El canon cebolleta
Canon cebolleta. coloq. En el ámbito literario y editorial, sistema de legitimación sostenido por la reiteración de anécdotas personales, el prestigio adquirido con el tiempo y la autoridad compartida entre afines, más que por el análisis crítico, la contrastación documental o el debate abierto. Se caracteriza por excluir a quienes no forman parte de determinados... Leer más La entrada El canon cebolleta aparece primero en Zenda.

Canon cebolleta.
- coloq. En el ámbito literario y editorial, sistema de legitimación sostenido por la reiteración de anécdotas personales, el prestigio adquirido con el tiempo y la autoridad compartida entre afines, más que por el análisis crítico, la contrastación documental o el debate abierto. Se caracteriza por excluir a quienes no forman parte de determinados círculos de influencia y por convertir relatos personales en verdades asumidas sin revisión.
Agradezco que Andrés Trapiello se haya tomado la molestia de responder a mi crítica sobre su artículo dedicado a la reciente edición de Desde París, de Chaves Nogales. Y celebro que lo haga en los mismos términos en que ha acostumbrado a despachar a quien no le ríe las gracias: con desdén, apelando al prestigio acumulado y a una supuesta verdad de la que él sería custodio.
A partir de ahí, todo lo demás en su respuesta se sostiene sobre ese mismo eje: el de quien se sabe respaldado por una reputación y cree que eso le exime de explicarse. Lo de «ese tal Fernández», por ejemplo, no es una forma correcta de dirigirse al editor de una revista cultural, por muy humilde que sea, es una manera de decirle al lector que yo no soy de los suyos, que no formo parte del canon, que no tengo bula. Pues mire, qué le vamos a hacer. Tampoco usted la tuvo cuando solicitó aquiescencia a Francisco Rico por su Quijote, episodio que usted ha contado en tantas ocasiones que resulta difícil seguir la versión exacta. En cualquier caso, que alguien exija ese 2 % sobre ventas del que nos habla, por la cesión de un texto tantas veces editado, tiene pinta de que era un “no” como un castillo. A veces don Rico en vez de decir “no” ponía condiciones imposibles de cumplir. Es raro que no se diese usted cuenta de ello.
Y, a pesar de todo lo anterior, le hubiera bastado decir que en mi texto había inexactitudes en lugar de «patrañas» para que nos hubiésemos entendido. Sin embargo, con ese lenguaje irrespetuoso, no me deja otra opción que informarle de que se ha quedado un poco con aire de abuelo cebolleta: siempre contando la misma historia en cualquier sarao al que lo invitan, continuamente con esta anécdota en la solapa; es normal que los que la hemos escuchado tantas veces hayamos pensado que quizás Rico le cerró el paso. Porque si uno va por ahí repitiendo el mismo relato, adornándolo según el público o la ocasión, no puede luego indignarse cuando alguien lo recuerda con alguna variación. La memoria colectiva no es un acta notarial, y si de verdad le inquieta tanto la exactitud, podría empezar por aplicarse el cuento. De lo contrario, lo que queda es la impresión de que hay historias que se cuentan no para esclarecer nada, sino para seguir sosteniendo ese relato personal en el que uno siempre sale bien parado. Y eso, lo diga usted o lo diga un cuentista de café, tiene mucho más de performance que de verdad literaria.
Y hablando de verdad literaria, decir que Abelardo Linares es «la autoridad indiscutible en la materia» no es una descripción, es un gesto. Un gesto de autoridad. Porque claro que se puede discutir. Claro que hay voces como la de María Isabel Cintas —pionera en la recuperación de la obra del autor sevillano, autora de una tesis doctoral, una biografía, la primera que reunió las obras de Chaves Nogales en cuatro tomos que sirvieron luego para muchas ediciones posteriores— o Yolanda Morató —con una trayectoria más que sobrada, con una edición crítica impecable, con conocimiento profundo del exilio intelectual—. Voces que han trabajado durante años sin necesidad de pasar por el filtro de los viejos amigos y para la misma editorial que ahora las desprecia porque no se dejaron arrebatar sus muchas horas de trabajo y búsqueda. Presentarle a Yolanda Morató un libro, como hizo usted, sr. Trapiello, no la hace beneficiaria de su reconocimiento. Es simplemente un gesto de cortesía. El reconocimiento, el verdadero, no se hereda ni se regala: se gana. Y Morató se lo ha ganado y usted si se cree que lo tiene lo mínimo que tendría que haber hecho es preguntarle sobre este asunto.
El problema no es que usted escriba bien —eso nadie lo discute—, sino que a veces su prosa parece preocuparse más de marcar quién puede sentarse a la mesa que en alumbrar verdaderamente la obra que se comenta. Y si la conversación sobre Chaves Nogales queda reducida a un cónclave de viejos conocidos que se reparten la legitimidad como si fuera una herencia, entonces no hablamos de un canon crítico, sino de otra cosa: un canon cebolleta, hecho a base de anécdotas recicladas, gestos de autoridad y puertas cerradas a quienes no vienen apadrinados. Pero ni la literatura ni la historia se sostienen sobre nostalgias ni sobre camarillas: avanzan porque hay quien se atreve a entrar sin llamar.
Nota: Acabando este artículo veo que un nuevo texto de Abelardo Linares acaba de aparecer en Zenda para cuestionar la existencia de los custodios literarios. Lo hace invocando una supuesta estupefacción y desautorizando con ademanes de doctrina lo que no pasa de ser otra actuación basada en el canon cebolleta que refuerza mi afirmación de la existencia de estos círculos «intelectuales» que se arrogan el derecho de decidir quién puede o no editar a Chaves Nogales. Le parece risible que ese club esté formado por él y Trapiello, cuando lo risible, en todo caso, es que la conducta reiterada de ambos haya bastado para justificar el apelativo. Lo demás —la defensa encendida de su archivo, la competencia por quién descubrió antes qué, los matices sobre prólogos y crónicas que aún no han visto la luz— no hacen sino reforzar la idea de que esta polémica no versa sobre Chaves, sino sobre quién se queda con la última palabra en su legado. Es decir, sobre autoridad. Al menos la polémica ha servido para que conozcamos a investigadores que de los que hasta ahora no se sabía mucho. Muy teatral todo. Y en ese teatro, la «alianza de custodios» no necesita acta de constitución: le bastan sus gestos.
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