Los primeros ritos funerarios
El fin de la vida es uno de los hechos más significativos en nuestro ámbito sociocultural. El respeto hacia los fallecidos y el ánimo de honrar su memoria está presente en la raza humana desde la Antigüedad. La entrada Los primeros ritos funerarios se publicó primero en Ethic.

La historia es un ente vivo, y las sociedades varían sus modos de conducirse a ritmo vertiginoso. Pero si hay algo invariable desde que el mundo es mundo es la necesidad de honrar a aquellos de entre nosotros cuando fallecen.
Las costumbres funerarias también varían con el tiempo, y son diferentes en cada una de las innumerables culturas que alberga la sociedad global. A pesar de ello, están bien arraigadas a ritos que nos llegan desde mucho tiempo atrás.
La palabra funeral nos fue legada por el antiguo Imperio Romano. Durante aquel período, los deudos de la persona fallecida se vestían de negro y encendían a su alrededor innumerables antorchas («funes») para guiar su alma en el camino hacia la eternidad. Pero los ritos funerarios los comenzó a realizar el ser humano miles de años antes.
En los años 80 del pasado siglo comenzaron, en la Sima de los Huesos de Atapuerca, una serie de excavaciones sistemáticas que han recuperado, hasta la fecha, alrededor de 7.000 fósiles humanos de 430.000 años de antigüedad. Esto nos sitúa en el Paleolítico inferior, el período más antiguo de la Prehistoria. Tan extraordinaria cantidad de fósiles han llevado a los expertos a asegurar que la Sima de los Huesos no era un lugar habitacional para nuestros antepasados, sino la prueba más antigua de enterramientos realizados por el ser humano.
Numerosos hallazgos arqueológicos han demostrado que este tipo de enterramientos se multiplicaron durante el Paleolítico y evolucionaron hacia el carácter ritual que favorece una plena conciencia de la muerte y la importancia que las comunidades le atribuían. Los enterramientos rituales más antiguos que conocemos datan de hace casi 100.000 años. En el yacimiento de Qafzeh (Israel) se encontraron restos de quince humanos enterrados, de manera deliberada, en un lugar habilitado al efecto en que destacan la cantidad de objetos rituales que acompañaban los restos, principalmente huesos de animales.
El uso de objetos rituales situados junto al fallecido es fundamental, y varía en cada comunidad
El uso de objetos rituales situados junto al fallecido tiene una gran carga simbólica que, con el transcurrir de los siglos se ha hecho más compleja y se ha revestido también de una determinada estética, que varía en función de cada comunidad. Nuestros primeros antecesores, por tanto, reflejaban con los enterramientos la complejidad sociocultural de las distintas comunidades. El hecho de que la mayoría de enterramientos rituales prehistóricos situaran al fallecido, independientemente de su sexo y edad, en posición fetal, implica una conexión evidente con la postura en que nacemos y, por tanto, el vínculo que establecían nuestros antepasados entre el momento del nacimiento y el de la muerte como cierre del ciclo vital.
Ya en el Neolítico (12.000 a.C.-5.000 a.C.), a las posiciones uniformes de los fallecidos y el acompañamiento de objetos rituales se sumaron las primeras inhumaciones en cámaras. Especialmente en el sur y este de Gran Bretaña, se han descubierto numerosos enterramientos realizados en habitáculos preparados al efecto que, posteriormente, eran sellados con barro y piedras. De esta manera, a decir de los especialistas, los humanos añadían al respeto por el ser querido la intención de que sus restos no fuesen sustraídos. Si bien es cierto que, en los primeros de estos enterramientos, los huesos de los fallecidos habían sido previamente descarnados y se empleaban cámaras comunales.
A este respecto, hay división de opiniones entre los arqueólogos. Todos coinciden en que se daba el canibalismo en aquellas sociedades. La prueba más evidente es el hallazgo de mordiscos en esos huesos previamente descarnados. Sin embargo, la gran mayoría de teorías lo atribuyen a cuestiones puramente nutricionales, aunque hay quienes, al contrario, lo achacan a temas rituales en que, como señal de respeto o por necesidad de mantener la cercanía con el ser querido fallecido, se ingería su carne.
A partir del 3.500 a.C., los cuerpos comenzaron a ser inhumados totalmente intactos y en cámaras individuales. Una práctica que ampliaría su sentido sociocultural con el levantamiento de dólmenes que contaban con su propia cámara mortuoria en que poder dejar los cadáveres y los utensilios rituales que les acompañarían en su nueva etapa.
En la cultura occidental actual es norma que el fallecido pueda mostrarse a los deudos con el mejor aspecto físico posible. Pero hace aproximadamente 3.000 años, el acicalado de la persona fallecida ya era práctica habitual. En la cueva de Biniadrís (Menorca) se encontraron un centenar de cuerpos inhumados. Habían sido enterrados vestidos y rodeados de objetos vegetales, piedras simbólicas y recipientes cerámicos ricamente decorados. Pero, además, previamente a su inhumación, se les habían cortado mechones de cabello que se habían teñido con tonos rojizos y, posteriormente, introducido en el interior de recipientes de cuero y metal escondidos en lugares específicos de la cueva.
La muerte, sin duda, ha sido un hecho de importancia máxima en la historia de la humanidad, y todas las culturas le han proporcionado una relevancia significativa que ha conformado parte de nuestra evolución sociocultural.
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