5 poemas de Los días heterónomos, de Juan Bonilla
El XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado ha recaído sobre un libro de plena madurez firmado por Juan Bonilla. El autor alterna los tonos elegíacos con un vitalismo desengañando que, eso sí, no renuncia a celebrar el esplendor del mundo, así como a señalar sus miserias. En Zenda reproducimos cinco poemas de Los días... Leer más La entrada 5 poemas de Los días heterónomos, de Juan Bonilla aparece primero en Zenda.

El XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado ha recaído sobre un libro de plena madurez firmado por Juan Bonilla. El autor alterna los tonos elegíacos con un vitalismo desengañando que, eso sí, no renuncia a celebrar el esplendor del mundo, así como a señalar sus miserias.
En Zenda reproducimos cinco poemas de Los días heterónomos (Fundación Lara), de Juan Bonilla.
***
ESPLENDOR
Estuve enfermo en primavera
y qué esplendor tan de repente,
todo me pareció radiante
y era como descubrir que te habían engañado,
como si dentro se te hubiera muerto el dios
tunante que te dirigía adónde
y para qué a empujones de rutina
e impuestos indirectos.
Ya no era un dios
sino uno de esos tarados
que en una maratón se arrastran
por el suelo para alcanzar la meta
ante el estadio puesto en pie
(ovación de tarados
emocionados ante el despilfarro
de la energía humana acorazada en voluntad).
Lo exhumé de mi corazón
para arrojarlo al cubo de basura.
Entré en mi cuarto a oír
a las cosas hablándome en su idioma de cosas,
con su tiempo verbal hirviendo
de un pasado que niega ser pasado
y el frío de un futuro en el que no estaremos:
una pelota roja canta goles de tu infancia todavía
y aunque hace tiempo que está quieta en un rincón
hay dentro de ella aún algarabía de planeta
en fiesta; ese abanico roto
le dio aire fresco a tu madre en las tardes
mortecinas de verano y todavía
ofrece aire cuando sólo por tenerlo entre las manos
lo extiendes y sacudes para alzar
en las noches más tórridas
brisa y melancolía.
Las escuché
en su idioma de cosas que podrían
decirle a alguien que no va a conocerte
algo de ti, de quien quisiste ser, de quien no fuiste.
Apenas un susurro hecho de cosas.
Y de repente qué esplendor,
como un secreto que le presta explicación
a lo que no la tiene,
tatúa en la corteza cerebral
su pregunta de niñito perdido:
¿dónde está lo que importa?,
¿dónde vamos a empujones
de un dios tunante que es como esos tarados
que por acabar la maratón
se arrastran por el suelo
para llegar a meta
ante el estadio puesto en pie –ovación de tarados?
Y desde adentro se fue alzando
la claridad
enfundándolo todo en su respuesta:
quizá le llamas vida a un simulacro,
quizá nos desnudamos en disfraces
ante espejos caníbales,
renunciando a este himno de estar vivos.
Quizá somos un himno que
no necesita amo ni patria ni señor.
Himno es canto que enlaza a un dios cualquiera
con quien le está cantando, y eso somos:
no más que el tarareo de un intérprete
que trata de prestarle melodía
a lo que en lengua muerta sienten aún
todos los que pudimos ser,
fantasmas encerrados
en el cristal inquebrantable
de quienes sí seremos.
*
LOS DÍAS HETERÓNOMOS
Pasan en procesión
los días heterónomos
y los recuerdos no funcionan,
se nos disuelven
como episodios
de los que sólo quedan titulares,
los detalles se pierden,
y se borran los gestos,
persisten sólo sensaciones generales,
grandes palabras como cuevas húmedas
en las que hubo mucha vida
de la que sólo quedan pintarrajos
en la pared.
Uno tras otro pasan
los días heterónomos.
No somos ley de nuestro propio estar,
somos mundo sujeto al mundo,
se nos imponen ciegas,
con una fe epidural,
leyes de fuera
dictadas en despachos donde nadie nos conoce.
Y son entonces
las voces puntiagudas de la prisa,
los vagones de metro
atestados de gente con el voto decidido.
En días heterónomos
no nos bastamos,
necesitamos un certificado, un pago, un no sé qué,
nos exilia el espejo
con zafios epitafios,
los recuerdos se ahogan en placenta,
la sensación de haberlo ya vivido todo
nos quema
no sólo por haberlo ya vivido todo
–hemos amado hasta el desastre,
nos han amado hasta el agotamiento,
hemos matado, sí,
nos hemos incrustado en un arcoíris,
hemos visto un eclipse,
varios amaneceres en distintas lenguas,
hemos reído tanto
que hemos llorado poco–
sino también por no tener
más ganas de vivirlo otra vez…
Ah quién pudiera
saber vivirse en la repetición,
tararear el estribillo pegadizo
de estar aquí,
sin voto decidido,
buscando sólo
un día autónomo en el que nos bastemos,
seamos mundo no sujeto al mundo,
seamos ley que vuele en los pasillos del ahora…
un pájaro sin nombre.
Un pájaro que no pueda abatirse con un nombre.
*
DÍA PERFECTO
Me conformo con poco: lograr el día perfecto.
Despertar sin temores cuando la luz inédita
del nuevo día me alce lento
del suelo de algún sueño,
y encabalgar instantes como versos
hechos en un idioma
en el que la más rebuscada
de las metáforas sea un lugar común.
Deslizarse por el sendero de las horas
sin sentir que le cedemos al tedio
un solo momento,
dejar pasar tan sólo los recuerdos
iluminados por la luz del agradecimiento,
gastar algunas horas en un libro
que sepa devolverte aquellos vértigos
de una adolescencia que en los libros
abolía los días ciegos.
Me conformo con poco: no albergar ningún miedo,
no preguntar ni quién soy ni de dónde vengo,
aceptar que el amor es sólo un préstamo,
dejar que el día se vaya como vino,
para cenar jerez y frutos secos
y música gitana perfumando el aire,
saber que no te van a echar de menos,
y contemplar, poco antes de acostarte,
al niño que aún te mira en el espejo.
*
POÉTICA
Escuchas un adagio
y de repente en ti algo se adagia.
Ese contagio
es una magia,
candela fría
en la que lo que alumbra es poesía.
Si te quema un poema
revelándote exacto
lo que dentro de ti se quema,
misteriosa materia al tacto,
dando palabras a lo que sabías,
ese fuego que exalta es poesía.
Si contra fe vencida por la nada
hallas consuelo que no se te quiebre
al encontrar hospicio en la mirada
de quien sabe darte su fiebre
y así salvas el día,
en esos ojos vive la poesía.
Si en ilegible sueño
tu padre, ya burlado de la muerte,
aparece y te abraza fuerte fuerte
aunque se ha convertido en un niño pequeño,
y su mirada hiere
cuando te dice que te quiere
(cosa que padre nunca dijo
y tú no se la dices a tu hijo),
esa escena baldía
esconde poesía.
Por encima del arte
que a Adonis hace fiero y bello a Marte,
cántico de la vida,
no le pidas que te cierre una herida,
más bien que te las abra
con eficaz palabra
helada en luz tan pura
que sea un simulacro de sutura.
Esa es su magia:
la poesía es fiebre y se contagia.
*
HASTA AQUÍ
Fui enlazando seres, como todos,
en una representación
de un solo espectador constante,
a veces crítico ofendido,
a veces gran amigo del autor
capaz de perdonarle cualquier fallo.
Otros espectadores iban y venían,
se asomaban un momento,
reían con un gag,
o se quejaban ante una escena violenta,
lloraban, o se encogían de hombros.
A veces
hasta irrumpían en escena
para decir:
no, no es ficción, esto no es una ficción.
Luego se hacían humo
o se estampaban contra el decorado.
Ahora veo mi vida
como un poema de la Antigüedad
del que sólo podemos hacernos una idea
aproximada porque
nos han llegado sólo unos fragmentos
en citas de otros que los sacan del contexto
en que nacieron.
Aturdidas imágenes que saltan sobre el vano
empeño narrativo
de la memoria
que puja por inventarse
un relato como quien se propone
fabricar un espejo
con los añicos
de todos los cristales
que ha roto en una vida.
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Juan Bonilla (Jerez, 1966) es poeta, narrador y ensayista. Como novelista, ha ganado los premios Biblioteca Breve por Los príncipes nubios (2003), el Bienal Mario Vargas Llosa por Prohibido entrar sin pantalones (2013) y el Nacional de Narrativa por Totalidad sexual del cosmos (2019). Es autor de seis libros de poemas: Partes de guerra (1994), El belvedere (2002), Buzón vacío (2006), Cháchara (2010), Poemas pequeñoburgueses (2016) y Horizonte de sucesos (2021), recopilados en Poemas (2023). Es también coautor junto a Juan Manuel Bonet de una monumental antología de la poesía vanguardista latinoamericana, Tierra negra con alas (Vandalia, 2019). En la actualidad escribe crónicas sobre España para una red de periódicos americanos.
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Autor: Juan Bonilla. Título: Los días heterónomos. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Todostuslibros.
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