dejan entrever las dinámicas de grupo tan tensas y complejas que entran en juego cuando unos niños decide tratar a alguien como “el apestado”.

Una de las páginas de la obra, con y sin color. Fuente: goodokbad.com

Ben es el primero en reconocer que él no tiene nada en contra de Nate. El problema es que, si lo reconoce, si decide pasar tiempo con él, es muy probable que el resto de niños también empiece a dejarlo de lado a él, a considerar que se le ha “pegado la peste” de Nate. Se trata de un reflejo crudo pero fiel de cómo la opinión de una sola persona sobre alguien puede extenderse como una verdadera enfermedad, sobre todo en el caso de grupos de niños que tienen la falta de pertenencia como uno de sus mayores miedos.

Da la impresión de que, incluso en edades tan tempranas, el concepto de “otredad” se esgrime como una herramienta fundamental para generar un sentimiento artificial de identidad. Luchar contra esta clase de acoso quizá sea tan complicado por el mismo motivo que hace tan complicado acabar con el odio y sus consecuencias en el mundo: parece una fuerza primitiva que siempre se abre camino contra la empatía y la humanidad.

Por eso mismo, Ryan Andrews recurre a la fantasía con un propósito que trasciende la aventura y divertimento. Al aislar poco a poco a Ben y Nate del contexto que los ha llevado a sus situaciones actuales, esas situaciones empiezan a difuminarse hasta perder el sentido o, incluso, invertirse.

¿Hasta qué punto seguirá pensando Ben en que los demás tachan a Nate de apestado cuando estén rodeados de seres y lugares imposibles? ¿Cuál será la reacción de Ben cuando vea que las criaturas que se encuentran más allá tratan a Nate con total normalidad, en desafío directo a la actitud de sus amigos? Más aún: ¿cómo se tomará Ben el hecho de que estas criaturas parezcan llevarse mejor con Nate que con él? Es como si, de un momento a otro, las tornas se hubieran vuelto en su contra. Ahora es él quien sigue a los demás desde la distancia, a la cola de un pelotón al que no parece importarle mucho.

El sentido de la maravilla visual

Hay que tener cuidado al hablar de la historia de Y entonces nos perdimos porque al final se trata de una aventura que brilla en su sentido de la sorpresa, de la maravilla que se esconde tras la siguiente página. Podría ser sabio, por tanto, no revelar muchos más detalles de su trama; confiar en que las palabras e imágenes hasta aquí expuestas sean suficientes para generar interés; limitarse a lanzar la promesa de que este tomo contiene personajes entrañables, conceptos pasmosos y una historia con mucho corazón que merece ser contada.

Antes de concluir, eso sí, merece una mención especial el dibujo de Andrews, dominado por un estilo muy personal tanto en trazo como en color. La dominancia de los tonos azules y las texturas ricas en detalles sirven para atrapar al lector desde la primera página. Desde esta base se presenta una lluvia de estampas maravillosas cuya intensidad solo va en aumento a lo largo del tomo. Estamos ante una auténtica delicia visual y narrativa.