La memoria de los órganos
Durante siglos, la ciencia ha situado la memoria exclusivamente en el cerebro. Pero algunas investigaciones recientes abren la puerta a una posibilidad que aún suena a ciencia ficción: ¿y si otras partes del cuerpo también pudieran recordar? La entrada La memoria de los órganos se publicó primero en Ethic.

A Claire Sylvia, una bailarina que llevaba una alimentación muy sana, nunca le habían gustado los pimientos verdes ni el pollo frito. Sin embargo, tras recibir un trasplante de corazón y pulmón en 1988, notó un cambio inesperado en sus gustos. Empezó a incluir pimiento verde en sus platos y, cuando volvió a conducir después del trasplante, fue directamente a comprar unos nuggets de pollo. Tiempo después, conoció a la familia de su donante y les preguntó si a él le gustaba el pimiento verde. Le respondieron que sí, que le encantaba, pero que lo que de verdad le apasionaba eran los nuggets de pollo. Más adelante, Claire Sylvia supo que, cuando su donante falleció en un accidente de moto, encontraron un recipiente de nuggets bajo la chaqueta, comprado en un local de la misma cadena a la que ella acudió tras el trasplante.
Esta es una de las historias más difundidas cuando se habla de la posible memoria de los órganos. Es también una de las historias que recoge un artículo publicado recientemente en la revista Transplantology que analiza diversos informes subjetivos sobre cambios de personalidad en personas que se sometieron a un trasplante. Uno de sus autores, Mitchell B. Liester, ya había publicado otro artículo en 2020 en la revista Medical Hypotheses centrado en los cambios observados tras un trasplante de corazón.
En esta nueva investigación, de carácter colectivo, el análisis se amplía a otros órganos y se basa en los testimonios de 47 personas que aseguran haber experimentado cambios después del trasplante. Los tipos de cambios descritos son muy variados. Algunos se consideran neutros o positivos: preferencias por la comida, la música, el arte, el sexo, el ocio y la carrera profesional, la aparición de nuevos recuerdos, sentimientos de euforia, una mayor adaptación social y sexual, mejora de las capacidades cognitivas y episodios espirituales o religiosos. Sin embargo, también se han descrito cambios preocupantes, como problemas emocionales o afectivos, mientras que otros experimentan delirio, depresión, ansiedad, psicosis y disfunción sexual.
Los cambios descritos por los sujetos estudiados van desde nuevas preferencias por la comida o el ocio hasta depresión y psicosis
¿Qué podría haber causado estos cambios? Este artículo habla de tres tipos de posibles causas: psicológicas, bioquímicas y eléctricas o energéticas. En el caso de las causas psicológicas, los cambios podrían deberse al impacto emocional que supone atravesar un trasplante. Por ejemplo, la persona receptora podría desarrollar modificaciones en su carácter como una forma de afrontar el estrés del procedimiento. También es posible que surjan cambios influenciados por ideas o fantasías sobre la identidad de la persona donante.
Entre las hipótesis bioquímicas se incluye la idea de que el órgano del donante podría almacenar recuerdos o rasgos de personalidad que se transfieren al receptor junto con el trasplante. Una posibilidad planteada es que ciertos engramas –es decir, huellas físicas que dejan los recuerdos en el cerebro– se transmitan al receptor a través de exosomas, pequeñas vesículas que transportan material genético y proteínas entre células. Otra hipótesis, distinta pero relacionada, propone que la información no se transfiere al cerebro, sino que se conserva directamente en las células del órgano trasplantado. Esta llamada memoria celular podría manifestarse de diversas formas: memoria epigenética, memoria del ADN, memoria del ARN y memoria de las proteínas. Además, en el caso específico del trasplante de corazón, se plantea un mecanismo adicional: la transferencia de rasgos de personalidad a través del sistema nervioso intracardiaco, un conjunto complejo de neuronas dentro del corazón que se transfiere junto con el órgano durante la cirugía.
Por último, se plantea también otra posibilidad menos convencional: que los cambios estén relacionados con el campo electromagnético que genera el corazón, el más intenso del cuerpo humano. Según esta idea, y partiendo de la noción de que la energía y la información podrían ser equivalentes, la información relacionada con la personalidad de la persona donante –como emociones o preferencias– podría almacenarse en ese campo y transferirse junto con el corazón durante el trasplante.
Células que aprenden
La hipótesis de que la memoria resida en órganos distintos al cerebro, por ahora, carece de un respaldo científico sólido. De hecho, los artículos mencionados se plantean como hipótesis que requieren más investigación antes de poder hablar de evidencia concluyente. Estas investigaciones reconocen sus enormes limitaciones: no solo existen pocos estudios previos específicos sobre los cambios de personalidad tras un trasplante, sino que además hay diversos factores que limitan su validez, como el pequeño tamaño de las muestras, la falta de grupos de comparación o que estén basados en evaluaciones subjetivas.
Un estudio sugiere que las células no neuronales también pueden desarrollar mecanismos complejos en los que se basa la memoria.
Aunque la idea de que órganos como el corazón puedan contener recuerdos parece especulativa, existen estudios que exploran la memoria de las células. Por ejemplo, un estudio publicado en Nature Communications a finales de 2024 muestra el efecto del «aprendizaje espaciado» en células humanas no neuronales. Hasta ahora, se había comprobado que recordamos mejor aquellas cosas que aprendemos al repetirlas en el tiempo. Es decir, cuando un aprendizaje se reparte poco a poco, se fija mejor que si se presenta todo de golpe. Ahora, este estudio sugiere que las células no neuronales también pueden desarrollar estos mecanismos complejos en los que se basa la memoria.
Esta conclusión se basa en un experimento realizado con dos tipos de líneas celulares: una derivada de un tumor del sistema nervioso y otra de riñón embrionario. A estas células se les introdujo un gen que produce luciferasa, una proteína que brilla cuando se activa, y que los investigadores usaron como marcador para saber si la célula respondía a ciertos estímulos, como si «recordara» algo. Luego, aplicaron esos estímulos de dos formas: todos seguidos de una vez (como una clase larga sin descansos) y separados por intervalos de tiempo (como varias clases cortas con pausas). Las células que recibieron los estímulos espaciados activaron la luciferasa de forma más intensa y sostenida en el tiempo.
De este modo, el estudio demuestra que las células de tejidos no neuronales también pueden «recordar» patrones de estimulación y activar respuestas más potentes y duraderas si la información se presenta de forma espaciada en el tiempo. Por eso, este descubrimiento amplía el concepto de memoria y sugiere que ciertos mecanismos moleculares ligados al aprendizaje están presentes en todo el organismo.
Aun así, entre una célula que «aprende» a responder a estímulos repetidos y una persona que experimenta cambios tras un trasplante hay un gran abismo. ¿Podemos hablar de memoria en ambos casos? Hasta ahora, hemos entendido la memoria como la capacidad de almacenar información y recuperarla en un contexto determinado, algo que se ha atribuido exclusivamente al cerebro. La ciencia no ha demostrado que los cambios de personalidad tras un trasplante sean consecuencia directa del órgano recibido, ni puede afirmarse que los órganos piensen o recuerden. Pero tal vez sí influyan, de formas aún poco comprendidas, en procesos que hasta ahora creíamos reservados únicamente al cerebro.
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