Sónar: María Arnal se transforma en Björk en el día grande de las voces en el festival
La voz, ese instrumento cargado de futuro. El Sónar del viernes demostró que el futuro será humanista o no será. María Arnal, El Niño de Elche y Tarta Relena coparon todas las miradas. En un mundo moldeado por la inteligencia artificial, la voz sigue siendo esa libertad que expresa verdad quiera o no. La prueba definitiva fue el concierto de María Arnal, que supo utilizar todas las ventajas que ofrece la tecnología y la IA para proyectar el encanto y misterio de su timbre vocal y multiplicarlo por todo el espectro emocional del público. La artista catalana, acostumbrada a bucear en las sonoridades del pasado, ha conseguido esta vez doblar, a partir de la IA generativa, su propuesta para que su voz se convierta en mil voces a la vez y cree una polifonía armónica impresionante. De repente, se transformó en Björk , a partir de un pop con ecos milenarios y una puesta en escena tan simple como sugerente. Con un cuerpo de baile robotizado de cinco bailarinas vestidas como doncellas del imperio romano, la vocalista demostró ser una especie de Dr. Jeckyll y Mister Hyde, pero no del lado racional y el salvaje, sino del lado tradicional y el futuro. Está claro que María Arnal busca ir un paso más allá y su ambición ha abierto la caja de pandora. Con una pantalla blanca detrás y la luz roja cerrando el escenario, el 'show' se convirtió en un fascinante teatro de sombras que iba del pop al folk a la electrónica más viva en un mismo tiempo. Si este escenario, el Hall, convirtió a Rosalía en la auténtica Rosalía , o a Arca en la auténtica Arca, anoche María Arnal se convirtió en la auténtica María Arnal. El Sónar crea monstruos y eso es un hecho. El primer día grande del Sónar demostró que poco ha cambiado en sus 32 años de historia . Es un festival intergeneracional. Conviven todas las edades. En realidad, parece que el público del Sónar no se ha renovado. La mayoría dirías que ya estaban aquí en su primera edición. Está claro que su público es fiel. Y el éxito es incuestionable, porque hay mucha gente, pero para un festival que habla de futuro, de creatividad e innovación, es paradójico que se vea poco público joven. ¿Por qué? Al menos durante las sesiones y conciertos de la tarde, el tiempo parecía haberse congelado en 1998. En cualquier caso, jóvenes y veteranos disfrutaron de lo lindo. El primer gran concierto llegó con El Niño de Elche y Refree . Con su nuevo proyecto 'cru+es', convirtieron el auditorio del Sónar Cómplex en una auténtica olla a presión. La voz del heterogéneo cantaor se elevaba sobre capas de sonido que se rompían sin cesar hasta crear la banda sonora de una devastación. Minimalismo flamenco o cómo coger la esencia de un estilo, mezclarla con melodías en la tormenta, y reproducirla hasta el fin de los tiempos. La puesta en escena era sencilla. A un lado, el productor con sus secuenciadores y al otro la microfonada voz del Niño subiendo y bajando y escarbando en el corazón de todos los oyentes. Dejaron con los pelos de punta a su público cuando Refree cogió la guitarra y los dos se sentaron juntos como si de un tablao se tratara. «Dios mío, por qué me has abandonado», cantó el Niño de Elche como si de un Jesucristo Superstar en el bosque de Getsemani se tratase. ¿Para cuando una versión deconstruida del musical de Andrew Lloyd Webber con El Niño de Elche en el papel de Camilo Sesto? «¡Ole!», gritaba de vez en cuando un público que llenó hasta la bandera el enorme auditorio. Una nana sirvió para despedir uno de esos conciertos tranquilos por fuera, pero tormentosos y salvajes por dentro, como si dentro de la lámpara mágica no se escondiese un genio, qué va, sino la irrupción de un nuevo universo. Subido a un cajón, El Niño de Elche volvió a cantar a los abismos con una reverberación dolorosa en hermosos y tristes paisajes. El quejío del siglo XXI es desgarrador, sin duda, pues no tiene esperanza, sólo rendición. «Ah, mí corazón se queda sin aire», suspiraba el cantaor bajo leves notas nítidas y espectrales. En definitiva, el concierto pareció una misa en el fin del mundo. Un poco más allá, en el Sónar Hall, después de una eficiente y serpenteante cola, empezaba el set de Alva Noto y Fennesz . Bajo una enorme pantalla de psicodélica luz blanca, tan fría que congelaba el aliento, los dos artistas proporcionaban una furiosa reivindicación electrónica de los ritmos complejos y estructuras infinitas. «¿Es una prueba de sonido?», preguntaba un despistado entre el público, con Fennesz, ¿o era Noto?, cogiendo una guitarra y rompiendo de golpe toda la construcción cerebral y bien estructurada de su propuesta. Un sutil matiz conseguía otorgar profundidad a una música simbiótica, que se te metía bajo la piel y te hacía creer que eras Venom por lo menos. Incluso a veces sonaban al inicio de 'Blade Runner' con la banda sonora de Vangelis, y no sabías si eras humano o replicante. Excelente. Justo al lado, en el escenario Sonar+D, sucedía una de esas sorpresas con la que te tropiezas y no te esperas en el festival.
La voz, ese instrumento cargado de futuro. El Sónar del viernes demostró que el futuro será humanista o no será. María Arnal, El Niño de Elche y Tarta Relena coparon todas las miradas. En un mundo moldeado por la inteligencia artificial, la voz sigue siendo esa libertad que expresa verdad quiera o no. La prueba definitiva fue el concierto de María Arnal, que supo utilizar todas las ventajas que ofrece la tecnología y la IA para proyectar el encanto y misterio de su timbre vocal y multiplicarlo por todo el espectro emocional del público. La artista catalana, acostumbrada a bucear en las sonoridades del pasado, ha conseguido esta vez doblar, a partir de la IA generativa, su propuesta para que su voz se convierta en mil voces a la vez y cree una polifonía armónica impresionante. De repente, se transformó en Björk , a partir de un pop con ecos milenarios y una puesta en escena tan simple como sugerente. Con un cuerpo de baile robotizado de cinco bailarinas vestidas como doncellas del imperio romano, la vocalista demostró ser una especie de Dr. Jeckyll y Mister Hyde, pero no del lado racional y el salvaje, sino del lado tradicional y el futuro. Está claro que María Arnal busca ir un paso más allá y su ambición ha abierto la caja de pandora. Con una pantalla blanca detrás y la luz roja cerrando el escenario, el 'show' se convirtió en un fascinante teatro de sombras que iba del pop al folk a la electrónica más viva en un mismo tiempo. Si este escenario, el Hall, convirtió a Rosalía en la auténtica Rosalía , o a Arca en la auténtica Arca, anoche María Arnal se convirtió en la auténtica María Arnal. El Sónar crea monstruos y eso es un hecho. El primer día grande del Sónar demostró que poco ha cambiado en sus 32 años de historia . Es un festival intergeneracional. Conviven todas las edades. En realidad, parece que el público del Sónar no se ha renovado. La mayoría dirías que ya estaban aquí en su primera edición. Está claro que su público es fiel. Y el éxito es incuestionable, porque hay mucha gente, pero para un festival que habla de futuro, de creatividad e innovación, es paradójico que se vea poco público joven. ¿Por qué? Al menos durante las sesiones y conciertos de la tarde, el tiempo parecía haberse congelado en 1998. En cualquier caso, jóvenes y veteranos disfrutaron de lo lindo. El primer gran concierto llegó con El Niño de Elche y Refree . Con su nuevo proyecto 'cru+es', convirtieron el auditorio del Sónar Cómplex en una auténtica olla a presión. La voz del heterogéneo cantaor se elevaba sobre capas de sonido que se rompían sin cesar hasta crear la banda sonora de una devastación. Minimalismo flamenco o cómo coger la esencia de un estilo, mezclarla con melodías en la tormenta, y reproducirla hasta el fin de los tiempos. La puesta en escena era sencilla. A un lado, el productor con sus secuenciadores y al otro la microfonada voz del Niño subiendo y bajando y escarbando en el corazón de todos los oyentes. Dejaron con los pelos de punta a su público cuando Refree cogió la guitarra y los dos se sentaron juntos como si de un tablao se tratara. «Dios mío, por qué me has abandonado», cantó el Niño de Elche como si de un Jesucristo Superstar en el bosque de Getsemani se tratase. ¿Para cuando una versión deconstruida del musical de Andrew Lloyd Webber con El Niño de Elche en el papel de Camilo Sesto? «¡Ole!», gritaba de vez en cuando un público que llenó hasta la bandera el enorme auditorio. Una nana sirvió para despedir uno de esos conciertos tranquilos por fuera, pero tormentosos y salvajes por dentro, como si dentro de la lámpara mágica no se escondiese un genio, qué va, sino la irrupción de un nuevo universo. Subido a un cajón, El Niño de Elche volvió a cantar a los abismos con una reverberación dolorosa en hermosos y tristes paisajes. El quejío del siglo XXI es desgarrador, sin duda, pues no tiene esperanza, sólo rendición. «Ah, mí corazón se queda sin aire», suspiraba el cantaor bajo leves notas nítidas y espectrales. En definitiva, el concierto pareció una misa en el fin del mundo. Un poco más allá, en el Sónar Hall, después de una eficiente y serpenteante cola, empezaba el set de Alva Noto y Fennesz . Bajo una enorme pantalla de psicodélica luz blanca, tan fría que congelaba el aliento, los dos artistas proporcionaban una furiosa reivindicación electrónica de los ritmos complejos y estructuras infinitas. «¿Es una prueba de sonido?», preguntaba un despistado entre el público, con Fennesz, ¿o era Noto?, cogiendo una guitarra y rompiendo de golpe toda la construcción cerebral y bien estructurada de su propuesta. Un sutil matiz conseguía otorgar profundidad a una música simbiótica, que se te metía bajo la piel y te hacía creer que eras Venom por lo menos. Incluso a veces sonaban al inicio de 'Blade Runner' con la banda sonora de Vangelis, y no sabías si eras humano o replicante. Excelente. Justo al lado, en el escenario Sonar+D, sucedía una de esas sorpresas con la que te tropiezas y no te esperas en el festival. Albert.Data nos metía en el interior de su cerebro con un Brain Computer Interface. Con el público sentado en el suelo, y el ruidismo amplificado a partir de sus conexiones neuronales, múltiples pantallas reproducían los mil colores del iris de un ojo. No sabemos hasta qué punto mostraban el interior de la cabeza del artista, pero el efecto era hipnótico. Otra vez en el Sónar Complex , las voces de Tarta Relena sonaban bajo sonidos de lluvia, en algo así como música de raíz proyectada a la eternidad. Con el brazo levantado y el espíritu libertario, esta pareja descolocó por completo al público, encantado con un concierto que se salía del guion del ruidismo electrónico o el house festivo típico del Sónar. Percusión emocional, cantos tribales y mucho sentimiento para canciones con un pie en el pasado y otro en el futuro. De pronto, comenzaron a hablar al revés para luego reproducir las voces de forma correcta para sorpresa general. Las catalanas sedujeron con sus canciones etéreas , pero llenas de temas terrosos y mundanos, como ángeles quejándose del peso del aire. «A pesar de la controversia, vivimos con dolor el genocidio de Gaza. Fondos como el KKR nos roban nuestros espacios culturales y queremos expresar nuestra queja. Esperemos que lo ocurrido siembre una semilla que sirva para repensar este modelo y buscar nuevas maneras», dijeron ante los aplausos de la audiencia. En el Village, el lugar para bailar y volverse loco, Honey Dijon utilizaba clásicos del house como 'Deep inside', de Hardrive , o los inconmensurables B-52 para romper tópicos y buscar en la electrónica más directa la fiesta más pura y hedonistas. Dura, implacable, machacona, la dj te cogía y no te soltaba, con inspiradores visuales con mujeres con colas lumínicas de caballo que te obligaban a no apartar la vista. Todavía quedaban los platos gordos de la noche, pero la sensación era de euforia y triunfo. La gente se acumulaba en las salidas en busca de los autobuses lanzadera que los llevaran a la Fira 2. Y todavía queda el sábado con la guitarra de Yerai Cortes, Actress, Nathy Peluso y Eric Prydz.
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