«El discurso ecologista debe ser más propositivo y menos culpabilizador»
Xan López es ingeniero informático pero su preocupación por la crisis climática le ha llevado a realizar interesantes reflexiones sobre la situación que vivimos. En ‘El fin de la paciencia‘ (Anagrama, 2025) aborda las dos crisis que, según él, afrontamos como especie humana y advierte de que el tiempo, como la paciencia, se agotan si no actuamos ya. Por eso, después de tanto insistir en herramientas pasadas, propone explorar otras vías como solución de urgencia para asegurar que la especie humana seguirá habitando nuestro planeta en los próximos siglos. Quince años después de que el 15M señalase que los partidos […] La entrada «El discurso ecologista debe ser más propositivo y menos culpabilizador» se publicó primero en Ethic.

Xan López es ingeniero informático pero su preocupación por la crisis climática le ha llevado a realizar interesantes reflexiones sobre la situación que vivimos. En ‘El fin de la paciencia‘ (Anagrama, 2025) aborda las dos crisis que, según él, afrontamos como especie humana y advierte de que el tiempo, como la paciencia, se agotan si no actuamos ya. Por eso, después de tanto insistir en herramientas pasadas, propone explorar otras vías como solución de urgencia para asegurar que la especie humana seguirá habitando nuestro planeta en los próximos siglos.
Quince años después de que el 15M señalase que los partidos eran un problema para nuestra democracia, usted comienza el libro asegurando que ha llegado el momento de olvidarnos del partido como herramienta para vehicular las aspiraciones políticas. ¿Cuál es la solución entonces?
Creo que hay dos partes en esto. Por un lado, movimientos como el 15M muestran claramente la crisis organizativa de los partidos de masas y la falta de representación política para una parte muy significativa de la población. En situaciones difíciles como la crisis económica y financiera que vivimos entonces, surgen repuntes, nuevas organizaciones y partidos, nuevas formas de intervenir en política. Pero, con perspectiva, vemos que no han logrado revertir la tendencia de fondo: el declive de la política de masas, de los partidos amplios, estables y con militancias densas que resisten ciclos electorales. Esa tendencia es dura y no se puede revertir fácilmente porque responde a realidades económicas y sociales profundas, a transformaciones en el trabajo y en la estructura internacional, y a dinámicas de largo plazo. Por otro lado, la crisis climática nos impone unos plazos de intervención muy estrechos para llevar a cabo transformaciones profundas. Esto nos obliga a reconciliarnos con la idea de que vamos a tener que intervenir en esa crisis sin esos partidos de masas y sin esas estructuras organizativas fuertes y duraderas que existieron durante buena parte del siglo XX. Por eso, en el libro propongo una política más experimental, pragmática, abierta a distintos tipos de alianzas y formas de intervención política entre diferentes grupos, que van a tener que entenderse de una manera u otra.
«La viabilidad ecológica de la especie humana no puede depender de la alternancia política»
En esa propuesta de abrirse a nuevas alianzas y estrategias para garantizar la viabilidad ecológica de la especie, ¿habla de una alianza transversal, no solo de izquierdas?
Sí, sin duda. Creo que necesitamos una fuerza lo suficientemente amplia y transversal como para incorporar diferentes intereses y grupos sociales. Esa fuerza tiene que ser capaz de ganar poder para impulsar políticas climáticas ambiciosas, pero también de lograr consensos duraderos que sobrevivan a los cambios de gobierno. Un ejemplo sería el contrato social tras la Segunda Guerra Mundial, que sobrevivió a la alternancia política entre izquierdas, derechas, socialdemócratas y democristianos. Con diferencias, sí, pero sin que estuviera en peligro el conjunto del sistema. Necesitamos fundar un sentido común civilizatorio y social lo suficientemente duradero como para entender que la viabilidad ecológica de la especie humana no puede depender de la alternancia política. Esto implica abrirse a alianzas y entendimientos mucho más amplios que el simple eje izquierda-derecha, aunque entiendo que esto es un segundo paso, más ambicioso y difícil, posterior a una victoria inicial que permita arrancar esas políticas con la fuerza necesaria.
Pero, ¿cómo se logra ese consenso cuando hay fuerzas abiertamente negacionistas y reaccionarias? O países que consideran que la crisis climática es una oportunidad que van a aprovechar, como la explotación de Groenlandia y el Ártico cuando sea navegable durante todo el año…
Creo que estas ideas son en parte delirios, porque el cambio climático genera una inestabilidad radical y es imposible prever qué zonas serán seguras o habitables. Puede haber incendios devastadores en Siberia y olas de calor extremas en el norte. La idea de que hay refugios climáticos o países «seguros» es cada vez menos sostenible. Ante fuerzas reaccionarias, neofascistas o nihilistas climáticos, la transversalidad tiene un límite. Hay que constituir una alianza lo más fuerte posible para enfrentarlas y derrotarlas. Parte de la lucha climática en esta década y en este siglo será precisamente impedir que esas fuerzas lleguen o se mantengan en el poder, y si lo hacen, que lo pierdan cuanto antes. No deberíamos conformarnos con una política de supervivencia mínima, sino aspirar a consensos estables y duraderos en torno a la viabilidad ecológica de la especie.
«Hay una cierta escuela ecologista que peca de catastrofismo»
¿Cree que el ecologismo ha perdido credibilidad por sus pronósticos fallidos y discursos alarmistas?
Aquí haría una distinción clara entre el trabajo científico y el discurso político ecologista. Los científicos climáticos han acertado de forma sorprendentemente precisa en sus predicciones, por ejemplo, en el aumento de temperaturas medido por satélites y otros sistemas. El IPCC plantea diferentes escenarios posibles, porque modelizar un sistema tan complejo como el clima, que incluye la actividad humana, exige contemplar varias posibilidades. Pero dentro de esa variabilidad, la ciencia ha sido muy robusta y fiable, y las previsiones para el resto del siglo son bastante alarmantes. Otra cosa es el discurso ecologista, que a veces ha caído en el alarmismo a corto plazo, con afirmaciones que luego no se cumplen. Eso puede restar credibilidad en algunos momentos. Yo siempre me ciño al consenso científico, que ya es suficientemente grave y alarmante. Hay una cierta escuela ecologista que peca de catastrofismo y de plantear escenarios apocalípticos a corto plazo que luego no se cumplen, y eso tampoco ayuda. Pero no creo que se pueda evitar del todo; lo importante es plantear otras propuestas y formas de entender la crisis, y combatir el alarmismo con rigor.
Sobre el discurso decrecentista, ¿cómo evitar que la clase media perciba el ecologismo como una bronca constante?
Aquí hay una contradicción real y no se puede superar solo con artificios discursivos. Es cierto que la clase media global, hoy más dispersa geográficamente, es responsable de una parte muy significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero. Entre 800 y 1.600 millones de personas, un 10-20% de la población mundial, generan la mayoría de las emisiones. Antes, esa clase media estaba concentrada en los países ricos, ahora se ha expandido por el mundo. No se trata de culpabilizar al ciudadano medio, sino de señalar que existe una élite que impone un modelo de consumo depredador. El reto es construir un discurso más propositivo y justo, que no recaiga solo en las renuncias individuales, sino que apunte a cambios estructurales y a la responsabilidad de quienes más contribuyen al problema. Si el discurso ecologista se percibe como una bronca constante, como una regañina al ciudadano medio por sus vacaciones o su consumo, al final genera rechazo y desmovilización. Hay que cambiar el enfoque y proponer alternativas colectivas, justas y estructurales.
«No podemos esperar que toda la transformación recaiga en las decisiones individuales»
¿Y cómo ve el papel de la ciudadanía en este contexto de crisis y transición política?
La ciudadanía tiene un papel fundamental, pero no podemos esperar que toda la transformación recaiga en las decisiones individuales. Hace falta una acción colectiva, alianzas amplias y una presión social que obligue a los poderes públicos y económicos a actuar. La transición ecológica solo será posible si se convierte en un proyecto compartido, transversal y duradero, que supere la alternancia política y los intereses de corto plazo. La clave está en fundar un nuevo sentido común civilizatorio, que entienda la viabilidad ecológica como un principio irrenunciable.
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