Nadia Bulkin. Ella dijo destruye.
La biblioteca de Carfaz, 2020. 258 páginas. Tit. or. She said destroy. Trad. Antonio Rivas. Incluye los siguientes relatos: Zona de convergencia intertropical Las cinco etapas del duelo Y cuando fue mala… Solo la unión salva a los condenados Pugelhueso Cabra roja, cabra negra Siete minutos en el cielo Te quiero, chica Vida eterna Violeta es el color de tu energía La Verdad es el Orden y el Orden es la Verdad Cero absoluto Sin dioses ni amos Que se mueven dentro de las coordenadas del new wierd, de un tono oscuro, y una calidad muy alta, en ocasiones brillante. El cuento que inicia el volumen, donde la mano derecha de un dictador tiene que buscar objetos de poder mandado por una especie de brujo es impresionante. Los dos que cierran, sobre un extraño hombre venado y una familia que hizo un pacto con una especie de diablo, son también perturbadores. En medio ambientes malsanos, seres sobrenaturales que se mueven en sus propias coordenadas, homenajes a Lovecraft y mucha imaginación. Mi única pega es que algunos relatos se notan demasiado construidos, algo que me pasa con muchos textos que vienen de Estados Unidos, que dan la impresión de haber pasado... The post Nadia Bulkin. Ella dijo destruye. first appeared on Cuchitril Literario.
La biblioteca de Carfaz, 2020. 258 páginas.
Tit. or. She said destroy. Trad. Antonio Rivas.
Incluye los siguientes relatos:
Zona de convergencia intertropical
Las cinco etapas del duelo
Y cuando fue mala…
Solo la unión salva a los condenados
Pugelhueso
Cabra roja, cabra negra
Siete minutos en el cielo
Te quiero, chica
Vida eterna
Violeta es el color de tu energía
La Verdad es el Orden y el Orden es la Verdad
Cero absoluto
Sin dioses ni amos
Que se mueven dentro de las coordenadas del new wierd, de un tono oscuro, y una calidad muy alta, en ocasiones brillante. El cuento que inicia el volumen, donde la mano derecha de un dictador tiene que buscar objetos de poder mandado por una especie de brujo es impresionante. Los dos que cierran, sobre un extraño hombre venado y una familia que hizo un pacto con una especie de diablo, son también perturbadores. En medio ambientes malsanos, seres sobrenaturales que se mueven en sus propias coordenadas, homenajes a Lovecraft y mucha imaginación.
Mi única pega es que algunos relatos se notan demasiado construidos, algo que me pasa con muchos textos que vienen de Estados Unidos, que dan la impresión de haber pasado por el molde de un taller literario. Algo que garantiza una calidad mínima, pero que a veces tienen excesivo aire de familia.
Pero he disfrutado con los excesos de imaginación de la autora, que es capaz de construir otros mundos sin fisuras y con una oscuridad que te deja mal cuerpo.
Muy bueno.
—¿Me estás siguiendo?
—Eres el mejor teniente. El señor general necesita que esos hombres del mar vean las cosas a su manera, ¿ves? —Tenía la cara llena de espinillas rojas. A veces me parecía que se movían, pero luego pensaba que no, que sería un efecto de la luz—. Hay un cuchillo, un kris. Está en una de las islas exteriores. Ahora mismo lo tiene el hijo de un pescador. Si el general se lo come, será capaz de atraer a la gente hacia él y dirigirla, ya sabes, hacer que vean las cosas como él. Ve y tráelo; lo aliñaremos bien.
Era por el general, así que bueno, vale. Amo este país; el comunismo es Satanás y el presidente, su lacayo. Si por ellos fuera, todos pasaríamos hambre y moriríamos entre metralla y bombas coloridas. No, no. Necesitamos un hombre como el general, un hombre honrado. Es uno de los nuestros.
Antes de partir fui a casa. Para entonces, mi hija había empezado a dibujar criaturas de las profundidades marinas. Me las dio todas; papeles que dobló en infinitos cuadrados y que me metí en la cartera.
—Para proteger a papá —dijo, y volvió a entrar en casa.
Eran dibujos odiosos. Bestias retorcidas y enroscadas. No quería su protección, pero me los quedé de todas formas.
Estaba plantado en la arena, inquieto. Las olas llegaban de Australia. El dukun me había dado los nombres de la isla, la ciudad y el hombre, y el resto lo averigüé preguntando a los nativos. Cuando vieron mis credenciales y dije que el general necesitaba su ayuda, me ayudaron. En ocasiones tuve que enseñar la pistola.
Fui a la playa en moto. Eran nuestra última frontera, esas islas orientales. Estaban habitadas, pero creo que esa gente era de una especie distinta. Se le notaba en los ojos. Podía verlo. Hasta los niños tenían ese aire. Todos tenían filariasis, y quizá fuera por eso; gusanos microscópicos que dormían en sus venas. Es una enfermedad horrible. Son las únicas personas de este país saturado de calor que tienen escalofríos a pleno sol.
La playa estaba desierta. Había un perro asilvestrado que cojeaba, y una cometa. Pensé que los hombres de la tienda me habían mentido; no me sorprendería. Pero entonces lo vi: diecisiete años, pelo negro rizado, al lado de la barca de su padre. El kris le asomaba del bolsillo trasero del pantalón. El tampoco sabía qué hacer con el cuchillo. Fui hacia él, me detuve en la arena inestable y le pedí que me lo diera; trabajaba para el general y lo necesitaba.
Movió los labios y negó con la cabeza, pero no oí ninguna palabra. Lo único que oí fue el sonido grave de un motor; no el rumor del Pacífico, sino un auténtico motor que arrancaba con un ruido de sierra mecánica y se transformaba en una voz, como si se hubieran abierto unas mandíbulas y se hubieran quedado así. Era el cuchillo. Vi que la empuñadura giraba en el bolsillo trasero del pantalón; giraba para mirarme.
—Cómeme, teniente —decía.
No me atrevía a mirarlo, ni a pesar de la voz resonante que me golpeaba los oídos. Tendí la mano hacia el hijo del pescador y le dije algo; no recuerdo qué porque no llegué a oírlo. Lo único que oía era:
—Cómeme y sé grande. Viviré entre tus pulmones y daré a tu voz una resonancia que nunca has conocido. Cómeme, teniente.
El muchacho retrocedió hacia la parte más húmeda y oscura de la arena. El cuchillo atronaba y las olas no dejaban de batir. Sacudió la cabeza, no, no, no, y después echó la mano hacia atrás, aferró el cuchillo aullante y gritó.
Cuando le disparé corría hacia mí, agitando el cuchillo al sol. Vi toda la trayectoria hasta el fondo de su boca. El cadáver se marchó chapoteando hacia Australia en un lecho de espuma, pero el cuchillo se quedó clavado en la arena. De ahí brotaron hordas de cangrejos ermitaños. Gritaba y gritaba por toda la playa, y allí solo estaba yo para oír al monstruo varado. Creí que era el fin del mundo. Lo único que veía era mar y el color del cielo, y lo único que oía era el sonido oscuro del poder naciente.
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