Sacro facere

Pero por suerte para esos jóvenes —y no tan jóvenes— aspirantes a artistas, existe todo un abanico de referentes y biografías que no sólo inspiran sino que son, además, alentadoras. Muestras fehacientes de que es posible; de que, de algún modo u otro, hay una salida, aunque conlleve renuncias y sacrificios. ¿Quién no se ha... Leer más La entrada Sacro facere aparece primero en Zenda.

Jun 12, 2025 - 02:35
 0
Sacro facere

Leí hace tiempo que «sacrificio» como palabra proveniente del latín «sacro facere», significa «hacer sagradas las cosas», y todo aquel que se aventure al peregrino —e incluso a veces engorroso— oficio de la creación artística intuirá, más o menos, por dónde irán los tiros de este escrito, por mucho que una mal llamada “inteligencia” artificial trate de colonizar nuestra humanidad; por mucho que el compromiso para con una profesión o vocación en particular esté mal visto o sea menospreciado. Hacer sagradas las cosas no es cualquier cosa. De hecho, encierra un significado más profundo que no ha de tomarse a la ligera, aunque en estos tiempos prime la forma sobre el fondo; el triunfo rápido, instantáneo, la carrera al sprint, sobre la carrera de fondo, como si en este oficio —o santo oficio, como prefieran—, se asegurase que cuanto más se corre, antes se llega, cuando no es así. Leyendo la última novela, que más que novela resulta un testimonio de primera mano esclarecedor, tierno, sensible e incluso humorístico de Valérie Mrején, La joven artista (Ed. Periférica), uno repara en lo arduo que es tanto dedicarse como pertenecer al mundo del arte, o, para concretar, a cualquier manifestación del arte al que hayamos decidido dedicarnos vendiendo tanto nuestra alma como parte del tiempo de nuestras vidas. ¿Por qué lo hacemos? Quién sabe. A veces por rebeldía y otras por necesidad. A veces por seguir la voz interior, o intuición, que no sólo habla ni susurra, sino que directamente nos grita desde el fuero más profundo de nuestro ser, y no es sólo que no podamos acallarla, sino que, además, en realidad, no deseamos acallarla. Preferimos elegir ese «camino jalonado de trampas que aún no sabemos cómo burlar, que ni siquiera sabemos distinguir» como señala Valérie. Que, aun entrañando sus vicios y sus peligros, sus fatales desenlaces, no suele ser el común ni el más reconocido, pues se trata de un camino ambiguo que implica éxito y fracaso; envidias sanas y malas caras; sonrisas y juicios de doble sentido; pero también nuevos mundos, nuevas amistades, nuevos ambientes y círculos. Por lo que, puestos a analizarlo reflexiva y pausadamente, no resulta fácil decantarse, como tampoco arriesgarse y echarle un órdago a la partida del futuro y del destino que nos espera por delante pues, aun conociendo casos cercanos o lejanos, pensamos que a nosotros no nos pasará. Que no correremos esa fatalidad porque la diosa Fortuna está de nuestra parte, aunque el mundo exterior, ese que pertenece a la periferia del arte, acostumbrado a estudiar una carrera con salidas profesionales, con una posición asegurada y fija, con un estatus, un respeto y unas respuestas claras ante las manidas cuestiones acerca de una labor que, si guarda estrecha relación con la creatividad, el mundo de las ideas y la expresión artística, sospeche de nuestra inclinación. Nos decimos, nos aseguramos que seremos inmunes a ello. Que apenas nos afectarán las reacciones y gestos de temor o prevención ante la ingenuidad, la ilusión e inocencia de quien está más que dispuesto a entregarse al mundo del arte en lugar de renunciar a él y formar parte de aquel otro que requiere menos riesgo.

"¿Quién no se ha sacrificado alguna vez por aquello que ama o que le apasiona?"

Pero por suerte para esos jóvenes —y no tan jóvenes— aspirantes a artistas, existe todo un abanico de referentes y biografías que no sólo inspiran sino que son, además, alentadoras. Muestras fehacientes de que es posible; de que, de algún modo u otro, hay una salida, aunque conlleve renuncias y sacrificios. ¿Quién no se ha sacrificado alguna vez por aquello que ama o que le apasiona? El amor y el sacrificio son conceptos que, desde tiempos inmemoriales, han ido de la mano como ejemplo, como argumento sólido frente a la resignación y la rendición. La retirada no está contemplada, pues sería una respuesta por nuestra parte demasiado tentadora y asequible. Un atajo despejado de dudas, despoblado en sus márgenes. Liberado de ambiciones y pretensiones. O, dicho en otras palabras, un sendero cubierto de rosas sin espinas, mas «no me tiendan caminos de rosas / porque sé dónde pisar», que cantaría Antonio Flores. Toda elección o decisión conlleva sacrificio y dificultad. Una complejidad incomprensible, un debate interno que únicamente atañe a quien se entrega a cualquier creación artística, y no sólo sacrifica tiempo de su vida en ello, sino también relaciones, ofertas laborales, tener o no más poder adquisitivo… Observar desde la ventana cómo late la vida, cómo pasa por delante entre unos y otros viandantes y ser conscientes de que el mundo de uno, en determinadas situaciones, no pertenece a esas aceras, pues el anhelo de expresar lo que uno siente y lleva dentro es nuestro escudo y nuestro arma. Una tentación transmutada en batalla que, aconsejados y guiados por nuestros principios más primitivos, nos es imposible rechazar. Algo similar mencionó el pasado 25 de abril Luis Landero durante la vigésima celebración de la Noche de los Libros en la Real Casa de Correos, cuando se centró en la pugna que sufren no pocos escritores a la hora de elegir entre estar afuera, en la calle, siendo partícipes de la vida, o quedarse en su rincón de trabajo, escribiendo, creando. Rellenando páginas en blanco con historias que, tarde o temprano, verán la luz. Y precisamente en esos momentos en los que se está inmerso en el proceso creativo de incubación, es necesario salir «al amparo de la noche / con un pretexto breve y elegante / (…) con el anhelo sin candado / el miedo anestesiado, y el corazón por delante», como escribe Jorge Drexler e interpretan a dúo Salvador Sobral y Sílvia Pérez Cruz en su nuevo disco. Aventurarse a cruzar un umbral, aun desconociendo hacia dónde nos llevará, incitados por una voz que nos anima a dar los primeros pasos con una condición que roza la obligación: la de desnudarse; la de no esconderse ni acallar lo que el alma y la mente ansían manifestar. Inventando, construyendo, imaginando, con el corazón por delante y la mano postrada sobre el lienzo, el yeso, la cámara, el teclado o el papel en blanco.

"Y es justo a partir de ese momento, de esa iniciación profesional, cuando el sacrificio —con la dosis apropiada de compromiso y pasión— adquiere su connotación sacra"

Por eso contamos y nos apoyamos en quienes llegaron antes de nosotros. El éxito, el triunfo de los maestros es también el nuestro, como dijo asimismo Manuel Vilas en la noche de los libros ya citada. Él se nutre de los suyos, bebe de ellos, se inspira con sus historias para después elaborar las propias. Y en palabras de Mrején, consciente de no poder eludir las almas de todos los artistas que han pasado a mejor vida con quienes le habría encantado tomar algo, coincidir en algún evento, en cualquier presentación o exposición: «Nos sentimos tan cerca de esas vidas pasadas, de esas sensibilidades que fueron capaces de inventar formas y expresar exactamente lo que sentimos ahora: no podríamos haberlo hecho mejor si hubiéramos estado en su lugar en aquel momento». Pues, de algún modo, siempre sentiremos que estamos en deuda con ellos. Por ayudarnos a allanar, resolver o vencer los obstáculos que se nos han presentado; por hacernos mirar un poco más allá o subir un peldaño más, por, quizá, no conformarnos con lo establecido o normativo. Porque por mucho que se hable de reglas y leyes a seguir, lo cierto es que no hay tal. Cada uno aprende, como puede, a pulir y trabajar con la base que ya tiene, no a seguir el criterio de quienes sientan cátedra olvidándose de que ciertos principios, en ocasiones, lo que consiguen es limitar y no expandir la capacidad y libertad creativa del artista. Ese arrebato de inspiración, de musa, que no se halla supeditada a la razón, sino a la intuición. A ese casi no pensar, y sentir cómo el cuerpo danza a su aire, cómo los dedos toman las riendas y cabalgan en sintonía y libertad por una superficie de teclas blancas y negras, cómo la mente juega a veces al despiste, creyendo que la dirección iba en línea recta, pero de repente, cambia sin previo aviso, introduciéndose en recovecos donde en lugar de encontrar desorientación y oscuridad, acierta hilvanando una idea con otra por sí sola, y así configura, palabra por palabra, trazo por trazo, una nueva obra, una nueva creación que ha sido concebida no sólo con corazón, sino también con agilidad, frescura, ritmo y poesía, que forma parte del ADN del artista. Del genotipo que con sólo poseer una pizca es posible convertir si no en genio, al menos en artesano del oficio. Y es justo a partir de ese momento, de esa iniciación profesional, cuando el sacrificio —con la dosis apropiada de compromiso y pasión— adquiere su connotación sacra.

"Ese es el impulso y, mejor aún, la perspectiva, que nos dan quienes nos preceden o precedieron"

Fue Newton quien afirmó aquello de «si he subido tan alto es porque iba en hombros de gigantes». Bueno, pues ese es el impulso y, mejor aún, la perspectiva, que nos dan quienes nos preceden o precedieron, y también en ese grupo convendría incorporar este breve relato de Mréjen, donde además de trasladar al lector al vagón de tren donde se sentaba ella, la joven artista y otros tantos con idénticas aspiraciones, a la Facultad de Bellas Artes, a la residencia de artistas en el extranjero, a las exposiciones, a las fiestas en las que quien no hace contactos, quizá por timidez o porque no sabe cómo iniciar una conversación ni cómo presentarse, entonces hincha el pecho y se mueve como pez en el agua, interpretando el papel que le corresponde en esas circunstancias. Aunque, según Mréjen, semejante contexto no es más que un juego ambiguo en el que resulta demasiado fácil sentirse dentro y fuera del mundillo; pertenecer, pero no del todo, y reafirmar o constatar su existencia, pues no es invención ni fruto de nuestra imaginación: lo tenemos delante y, entre unos y otros, componemos su idiosincrasia. Sin embargo, más allá de los lugares donde la acompañamos y sonreímos al sentir esa complicidad y ternura que nos recuerda a nosotros cuando empezamos nuestras andaduras —y desventuras— por el mundo del arte, también nos propone un principio elemental tanto para el que se inicia como para el que lleva ya un largo recorrido, y eso es, además del entusiasmo, el dejarse «absorber por la contemplación». Por lo que ella llama «estremecimientos estéticos», que son esas películas, libros o exposiciones que más impresión le causaron a la protagonista, y en realidad no son más que alimentos para el espíritu, el arte y la creación; para la búsqueda de ideas, de voz o del estilo de cada cual y consecuente ayuda en la afinación de la mirada y el lenguaje. «Habían contribuido a moldear y enriquecer su mirada; (…) desplazando, desde sus atrincheradas posiciones, algunas teclas y, al mismo tiempo, le habían proporcionado una forma de conocer las sucesivas conmociones estéticas (…) que, al contrario de las olas, llegaban de distintas direcciones, pero cuyo efecto sí que a veces era comparable con su carácter de acometida, por ese bullir que unas veces le producía cierta excitación y le arrancaba algunos gritos penetrantes, y, otras veces, le dejaba una huella extraordinaria tras haberle sacudido el cuerpo y la conciencia», como lo hizo en su día el visionado de News from Home de Chantal Akerman, o los autorretratos de Claude Cahun o las pinturas de Georgia O’Keeffe, o aquel panel luminoso colocado, de manera anónima pero intencionada, en un edificio de Times Square por la artista Jenny Holzer que decía PROTECT ME FROM WHAT I WANT, y cuyo significado Valérie interpela como enigma y disecciona como si de una plegaria se tratara, metiéndose primero en la piel de Holzer, en los posibles motivos que le empujaron a colgarlo o en el porqué de esa frase y no otra, para después ampararse en la protección del magnetismo, del enamoramiento, de liberar viejos secretos, de la renuncia o la resignación, de las envidias y los celos, e incluso la destrucción, de los vaivenes de la vida y sus imprevistos, de las noches que no aceptan mañanas, de darse de bruces con una realidad que por mucho empeño que pongamos en negarla, ahí está ella aguardando para darnos la estocada y hacernos ver lo equivocados que estábamos cuando nos creíamos ser alguien o algo que no éramos o que, todavía, no nos tocaba ser. En definitiva, «protégeme de mi atracción por ese mundo ajeno al mío, para que no me absorba cuando se abra la ventana», a lo que añadiría: de hacer las cosas sagradas, aunque nos sintamos más impelidos por el miedo al qué dirán, que al mero hecho de declararnos y desvestirnos a través de ese arte que se ha convertido en nuestro mayor cómplice, vía de escape y escaparate. De perseverar y cuidar el nervio y el entusiasmo que se apoderan de uno frente a un estreno o una presentación; frente al encuentro del artista con su destino y su oficio.

Sacro facere, cueste lo que cueste.

Sacro facere, siempre, con tal de proteger, de resguardar el arte y nuestra humanidad.

La entrada Sacro facere aparece primero en Zenda.