Sarah Bishop: de dama acomodada a ermitaña, pasando por pirata
Nacida en el seno de una familia adinerada en Long Island, alrededor de 1759, Sarah Bishop se crio entre la élite colonial. Sin embargo, la ... The post Sarah Bishop: de dama acomodada a ermitaña, pasando por pirata appeared first on La piedra de Sísifo.


Sarah Bishop sentada en su cueva, tal como la imaginó un artista desconocido (Fuente).
Nacida en el seno de una familia adinerada en Long Island, alrededor de 1759, Sarah Bishop se crio entre la élite colonial. Sin embargo, la Guerra de Independencia pronto desbarataría su camino. En 1778, durante el caos de la guerra, Sarah fue secuestrada, no se sabe bien si por soldados o por corsarios británicos. Esta dura experiencia marcó el inicio de su descenso a un mundo completamente distinto al que estaba acostumbrada. Según parece, fue embarcada en contra su voluntad y durante un tiempo tuvo que vivir rodeada de piratas. En principio se dedicó a llevar el timón, cocinar y hacer guardias, aunque teniendo en cuenta su apariencia, la de una dama de considerable belleza, probablemente tuvo que echar mano de todos sus encantos para sobrevivir en un mundo de rudos hombres.
Finalmente Sarah se casó con el capitán del barco, lo que hizo que dejara de estar al alcance del resto de la tripulación. Ahora bien, cuando el capitán murió en un enfrentamiento con un corsario estadounidense, Sarah elaboró un plan de escape, esperando el momento oportuno para ponerlo en práctica. En algún momento de 1780, se lanzó por la borda del barco y nadó hacia la costa en Stamford, Connecticut. Tras su liberación, Sarah regresó no a la sociedad, sino que se instaló en una pequeña y húmeda cueva en la ladera de West Mountain, cerca de North Salem, en el condado de Westchester.
Allí vivió durante décadas, en un aislamiento absoluto, vestida con harapos, comiendo raíces y bayas, y durmiendo sobre musgo. Los aldeanos la veían ocasionalmente a lo lejos, caminando descalza por la nieve, apareciendo en el pueblo para recibir comida o asistir a la iglesia, donde se sentaba sola en el último banco.
Aunque casi todos los que la conocían pensaban que aquella mujer había perdido el juicio, también había quien veía en ella a una persona de férrea independencia: alguien que había vislumbrado lo peor de la humanidad y que, en cambio, había elegido la serena austeridad de la naturaleza. Así lo piensa, por ejemplo, la historiadora Linda Grant De Pauw, para quien la experiencia sufrida durante su captura por piratas fue «tan traumática que no soportaba volver a la sociedad humana normal». En cualquier caso, Sarah Bishop murió en su cueva alrededor de 1810, probablemente congelada, cuando su historia ya se estaba convirtiendo en mito. De hecho, con el tiempo, su cueva se acabó convirtiendo en una curiosidad local, un lugar de peregrinación para todos aquellos que se sentían atraídos por los cuentos de mujeres atormentadas y vidas perdidas.

na mujer observando la cueva de Sarah Bishop, fotografiada en 1900 por Marie Hartig Kendall (Fuente).
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