«La autoestima de nuestras ciudades depende del reconocimiento exterior»

Las ciudades se han convertido en marcas, marcas que persiguen sus quince minutos de gloria y su momento de estrellato, a pesar del impacto que esto pueda tener para la ciudadanía que en ellas habita, que se ha convertido en la secundaria en el paisaje urbano ante el empuje de los turistas. Ese es el complejo universo que aborda en ‘Ciudad clickbait’ (Barlin Libros) el geógrafo y periodista Vicent Molins. No lo había pensado así hasta que lo leí en Ciudad clickbait: cuentas que se hace política local casi con estrategia de influencers. La clave está en conseguir los 30 […] La entrada «La autoestima de nuestras ciudades depende del reconocimiento exterior» se publicó primero en Ethic.

Jun 16, 2025 - 11:40
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«La autoestima de nuestras ciudades depende del reconocimiento exterior»

Las ciudades se han convertido en marcas, marcas que persiguen sus quince minutos de gloria y su momento de estrellato, a pesar del impacto que esto pueda tener para la ciudadanía que en ellas habita, que se ha convertido en la secundaria en el paisaje urbano ante el empuje de los turistas. Ese es el complejo universo que aborda en ‘Ciudad clickbait’ (Barlin Libros) el geógrafo y periodista Vicent Molins.


No lo había pensado así hasta que lo leí en Ciudad clickbait: cuentas que se hace política local casi con estrategia de influencers. La clave está en conseguir los 30 segundos de gloria.

Sí, tiene mucho que ver con ese nuevo orden digital de los últimos 20-25 años. [El mismo] que ha golpeado a la prensa de una manera tremenda. Ni los contenidos se producen igual ni tienen los mismos enfoques, porque ya damos por hecho, a pesar de todas las resistencias, que los visitantes van a dedicar poco tiempo a nuestras informaciones. Lo mismo ha golpeado a la ciudad, solo que la ciudad hasta estos últimos años apenas se ha dado cuenta. Esto se traduce en que el que pasa rápido [por la urbe] es el que está ganando la partida. Nuestras políticas públicas van dirigidas a captarlo, porque al final es el que genera movimientos y, no nos engañemos, el que aporta más rentabilidad.  Lo vemos ya muy claro físicamente en la mayoría de las ciudades españolas: el centro urbano es mucho más rentable para el que pasa rápido que para el que recibe [a los visitantes]. Esto, claro está, desde un enfoque puramente de marca. Si una ciudad se dedica a ser ciudad, debería tener otras cosas.

«Conforme los contenidos que se generan sobre una ciudad tienen que llamar la atención y deben tener un enfoque más ‘clickbait’, al final también se homogeniza la prensa»

Mencionas ahora ese nuevo orden digital y en el libro hablas de cómo la prensa local ha ido desapareciendo progresivamente. Hablamos mucho de desiertos informativos y cómo hay noticias que se quedan sin contar, pero ¿qué efectos tiene esto sobre la ciudad? ¿Hemos perdido visión crítica de nuestras ciudades a medida que fuimos perdiendo cabeceras locales?

Sí, creo que hay un proceso muy lógico y al mismo tiempo muy evidente, que es que, conforme los contenidos que se generan sobre una ciudad tienen que llamar la atención y deben tener un enfoque más clickbait, al final también se homogeniza la prensa. Igual que los centros de nuestras ciudades, que cada vez se aparecen más. Vamos a Málaga, a Valencia, a Barcelona o a Madrid y vemos lo mismo en la colmena central. De alguna manera, a nuestra prensa le acaba pasando algo parecido. Nos pasa como con las calles, que en lugar de tener un comercio con pedigrí local simplemente tenemos lo de en cualquier parte.

No caigamos tampoco en la romantización del periódico de ciudad muy pequeña. Claro que la gente ya no compra papel. Hablo de cabeceras de terceros, cuartos o quintos sistemas urbanos españoles que llevaban 100 años generando la conversación de esas zonas y que, desde hace 15 o 20 años, están encontrándose con graves problemas para seguir dominando esa conversación. Ahora compiten contra miles de contenidos, algo que antes no pasaba.

Nos hemos engañado mucho en la prensa diciendo que ahora ya no vendemos periódicos en papel, pero tenemos usuarios únicos en nuestras webs. Todos sabemos que esos usuarios únicos no dedican el mismo tiempo y la misma atención [a las noticias]. Es imposible fijar la misma agenda. Nuestras ciudades –y hablo de ciudades importantes, Valencia, Málaga, Zaragoza o Sevilla– se están quedando afónicas a nivel mediático. Sus medios tienen graves problemas para fijar una agenda propia.

Esto tiene efecto sobre las políticas públicas, porque, al final, la única manera de tener voz es generar reclamos llamativos que tienen como propósito único captar la atención de otros para que me visiten o para que me digan qué bonita es mi ciudad. Y, por tanto, poder vender ante mis vecinos que mi ciudad está viva, que está de moda, y que no se está quedando obsoleta.

«Las políticas públicas, en la mayoría de las ocasiones, requieren un cierto aburrimiento y largo plazo»

Que la prensa local sea cada vez más débil o que haya desaparecido ya de algunos sitios también hace que nos alimentemos con medios que vienen de Madrid. Para llamar la atención de esas redacciones centrales desde fuera tienes que hacer cosas muy clickbait.

Sí. Tiene que ser un contenido llamativo y todos sabemos que la agenda propia de una ciudad normalmente no tiene por qué serlo. De hecho, puede ser aburrida. ¿Cómo una ciudad va a vender como contenido atractivo que tiene mayor cohesión social? Son asuntos aburridos. Lo que pasa es que las políticas públicas, en la mayoría de las ocasiones, requieren un cierto aburrimiento y largo plazo.

Tengo mucha relación con concejales y veo también su frustración, de que para competir necesitan apuntarse tantos y eso pasa por generar esa sensación de que estamos de moda, que es una expresión que me obsesiona. Vivimos adictos al estar de moda. Todas las ciudades se lo dicen a sí mismas. Lo frustrante no es que lo estén o no, es que no hay nada detrás. El reclamo es el objetivo. Ese estar de moda es lo que único que importa en el desarrollo de una política y eso impide ver la realidad. Por eso, sostengo, esa gran paradoja de que en los últimos 10 a 12 años estamos viviendo el problema más crítico en muchísimo tiempo de acceso a la vivienda, pero al mismo tiempo las ciudades más impactadas por los efectos de esta crisis son las que se han dicho a sí mismas que estaban funcionando mejor que nunca.

Entramos en contradicciones. En Valencia se ha pasado de 2,2 millones de pasajeros en su aeropuerto hace 20 años a 11 el año pasado y no para de decirse que está de moda, pero al mismo tiempo el alquiler ha aumentado un 80% en los últimos cinco años. Es una constante muy similar en la mayoría de las ciudades españolas que están diciendo que están de moda. Esa es la gran dicotomía. ¿De moda para quién? ¿Cómo medimos el éxito?

En todo esto entran elementos muy complejos y con muchas ramificaciones. ¿Estamos simplificando demasiado las cosas cuando hablamos de nuestras ciudades?

En parte, perdemos la complejidad, desde luego. Pero creo que no es tanto un producto de los sistemas urbanos, sino en general de que encaramos los debates y nuestros retos desde una simplificación máxima. Creo que eso es más producto de cómo nos comunicamos y de los relatos que fabricamos. Sobre todo, hemos dejado de darle a la ciudad la importancia que tiene. La ciudad es la gran unidad de proximidad y tiene mucho poder en sí misma. Por ejemplo, en el desarrollo de políticas de vivienda, a las que ha renunciado por completo en los últimos años. Hemos entendido que la ciudad podía hacer pocas cosas, pero eso es falso. La ciudad tiene instrumentos para cambiar la realidad de sus ciudadanos de una manera bastante directa.

Lo que pasa es que ha renunciado a asuntos capitales como, por ejemplo, la metropolización.  En parte, esto es porque no hemos asumido el rol real que tienen las ciudades. Son espacios que han aumentado su población de una manera exagerada en muy poco tiempo y, sin embargo, seguimos mirándolas y gestionándolas con recetas de los años 90. La realidad es completamente distinta.

«No miramos qué tipo de ciudad queremos tener, sino que lo que buscamos es construir un modelo que sea atractivo para un tercero»

 ¿Cómo y por qué perdimos de vista en todo esto a quienes viven en la ciudad?

Lo decías antes, las ramificaciones son abundantes. Explicarlo con un solo componente sería injusto e irreal. Pero sí creo que hay al menos dos elementos, uno global y otro muy específico de España, que quizás explican al menos buena parte de las cosas.

Uno es ese orden digital, que ha hecho que las cosas ocurran porque pueden ocurrir. Es decir, Ryanair no vendía billetes online en el año 2000 y Airbnb no existía en 2008. El turismo se ha democratizado de una manera tan directa y se ha facilitado. Siempre hablamos del low cost, pero en realidad esto va mucho más allá del coste. Es un cambio cultural. Prácticamente, somos la primera generación en la que viajar es un elemento cultural plenamente cotidiano. En parte es un éxito, porque se ha democratizado, lo que pasa es que tiene consecuencias. ¿Cómo no va a tenerlas en ciudades que en apenas 6 o 7 años pasan de 4 millones de pasajeros en su aeropuerto a 11? Tiene efectos físicos, los que vemos y a los que estamos acostumbrados, como esa homogeneización en los centros y esa dificultad para acceder a la vivienda. Pero tiene también otros intangibles en cómo nos contamos y cómo medimos nuestro éxito a partir del número de gente que pasa por las calles. Eso provoca que nos configuremos a partir de esa mirada. No miramos qué tipo de ciudad queremos tener, sino que lo que buscamos es construir un modelo que sea atractivo para un tercero.

En el segundo elemento sí hay algo más endémico, más español. A mí me gusta llamarlo «el síndrome del 92». 1992 lo cambia todo.  España como país y, por tanto, sus ciudades, viajaron a la modernidad a través del reconocimiento exterior. Construimos un modelo, que no deja de ser uno de país de servicios, una apuesta por el turismo en el que Barcelona fue el gran exponente. A partir de ahí, hemos pasado las décadas buscando ser esa Barcelona 92. De alguna manera, cada ciudad ha intentado aplicar ese modelo, vivir en diferido ese 1992. La Valencia de la Fórmula 1 y la Copa América. Madrid disfrutando de un proceso de aglomeración global muy evidente en estos últimos años.

También está muy conectado con esto ese discurso de «si no vivimos del turismo, de qué vamos a vivir si no». ¿Cómo se desmonta esa narrativa de que toda la economía depende del turismo o de que, si se intenta poner algún control, nos va a lanzar a la pobreza extrema?

Es un muy buen debate, porque nos guste más o menos buena parte de nuestras ciudades son turísticas. Su modelo principal es el turismo o, como consecuencia, el sector servicios en el sentido más amplio. Hay un empeño muchas veces inocente y muchas plenamente buscado de [señalar que] no podemos optar a otro modelo alternativo porque, claro, a ver si nos vamos a cargar la gallina de los huevos de oro. Cuando escucho a muchos presidentes autonómicos hablar de «mi comunidad será turística o no será», me genera mucha frustración. Hay una cosa evidente. El turismo va a seguir siendo la gran industria de España en las próximas décadas. Pero al mismo tiempo hay una realidad, que es la de que ese monocultivo nos pone en peligro y nos empobrece.

Ya hemos recorrido suficiente para conocer que, al final, buena parte de las zonas geográficas españolas que viven del turismo son zonas dinámicas, con una barrera de entrada para la población muy baja (y, por tanto, que captan población), pero al mismo tiempo ofrece rentas bajas y expulsa a la población con más talento, más formada, porque no tiene sitio. Debemos asumir que no podemos ser solo ciudades turísticas, que ser solo una ciudad turística tiene un riesgo demasiado alto y pagamos un precio demasiado elevado. Hay que superar ese debate completamente estéril de si turismo no, turismo sí, e ir a la letra pequeña y hacer más complejos nuestros modelos económicos. Decirnos que somos turísticos, pero que necesitamos ser más cosas.

Por eso, a mí me parecen interesantes los lugares turísticos que al mismo tiempo ponen empeño en atraer industria. En la Comunidad Valenciana se logró desarrollar una gigafactoría cerca de Sagunto. Al mismo tiempo mantuvo absolutamente inflamada su retórica turística, pero al menos ha entendido que necesitaba algo más. Quizá, la realidad más responsable de este país pase por ahí, por entender que no basta solo con el turismo. Necesitamos políticas públicas que compitan contra el turismo, porque eso es lo que nos va a hacer más competitivos.

«Hay que superar ese debate completamente estéril de si turismo no, turismo sí, e ir a la letra pequeña y hacer más complejos nuestros modelos económicos»

En el libro cuentas, al hilo de los números que da Vigo sobre el éxito de las luces, cómo el debate urbano se ha convertido en un acto de fe. Y esto me lleva al principio, a la desaparición de esa prensa local fiscalizadora. Nos están diciendo grandes titulares y la ciudadanía los estamos aceptando sin más, tampoco tenemos más información. Si te dicen que ha habido 200 millones de visitantes pues…

Vigo es un modelo muy atractivo para relatar, pero lo podemos aplicar a cualquier ciudad. Ese impacto económico, esa medida cuantitativa, no importa. Siempre escuchamos esto de si dato mata relato. Evidentemente el relato gana sobre el dato, se impone en cualquier debate.

Creo que es la suma de las dos cosas que hemos ido comentando. La autoestima depende del reconocimiento exterior. Hemos fabricado nuestras narrativas urbanas a partir de eso. Si yo me estoy contando a mí mismo que han llegado miles de personas y que la ciudad es admirada en miles de lugares, esto nos da un chute de dopamina. Nos genera una satisfacción, una felicidad que de alguna manera nos complace. El segundo punto tiene mucho que ver con esa desaparición de fiscalizadores. Claro que hay prensa local, que se esfuerza en fiscalizar y que lo intenta, pero la realidad es que [lo hace] con cada vez menos recursos, con menos personal y, repito, con menos capacidad de marcar la conversación, de denotar la agenda. Si yo prometo que voy a tener un impacto económico X por X evento, pues en realidad el día después tampoco va a importar demasiado.

De ahí se puede escapar, o al menos debemos intentarlo, poniendo al vecino en el centro, demostrándole que va a vivir mejor si las políticas tienen más que ver con esa vecindad. Esto no implica que tengamos que estar en contra del turismo, pero implica que la ciudad tenga que hacer su trabajo y a veces, desde luego, deba tomar medidas quizá no tan populistas, no de satisfacción tan inmediata. Que vengan los Latin Grammy, como ocurrió en Sevilla, estoy seguro de que ofrece mucha dopamina a sus ciudadanos, pero ¿cuál es el beneficio vecinal? Tenemos que trabajar en eso, en demostrar a nuestros vecinos que con políticas públicas en los que ellos están en el centro les va a ir mejor.

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