La ciudad de las mil caras

Todo esto estaba contenido en un título genial, el que dio el novelista Eduardo Mendoza a una de sus narraciones más celebradas: La ciudad de los prodigios, libro de 1986. Prodigiosa, en efecto, resultó para muchos españoles durante largas etapas una urbe que se asomaba a la modernidad sin renunciar a sus esencias (tradicionales y... Leer más La entrada La ciudad de las mil caras aparece primero en Zenda.

May 20, 2025 - 12:05
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La ciudad de las mil caras

En términos materiales, las ciudades las construyen los obreros, urbanistas, arquitectos y gobernantes, pero en realidad, en lo más profundo, las ciudades las construyen los seres humanos de otra manera bien distinta, que nada tiene que ver con ladrillos, cemento y adoquines. Las ciudades se construyen, viven y perduran gracias a la mirada humana. Si la ciudad no se humaniza, para lo bueno y para lo malo, no es nada. Somos todos nosotros —pero, sobre todo, los mejores, los creativos, los visionarios— los que insuflamos vida a las calles, espíritu a los edificios y sentido al entramado urbano. Por eso, Barcelona —como podría decirse de otras ciudades— es lo que es. Representación, símbolo, belleza e historia.

Todo esto estaba contenido en un título genial, el que dio el novelista Eduardo Mendoza a una de sus narraciones más celebradas: La ciudad de los prodigios, libro de 1986. Prodigiosa, en efecto, resultó para muchos españoles durante largas etapas una urbe que se asomaba a la modernidad sin renunciar a sus esencias (tradicionales y hasta, en cierto modo, castizas). Pero mucho antes de eso, Barcelona fue la Ciudad Condal, como luego fue la Manchester española, para entrar en la época contemporánea con esa dualidad característica, marca de la casa desde entonces: la magna capital de las Exposiciones Universales (1888 y 1929, escaparate del progreso) y la agitada urbe de las reivindicaciones obreristas, la Rosa de fuego. Cara y cruz de una misma sensibilidad histórica: no en vano artistas, literatos, nihilistas y revolucionarios confluían de manera natural en ese Zeitgeist (espíritu de época).

"Estas páginas desbordan con mucho los límites de un enfoque cultural, por muy generosos o flexibles que queramos ser con este adjetivo"

Barcelona como Jano, el dios de las dos caras. Barcelona divina y humana, demasiado humana. Este dualismo es el que ha querido reflejar Andreu Navarra, desde el propio título, en su nueva obra. Bohemia y barricadas son los términos que utiliza para compendiar lo que modestamente expresa como una historia cultural. A riesgo de incurrir en una cierta brusquedad, permítase desde ahora mismo una corrección crítica al propio autor. Una matización que, en el fondo, no pretende otra cosa en última instancia que desmentir esa mencionada modestia. Bohemia y barricadas, una historia cultural es una simplificación que no refleja la densidad de contenido del libro. No es una cuestión meramente formal, pues ese tan traído y llevado carácter contrapuesto de la ciudad resulta ser más bien —esto se percibe desde las primeras páginas— algo más parecido al caleidoscopio o, si se prefiere, a un cuadro mucho más complejo, colorista y abigarrado.

Entiéndase bien, una cosa no desmiente del todo la otra. Desde una determinada perspectiva (desde una cierta distancia, podría decirse), Barcelona es obrera y burguesa, refinada y procaz, luminosa y sombría, acogedora y brutal (el lector encontrará en estas páginas innumerables ocasiones de aplicar estos adjetivos). Pero mirada más de cerca, esos perfiles tan marcados se diluyen o desdibujan para dar paso a una continuidad sorprendente, en la que no solo las clases sociales convergen en los mismos ámbitos (físicos y simbólicos) sino que hasta los individuos concretos transitan de la cúspide al abismo —y viceversa— de una manera que solo la sensibilidad del novelista (de ahí la mención inicial a Eduardo Mendoza) puede captar con toda su frescura.

"Navarra no ha escrito aquí un libro de historia convencional, ni siquiera un ensayo, si se entiende por tal una obra con una interpretación determinada y unas tesis más o menos explícitas"

Me da la impresión de que Andreu Navarra ha tenido esto muy presente a la hora de afrontar lo que denomina historia cultural de la capital catalana entre 1888 y 1939 (que, por cierto, y no es mera casualidad, resulta ser casi el mismo período histórico que comprende La ciudad de los prodigios). Y con ello retomo la crítica de la modestia con que el autor presenta su obra ya desde el propio título. Porque estas páginas desbordan con mucho los límites de un enfoque cultural, por muy generosos o flexibles que queramos ser con este adjetivo. La vida de la ciudad palpita en sus páginas, pero no solo en la dimensión cultural propiamente dicha, sino en otras muchas, desde la política a la económica, sin descartar otros muchos aspectos que caerían dentro del retrato de los usos y costumbres de la época (lo que se entiende por costumbrismo, siempre que se trascienda la dimensión banal del término).

Pero es que además habría que precisar que Navarra no ha escrito aquí un libro de historia convencional, ni siquiera un ensayo, si se entiende por tal una obra con una interpretación determinada y unas tesis más o menos explícitas. Estamos más bien ante un volumen que complementa el enfoque de la ficción con todas las armas al alcance del investigador pero con el mismo objetivo ambicioso: captar el alma de la ciudad y de sus habitantes en un período pródigo en prodigios. Parafraseando a Vargas Llosa, bien podría decirse que Andreu Navarra no necesita servirse de mentiras para llegar a una verdad más profunda. De este modo, el autor, sin faltar en ningún momento a la verdad, sin fabular en lo más mínimo, consigue trazar sin embargo un fresco vívido, merced a la superposición de múltiples estampas que funcionan como piezas que encajan en el colosal puzle que fue la luminosa Barcelona de ese medio siglo anterior al apagón franquista.

No debe silenciarse empero, porque sería en cierto modo desvirtuar el sentido y carácter de estas páginas, que hacer tanto hincapié en el carácter esplendoroso de la capital catalana —y de la época en cuestión— corre el riesgo de caer en una mitificación que, según entiendo yo, está lejos de responder a las intenciones del autor y, lo que es más importante aún, a la propia verdad histórica. La ciudad burguesa, exquisita y opulenta, la Barcelona del Liceu y la deslumbrante arquitectura modernista, la urbe del noucentisme abierta a las corrientes europeas (de Nietzsche a Ibsen) hunde sus raíces en el fango de la explotación económica, la desigualdad social, la marginación y la miseria. Tras la fachada resplandeciente, una mirada entre bambalinas permite observar una realidad tenebrosa. Barcelona es también el recinto donde se hacinan los miserables.

"Lo trascendental y lo anecdótico coexisten casi en la misma página con una sorprendente naturalidad. No es ocioso, pues, preguntarnos adonde conduce este viaje"

No se trata ahora de hacer una retórica vacua del miserabilismo ni sucumbir a la demagogia, sino de recordar tan solo que, como resultado de esa situación y de las tensiones sociales y políticas que genera, la capital catalana se convierte en la ciudad más conflictiva y violenta de España. Barcelona es en esta época, desde las dos décadas finales del siglo XIX, «la ciudad de las bombas», un título que solo da cuenta parcial de las sucesivas oleadas de terrorismo anarquista que se enseñorea de sus calles en nombre de la llamada «propaganda por el hecho». Pero Barcelona es también el escenario de la mayor insurrección urbana conocida en España, la llamada «Semana trágica» de 1909. E inmediatamente después, Barcelona se convierte durante casi una década en el Chicago hispano, con el enfrentamiento abierto, a tiro limpio por el centro histórico, entre los pistoleros de la FAI y los sicarios de la patronal. Esto también en Barcelona, la ciudad de una elite exquisita —de Gaudí a Maragall y D’Ors—, donde un desarrapado como Santiago Salvador es capaz de arrojar en un Liceu repleto una bomba que causa la muerte a una veintena de personas y heridas a otras muchas.

Todo esto está en el libro, naturalmente, pero sin énfasis ni subrayados. E incluso sin que medien por parte del autor planteamientos explicativos o ideológicos de uno u otro signo. Andreu Navarra se limita a exponer, a reflejar los acontecimientos sin jerarquías de ningún tipo. De este modo, lo trascendental y lo anecdótico coexisten casi en la misma página con una sorprendente naturalidad. No es ocioso, pues, preguntarnos adonde conduce este viaje. Solo en la parte final, en un denominado “Epílogo optimista”, el autor da el paso de explicitar —de una manera un tanto alambicada— las intenciones que le han guiado a componer este volumen. Lo hace no en forma de afirmación sino de pregunta, pero su sentido último no se le puede escapar al lector: esta Barcelona que ha retratado, adalid del conjunto de Cataluña, produjo un legado cultural (en su más amplio sentido, desde la riqueza intelectual y artística hasta la libertad y tolerancia) que es un patrimonio irrenunciable para el conjunto de España. Pero no solo en el aspecto cultural, sino en el político en su acepción más noble: como material para una «proyección peninsular creíble» o una «construcción hispánica habitable» en la que quepamos todos.

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Autor: Andreu Navarra. Título: Bohemia y barricadas: Barcelona, 1888-1939, una historia cultural. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.

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