Las que se quedaron fuera del ‘boom’ latinoamericano

La reciente muerte de Mario Vargas Llosa marca el cierre simbólico de una era. El ‘boom’ latinoamericano triunfó, pero dejó fuera a muchas voces igualmente valiosas, especialmente de mujeres. La entrada Las que se quedaron fuera del ‘boom’ latinoamericano se publicó primero en Ethic.

Jun 10, 2025 - 15:40
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Las que se quedaron fuera del ‘boom’ latinoamericano

El pasado 13 de abril de 2025, con la muerte de Mario Vargas Llosa a los 89 años, se cerró simbólicamente una de las etapas ineludibles de la literatura del siglo XX. Vargas Llosa era el último superviviente de un grupo de autores que, desde la década de 1960, conquistó la escena literaria con una narrativa experimental, telúrica y profundamente arraigada en las tensiones históricas de América Latina. Estamos hablando, claro, del boom latinoamericano.

Pero mientras los grandes nombres del boom –esos que todos conocemos y guardamos en nuestras bibliotecas personales– se consolidaban en editoriales europeas, festivales internacionales y programas universitarios, otras voces –muchas de ellas mujeres– quedaban relegadas a un segundo plano.

Los rostros visibles del ‘boom’

El boom latinoamericano fue, al igual que ocurre con todos los movimientos, una confluencia de circunstancias: el talento de una generación, el interés editorial europeo por las voces latinoamericanas, la mediación de agentes literarios como Carmen Balcells, y una red de editoriales como Seix Barral que apostaron por estas narrativas. Desde finales de los años 60, figuras como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso y Mario Vargas Llosa empezaron a recibir un reconocimiento mundial que rompió con siglos de marginalidad cultural hacia los autores latinoamericanos.

En sus obras se cruzaban la experimentación formal, las estructuras narrativas innovadoras y un interés profundo por los conflictos sociales y políticos de su continente. Cortázar desestructuró la novela y el cuento desde una mirada lúdica; García Márquez convirtió la historia de la familia Buendía en una epopeya mágica (en el sentido más estricto, y, por tanto, literario, de la palabra); Vargas Llosa tensó la novela con recursos polifónicos y hondas reflexiones sobre el poder; Fuentes abordó la historia de México desde lo mítico y lo ensayístico, y Donoso capturó la decadencia de las élites chilenas con un pulso narrativo radicalmente propio.

Su éxito, sobra decirlo, fue rotundo, pero también selectivo. Muchos escritores quedaron fuera de esa foto colectiva que, con los años, se convirtió en canon. Y, significativamente, casi todas las ausencias compartían una característica: no eran hombres.

Las (grandes) voces ausentes

La narrativa escrita por mujeres en América Latina durante el auge del boom fue relegada por razones que no fueron únicamente literarias. Las escritoras no tuvieron el mismo acceso a redes editoriales, a círculos de crítica ni al sistema de legitimación internacional que consagró a sus colegas masculinos. Sus obras, a menudo igual de rupturistas, fueron consideradas laterales, domésticas o directamente excéntricas. Por supuesto, esa exclusión fue estructural y en ningún caso tuvo nada que ver con las capacidades literarias de las autoras.

Las escritoras del ‘boom’ no tuvieron el mismo acceso a redes editoriales o de crítica que sus colegas masculinos

El caso de Elena Garro es, quizás, el más paradigmático de todos. Su novela Los recuerdos del porvenir, publicada en 1963, fue anterior a Cien años de soledad y contiene elementos que hoy podríamos identificar con el realismo mágico. Sin embargo, Garro no fue integrada al boom. Durante años se le asoció más con su relación con Octavio Paz que con el valor de su obra. Su literatura, compleja y política, cuestionaba el poder, la violencia institucional y el autoritarismo, temas que abordó con una prosa aguda cargada de hallazgos líricos.

Otra figura que permaneció al margen fue la de Amparo Dávila, cuentista mexicana que exploró los miedos más íntimos (es decir, más humanos), la locura y lo inquietante en relatos breves cuya lectura tiene hoy más sentido que nunca.  Rosario Castellanos, por su parte, elaboró una obra lúcida y combativa desde el feminismo y la crítica del colonialismo interno en México. En Balún Canán y Oficio de tinieblas expuso las tensiones entre criollos e indígenas, entre mujeres y estructuras patriarcales, desde una voz intelectual comprometida. Castellanos representó así una forma de abordar la política y la historia alejada de la épica –como muchas veces hicieron sus pares masculinos – y más cercana a los márgenes.

Junto a ellas, otras autoras como la uruguaya Armonía Somers o la argentina Silvina Ocampo ofrecen ejemplos de escritoras con una obra sólida que no encontraron un lugar en el escaparate del boom. La lista podría ser mucho más larga. Y, por suerte, lo es cada vez más. El renacimiento que hoy día están teniendo nombres como Garro, Dávila, Castellanos, Somers u Ocampo, entre muchos otros (María Luisa Bombal, Nélida Piñón, Clarice Lispector…), vuelve a demostrarnos que no hay mejor crítico literario que la historia.

Repensar el ‘boom’

El boom no fue solo un fenómeno estético o literario. Fue también una operación editorial, un proceso de consagración en el que influyeron factores extraliterarios como la geopolítica de la Guerra Fría, el interés europeo por América Latina y la creciente transformación del escritor como figura pública, como rockstar. En ese contexto, las voces que no se ajustaron a ciertas expectativas quedaron fuera.

El ‘boom’ no fue solo un fenómeno literario, sino una operación editorial en la que influyeron factores geopolíticos

Hoy, con la perspectiva del tiempo, leer a quienes fueron excluidas es una forma de enriquecer la historia literaria del continente. Las reediciones de estas autoras, el aumento de estudios críticos sobre sus obras y su inclusión en antologías y planes de estudio invitan a pensar el boom no como un bloque cerrado, sino como un punto de partida para una conversación necesariamente más amplia.

Con la muerte de Mario Vargas Llosa, se cierra un ciclo, pero también se abre la posibilidad de revisar qué quedó fuera del mismo. Quizá el verdadero boom literario de América Latina esté todavía en proceso: uno más coral, más diverso y más justo con las voces que durante años fueron silenciadas.

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