El deleite y el verano

Esta novela narra todos los veranos de la vida de su protagonista. Es, pues, una obra de carácter intimista en la que se reivindica la vida sencilla a través de los recuerdos del pasado y las posibilidades del mañana. En este Making Of, Guillermo Aguirre explica cómo escribió Estival (Sexto Piso). *** Si a mí... Leer más La entrada El deleite y el verano aparece primero en Zenda.

Jun 14, 2025 - 07:05
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El deleite y el verano

Esta novela narra todos los veranos de la vida de su protagonista. Es, pues, una obra de carácter intimista en la que se reivindica la vida sencilla a través de los recuerdos del pasado y las posibilidades del mañana.

En este Making Of, Guillermo Aguirre explica cómo escribió Estival (Sexto Piso).

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A menudo las razones por las que alguien escribe una novela y los métodos que después se usan para construirla no son lo mismo. Entre lo uno y lo otro se interpone la necesidad de convertir la novela en algo hecho para los demás y no tanto para uno. Por eso, no sé si tengo muy claro cómo responder a la demanda de estas líneas.

Si a mí mismo y a mis razones me atengo, diré que venía yo muy cansado de mi anterior novela, Un tal Cangrejo, cuya escritura me mantuvo durante diez años en un universo de adolescentes macarras, violencias varias y larga y retorcida trama. Ocurría por entonces también que cuando uno lleva varias novelas detrás, llega un punto en el que comienza a tener la amarga sensación de que está repitiendo frases. No es cierto, pero la sensación es que uno ha agotado sus capacidades para el lenguaje. Fue entonces que me di cuenta de que necesitaba un reseteo y Estival nació de ello. Era aquella una necesidad de encontrarme otra vez con las palabras, de buscar aunque requiriera de toda una novela algún adjetivo que asaltara a un sustantivo a mano armada, un verso que vibrara milagroso en medio de la densidad de un párrafo. En resumidas cuentas, tan solo quería yo volver a sentir que podía deleitarme con mi propia escritura, como el uróboros lamiéndose la picha o como cuando tenía diez y seis años y todo el monte era orégano. Ahora bien, aunque simples, estas razones tan mías, al lector le hubieran venido (y posiblemente le vengan) al pairo sin una historia, un algo que contar, esa tiranía de la trama.

"¿Por qué no buscar una forma adecuada para destilar esa sensación de vivir continuamente en el presente, el pasado y el futuro?, ¿esa sensación que nos priva del derecho fundamental al instante de gozo?"

Fue entonces que aparecieron los veranos. El verano tenía esa cualidad táctil y aromática, esa luz y esa vivificante plasticidad que quizá me permitieran llevar a cabo mi egoísta intención. El verano apoyaba por su propia naturaleza el uso tonal que andaba buscando, así que me dije: ¿por qué no contar toda una vida solo a través de sus veranos? Parecía sencillo, una vida es a fin de cuentas lo que toda novela desea contar, ya sea a través de unas horas, de un instante climático, de una situación equis y su arco, o en su totalidad. Yo quería la totalidad, del nacimiento a la muerte o a las muertes, porque en Estival se muere muchas veces y también ninguna. Y los veranos, centrarme en ellos, me permitía avanzar año tras año con cierta celeridad a lo largo de toda la vida de Jonás, que al final resultó ser el personaje de la novela.

Tenía más cosas, el verano. Tenía un pueblo, siempre el mismo, al que el personaje regresaba todas las vacaciones de su vida y con ello tenía a los vecinos del pueblo: el retrato de lo rural. Tenía también eso otro, las vacaciones en sí, ese remanso que a menudo buscamos durante todo el año, esos días para los que parecemos vivir el resto del tiempo y tenía también la posibilidad de contar todas las primeras cosas: los primeros pasos, pedaladas, borracheras, el primer deseo, el primer amor, los desastres, frustraciones, rupturas, los primeros hijos, achaques, pérdidas y etcétera. Así una vida y así poco a poco la tiranía de la trama que decía antes, la aparición de esas otras cosas con las que uno debe “construir” la novela para otros. ¿Quién narrará? Usemos una segunda para trasladarle al lector directamente las sensaciones de los veranos. ¿En qué tiempo? Utilicemos el presente, hagámoslo cogiendo las rosas, aquí y ahora, como el placer no recordado. Pero… Si mi historia comienza en 1984, ¿cómo contar toda una vida? Contemos pues hasta el dos mil cuarenta y tantos y de ese modo insertemos en la novela los miedos y las incertidumbres de futuro. Pero entonces, ¿desde qué momento se narrará? Cambiemos el narrador, usemos un primera enmascarado como el de Annie Ernaux en Memoria de chica, por qué no, que sea un primera que se habla a sí mismo en segunda persona, que sea pues el propio personaje, Jonás, rememorando sus veranos pasados e imaginando sus veranos futuros. ¿Y si imagina los futuros? ¿Por qué solo imaginar una posibilidad? ¿Por qué no imaginar varias, muchas? ¿Por qué no buscar una forma adecuada para destilar esa sensación de vivir continuamente en el presente, el pasado y el futuro?, ¿esa sensación que nos priva del derecho fundamental al instante de gozo? Hagamos eso. ¿Y por qué narra Jonás? Démosle pues alguna gran penuria, en qué pensar, en qué sufrir. Y con esas problemáticas de la obra, también, poco a poco, las soluciones técnicas que, a fin de cuentas, son el mecanismo con el que la novela va cogiendo cuerpo y finalmente se convierte en algo hecho para los demás y no para uno mismo.

"Una vez publicada, la propia obra distará también mucho del modo en que se construyó y de las razones que alguien tuvo alguna vez para escribirla"

Y con todo ello el fracaso, claro. Siempre. El fracaso del propio autor para encontrar ese adjetivo que asalte a mano armada a un sustantivo; el fracaso de Jonás en sus sueños de grandeza, el fracaso de mantener viva la belleza de los veranos de la primera infancia conforme el tiempo se despliega y la vejez va alcanzando las cosas todas, porque crecer es fracasar en mantener vivo al niño que fuimos. Pero también el tenaz esfuerzo. El del autor por conseguir que pese a la celeridad de los veranos la novela pueda extenderse en los detalles, que busque en ellos ese adjetivo perdido; el esfuerzo de Jonás por aprender a amar las cosas sencillas y quedarse en ellas, los amigos, la familia, el cuidado a los demás, esa necesidad de aceptar el propio fracaso y no vivir en el delirio de las grandes ambiciones, ese esfuerzo por aceptar que no toda vida debe ser “aparentemente” relevante para ser hermosa y sustancial, por conservar la belleza aunque las páginas y la vida avancen. Y con todo ello los contrarios: placer y dolor, muerte y vida, amor y pérdida, deseo e imposible, y finalmente una novela sobre todo ello: sobre el mecanismo para encontrar un equilibrio suficiente entre contrarios, que es quizás uno de los temas fundamentales de Estival, porque quizá sea también uno de los secretos para existir, aunque yo siquiera pensara en ello al comenzar a escribir cuando aquello de mis egoístas ambiciones.

Y con mis egoístas ambiciones de nuevo lo que decía al inicio, que a menudo los motivos por los que alguien escribe una novela y los métodos que después se usan para construir dicha novela no son los mismos, pero también que una vez publicada, la propia obra distará también mucho del modo en que se construyó y de las razones que alguien tuvo alguna vez para escribirla: será al fin libre de soñar en manos de cada lector. Desearía pensar que eso es Estival ahora.

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Autor: Guillermo Aguirre. Título: Estival. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros.

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